Pensamiento diseñador

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Hay problemas que por mal planteados, convocan una pobre solución. Si los gastos superan al ingreso, y se plantea el problema alrededor de cómo conseguir más trabajo, se podría encontrar trabajo para dos o tres horas más cada día, con lo cual estaría “vendiendo” horas que tienen alto valor, para su descanso, su vida familiar, formarse o reflexionar.

Una forma mejor de plantear el problema es cómo balancear el presupuesto, lo cual lleva al tema de cómo conseguir más trabajo, pero también a cómo aumentar el ingreso y cómo reducir gastos.

Si la reducción de gastos es posible, habría que sopesar si es preferible prescindir de eso que el gasto nos hace accesible o “vender” horas de alto valor.

Pero el tema más interesante consiste en ver si es posible obtener más ingreso de las horas que ahora “vendemos”: inventar cómo agregar más valor a nuestra función y gestionar un aumento de remuneración; postularse para otro puesto, o empezar a prepararse para una promoción.

Pero todo esto no llegaría a nuestra atención si mal planteamos el problema buscando formas de conseguir más trabajo. Tampoco llegaría a nuestra atención la posibilidad de convertir horas de transporte en horas productivas, lo cual nos llevaría a soluciones como teletrabajo o buscar vivienda más cerca.

Resolver un problema no es como armar un rompecabezas. Se parece más a crear una pintura y en ese sentido, el pensamiento que deberíamos aplicar no es el pensamiento analítico, sino el pensamiento diseñador. Ante una puerta cerrada, el problema no es dónde encontrar la llave sino cómo entrar en la habitación. El planteo del problema condiciona el tipo de soluciones que encontramos. Si salimos a la calle a comprobar cuánto abundan los autos de tal marca, siempre acabaremos convencidos de su abundancia. Lo mismo si planteamos mal los problemas, cosecharemos abundantes pobres soluciones.