Pecados contra el arte

Casos fallidos Un ecce homo español fue chiste de moda, pero no miremos tan lejos ni riamos tan fuerte

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Doña Cecilia Giménez da declaraciones por televisión y se le nota aturdida. No es para menos pues ella ha sido la estrella de una polémica que le ha dado la vuelta al globo: es la autora de la restauración fallida de un eccehomo, ubicado en la ahora célebre iglesia del Santuario de Misericordia de Borja (Zaragoza, España). Han corrido las burlas a costillas de doña Cecilia porque la obra original no solo quedó desfigurada, sino también ridícula. Sin embargo, al ver a la abuela tan afectada, a uno ya no le dan ganas de reír, sino de mentirle: “Vamos, doña Ceci, que la pintura no le quedó tan mal”.

Este caso emblemático llama la atención sobre las calidades de la restauración del arte sacro. La restauradora costarricense Alicia Zamora viajó recientemente a España y se percató de que otras chapucerías más discretas abundan en las iglesias de ese país; pero Zamora también reconoce que no hace falta ir a España para verlas.

El arte sacro en Costa Rica también ha sido objeto –si no víctima– de las más bienintencionadas pifias desde la óptica de la restauración profesional. “No son intervenciones ridículas, pero sí son irrespetuosas”, dice Zamora.

Nuevas antiguedades. Al entrar en la bodega de la iglesia de San Pedro de Poás, en Alajuela, al visitante le costaría percatarse de que está rodeado de reliquias pues todas en la sala –san Juan, la Virgen Dolorosa y el patrono san Pedro– lucen como si hubieran sido compradas anteayer.

Jorge Bonilla, vecino de la comunidad y entusiasta del arte religioso, cuenta que la mayoría de esas esculturas se adquirió a partir de los años 40, durante la administración del presbítero José Rams Llop. Entre esas imágenes podría haber algunas del siglo XIX y de principios del siglo XX, pero las constantes intervenciones en las esculturas hacen imposible una datación precisa a ojo limpio.

“Esta es una típica intervención empírica”, dice Alicia Zamora refiriéndose a un sagrado corazón. “Es una escultura que se ve plástica, ha perdido toda la riqueza de la técnica original”, agrega.

La obra tiene el aspecto unánime de las del resto de la sala pues fue repintada con aerógrafo. Sin embargo, entornando los ojos, Zamora señala el rasgo distintivo de unas uñas, “manicuradas” al estilo francés (la cutícula y el borde superior de color blanco).

Las obras pictóricas también suelen sufrir intervenciones alejadas de los cánones internacionales. El restaurador Gerardo Hidalgo trabaja en un viacrucis de una parroquia josefina. Las pinturas datan de finales de 1800, pero una antigua intervención al óleo hecha por un pintor nacional les borró buena parte de sus rasgos originales.

El restaurador denuncia la tendencia generalizada de creer que un artista está en la capacidad de hacer restauraciones profesionales: “Expreso mi respeto al maestro creador porque sin él no tendríamos trabajo; pero el trabajo del conservador y del restaurador va más allá del dominio de una técnica: debe existir una ética de respeto absoluto a la obra que se tiene enfrente”.

Roberto Campos es un maestro imaginero con 40 años de experiencia. Al igual que Hidalgo, él también muestra su indignación ante ciertas intervenciones hechas en el arte sacro. “A veces uno ve una Virgen Dolorosa y no se sabe si está saliendo a la procesión o al carnaval”, comenta. Sin embargo, aunque comparte una sensibilidad con los restauradores profesionales, sus técnicas y visión difieren de las descritas por Gerardo Hidalgo y Alicia Zamora.

Por ejemplo, Campos destaca que un cuadro de la anunciación ubicado de fondo en altar mayor de la iglesia de la Inmaculada Concepción, en Heredia, quedó “mejor pintado que como fue en sus orígenes” después de una intervención de su equipo. Del mismo modo afirma que, con el Cristo yaciente de la parroquia de Guadalupe (talla directa de Francisco Zúñiga), su equipo debió cambiar la apariencia de la sábana santa por el grado de deterioro en que se encontraba. “La mejoramos un mil por ciento”, dice Campos.

Alicia Zamora reafirma que sus criterios son distintos de los que se usan habitualmente en talleres como el de Roberto Campos, los cuales se rigen por el “embellecimiento” y no por el respeto absoluto a la obra original.

Abandono. Históricamente, la conservación y la restauración de las piezas de arte de la Iglesia han estado –nunca mejor dicho– a la mano de Dios. Recientemente solo algunas comunidades –como la de San Pedro de Poás– se han preocupado por cuenta propia de mantener un inventario de los bienes de la parroquia.

No obstante, el esfuerzo institucional más grande ha sido el de la Arquidiócesis de San José, que incluye a esta provincia, parte importante de Heredia y una parte más pequeña de Cartago.

Desde junio del 2007, el Departamento de Arte Sacro y Ambientación Litúrgica de la Curia Metropolitana empezó un inventario –ya casi finalizado– del patrimonio artístico y de reliquias de la arquidiócesis.

Según Luis Carlos Bonilla, sociólogo que trabaja para aquel departamento, las obras más antiguas en el país datan del siglo XVII. También reconoce que muy pocas de ellas pertenecen a la Iglesia porque la mayoría fue saqueada y se encuentra en colecciones privadas. Por ello, la mayor parte de la imaginería religiosa exhibida en el país data de los siglos XIX y XX.

Bonilla coincide con los restauradores en que uno de los principales problemas con las obras sacras es la tradición de encargar reparaciones a artistas o personas sin formación profesional en restauración.

Por ejemplo, el sociólogo cuenta del caso de una imagen del dulce nombre de Jesús cuyo cabello fue intervenido con laca dorada que se usa en autos. La restauración de esta pieza estuvo a cargo de Gerardo Hidalgo, y él recomendó, muy a pesar suyo, mantener la pintura ya que removerla implicaría raspar y desnaturalizar la talla en madera.

Bonilla explica que los seminaristas, quienes administrarán parroquias, no llevan un curso de historia ni de apreciación de arte. No obstante, informa de que la curia ofrece talleres optativos a los estudiantes con algunas guías elementales.

Alicia Zamora afirma que la sensibilización de las personas involucradas en la conservación apenas ha mejorado durante sus 30 años de experiencia. “La gente debe saber que la obra pierde información y se desfigura dentro de su condición de original cada vez que se hace una intervención irrespetuosa”, agrega.

Cuando Jorge Bonilla llamó a Zamora para que diagnosticase las obras de la parroquia de San Pedro de Poás, ella se negó a ofrecer una restauración porque sabía que cualquier cosa que hiciera se percibiría como “fea” a los ojos de la feligresía.

A contrapelo de tanta reliquia modernizada, las excepciones existen. La imagen del Cristo de Esquipulas, de la iglesia de Alajuelita, es un buen ejemplo de una obra que recuerda su historia.

Gerardo Hidalgo había restaurado la inmensa talla en madera hace años y, cuando hace poco fue a diagnosticar su estado, constató que estaba en óptimas condiciones de conservación.

El arte religioso probablemente haya sido el primer contacto de muchas personas con las artes plásticas. Esta familiaridad –que muchas otras formas de arte desearían para sí– se ha rebelado contra las obras: el feligrés confiable se puede tornar en el artista confianzudo. Allí tenemos a la pobre doña Cecilia, en España, que quiso restaurar arte sacro y, unos brochazos después, se había convertido en la más renombrada creadora de arte en estos días.