¿Por qué importan las zonas francas?

Que las zonas francas paguen impuestos nos hace vulnerables frente a la competencia

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Para el costarricense de carne y hueso, las zonas francas han generado cosas importantes. Por una parte, estamos hablando de más de 58.000 empleos directos, así como unos 40.000 empleos más al tomar en cuenta los trabajadores de las empresas que les venden insumos y servicios. Esos empleos son en condiciones mucho más favorables a los que puede encontrar, muy a menudo, el mismo trabajador en otras actividades. Las zonas francas industriales pagan 61,5% más en salario promedio que el resto de la manufactura; la brecha es aún mayor en el caso del empleo de servicios. Contratan trabajadores a los que les pagan $1.060 millones, y compran de nacionales bienes y servicios que valen $1.079 millones.

Las empresas del régimen están todas al día con la CCSS. Hacen más capacitación, cumplen más de cerca las leyes laborales, y hay más posibilidad de avance, que en otras empresas. Este sector, además, siguió contratando y creciendo durante la crisis que vivió el mundo –y que contagió a Costa Rica– en los últimos tres años. Que haya empleo, que siga creciendo, que pague mejor, que cotice: todas esas son cosas importantes.

Este es el componente del aparato productivo costarricense que en mayor grado permite al ciudadano sacar provecho laboral de su educación. En Costa Rica, hasta hace poco, casi no producíamos bienes y servicios sofisticados, con alto contenido científico, en cuya elaboración pudiera el costarricense poner en práctica conocimientos y habilidades del mayor nivel.

Hoy, Costa Rica exporta microchips, válvulas de corazón, software , equipo sofisticado, servicios médicos y servicios corporativos. Los productos con una base científica pasaron de ser el 8,5% de nuestra exportación industrial en 1994, al 36,3% en 2010. Los productos en que simplemente se vende mano de obra barata cayeron, del 23,5% al 4%. Gracias a ellas los costarricenses, al aprovechar mejor sus habilidades, no solo obtienen mejores salarios, sino también oportunidad de avance y realización. Son vidas más satisfactorias, con más opciones de crecimiento.

Un estudio de Ricardo Monge mostró cómo la mayoría de las nuevas pequeñas empresas exportadoras de costarricenses fueron iniciadas o son manejadas por ticos que, en algún momento, trabajaron en zona franca. Trabajar en una compañía de clase mundial, haciendo cosas interesantes, no solo permite asimilar tecnologías, sino también aprender las habilidades que luego llevan a emprender, a independizarse.

Estos datos deben recordarse a la hora de discutir una reforma fiscal que contiene un cambio de condiciones a la zona franca.

Tuve la oportunidad de participar, hace varios años, en la investigación sobre de una empresa muy grande de zona franca. Preguntamos cuánto contribuía esa empresa al fisco, pues, aunque no paga impuestos directos, sus colaboradores y proveedores generan ingresos superiores al promedio nacional – y realizan compras– que sí se gravan, y que no se darían de la misma manera si la empresa no estuviera. Hicimos los números y llegamos a la conclusión de que la presencia de esa empresa lleva a un incremento en la tributación que es mayor que la exoneración que se le otorga.

Hacer frente a la competencia. Bueno, pero ¿no podrían pagar más? El problema es que estamos en intensa competencia con otros países. Estas empresas son móviles y muy deseables, y lo que ofrecen otros países para atraer la inversión en muchos casos excede lo que nosotros ofrecemos. A veces, una empresa que nos estudia termina yéndose a otro lugar. Si ponemos un tributo importante que otros no cobran, eso pasará mucho más a menudo. Y si la empresa no viene, no importa la tasa, no le cobramos. Y de paso, nos quedamos sin los ingresos indirectos al Estado, sin los empleos, sin la tecnología, sin las ventas y sin las divisas.

Por eso cuando se diseñó y discutió la reforma a la ley de zonas francas que pasó por la Asamblea Legislativa hace dos años, se hizo con mucho cuidado, pensando en la competencia, estudiando las leyes tributarias de los países de origen, midiendo técnicamente hasta dónde se podía subir el impuesto – que sí se subió– sin quedarse fuera de competencia.

Se discutió ampliamente, y se votó unánimemente (el PAC aportó todos los votos, luego de negociar los cambios que consideró apropiados). Y esa reforma tan reciente nos da una serie de nuevos instrumentos de política industrial, e incrementa los impuestos que pagan las empresas. Pero lo hace en una forma y en un monto que las llevaría a pagarlos. No a irse.

Lo que hoy propone el Gobierno se diseñó sin esos cuidados. Se decidió en una tarde. Cambia las reglas del juego muy rápido después del cambio anterior. Deja cosas en el aire. Viene de los que por años se han opuesto al régimen. Invita a no venir a Costa Rica.

Y, si eso realmente ocurre, los únicos ganadores estarían en el país donde terminen yéndose, cuyos ciudadanos serán los que ganen más, cuyas empresas serán las que vendan más, y cuyo Gobierno será el que –indirectamente– cobre más. Nosotros, todos perdemos.