Páginas ‘para chuparse el dedo’

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Chuparse un dedo para pasar la página fue lo primero que la abuela hizo cuando tuvo en sus manos un dispositivo de tipo tableta con la descarga de un libro de cuentos para sus nietos. Este es un reflejo que, más allá de la anécdota, da cuenta de la progresiva asimilación de la literatura volcada sobre los aparatos móviles.

Del otro lado, y de mucho más impacto que la anécdota de la abuela, está el fenómeno en torno a Amanda Hocking, la protagonista de un verdadero boom literario en los Estados Unidos pues con solo 26 años vende al mes unos 100.000 ejemplares.

Amanda era una trabajadora social que en su ratos libres escribía con bastante fluidez pues su record son 17 novelas. Con notable audacia decidió autoeditarlas en Kindle, el dispositivo que Amazon ha vendido a granel.

Pese a ello, esa David ha sabido sacar partido de su Goliat. Amazon se queda con el 30% de los $3 que cuesta cada una de sus novelas, pero Amanda Hocking recibe unos $200.000 al mes: una suma nada despreciable pues ninguna editorial apostó por ella, y no se habla de promoción porque ni siquiera ha impreso sus obras.

No se trata de la primera brecha que el llamado “libro electrónico” o “digital” abre en la muralla que salvaguarda el prestigio de un autor, o bien, en la conducta o los hábitos de un lector.

No es posible juzgar el valor literario de lo que hace Amanda, pero sí es factible celebrar su éxito sin que ello implique confundir la cantidad con la calidad. A su vez, de la abuela tampoco se espera que incinere su biblioteca y corra por una tableta electrónica, pero es obvio que algo está pasando.

La nueva tinta se multiplica. La empresa consultora Gartner señaló que las ventas de dispositivos de libros digitales superaron en el mundo los 6,6 millones de unidades durante el 2010, cifra que supone un crecimiento del 79,8% con respecto al 2009.

Otros expertos señalan que las ventas de libros electrónicos se elevarán por encima de los 11 millones de unidades en este 2011: el 68,3% más que el 2010. Asimismo, se calcula que al finalizar este año habrá 85 modelos diferentes de dispositivos.

Como si fuese poco, la Asociación de Editores Estadounidenses (AAP) acaba de anunciar que, por primera vez, la venta de títulos para libros electrónicos ha superado a la de los libros impresos en todos los formatos (de bolsillo y de tapa dura). Los datos corresponden al mes de febrero anterior.

En enero, la AAP afirmó que, cada año, la venta de esos dispositivos aumenta el 116%. En febrero, el crecimiento se aceleró hasta alcanzar el 202,3% del volumen del mismo periodo el año pasado.

Además de los cambios empresariales y financieros de las publicaciones, hay quienes sostienen que los efectos de las nuevas tecnologías en la sociedad serán aún más delicados. Se afirma que los libros electrónicos podrían estar creando una nueva división entre quienes los leen y quienes no tienen el poder adquisitivo para comprarlos. Algunos dicen que esto es otra expresión de la brecha tecnológica, aunque por ahora sea una discusión sin grandes pruebas.

Lo que sí es evidente es el debate que existe en torno a las bondades del tradicional libro de papel y a su novato competidor, el electrónico. En defensa del libro de papel, sus devotos hablan de ellos como objetos únicos: mencionan el peso, la tipografía, las tapas y, por supuesto, el aroma y la experiencia táctil de pasar las páginas.

Un punto a favor es que la eventual descarga de la batería del homólogo electrónico podría dejar al lector a medio párrafo de un atractivo final de historia, algo que difícilmente ocurriría en el libro de papel. ¿Qué pasa con las manías de algunos: rayar y marcar libros? Los digitales también ofrecen ahora esas alternativas, teclado incluido.

De la acera de enfrente se señala que la elaboración de libros impresos resulta muy costosa (operarios, energía, maquinaria, tinta y papel), además del impacto ambiental que supone fabricar el papel. Los libros de papel ocupan espacio físico; algunos, por su peso y su volumen, son incómodos de leer.

En cambio, con las tabletas –y aunque suene pueril–, los estudiantes verían muy reducido el peso que deben cargar en sus espaldas si los libros de textos escolares llegasen al formato digital. ¡Ah!: y no olvidemos la facilidad que ofrece el electrónico de poder aumentar el tamaño de la letra, algo muy valorado por los más grandecitos.

La gran ventaja de los dispositivos digitales es que admiten cientos de novelas, poemas, obras de teatro, ensayos, etc. Los más avanzados incluso permiten la conexión a Internet, lo que amplía el espectro de lectura a periódicos y revistas.

Aunque se piense que leerlos se parece a pasarse horas frente a un monitor, la experiencia es muy diferente. Una pantalla de tinta electrónica no emite luz; como el papel, es un “dispositivo pasivo” pues refleja la luz (natural o artificial) que tenemos alrededor para permitirnos ver lo que está escrito.

Su principio es exactamente el mismo que el de una hoja de papel: tan igual que la tinta electrónica tampoco es visible en la oscuridad. En otras palabras: se necesitaría un foco de luz que incida en la pantalla, de la misma manera que lo necesitaríamos con el papel normal. Esta característica hace tan interesante a la tinta electrónica pues la fatiga visual de leer en una pantalla de este tipo es la misma que la causada por la lectura en un papel.

Sin embargo, también hay inconvenientes. El más notable –y el que primero detectará su ojo– es la velocidad con la que la pantalla se redibuja. Usted está habituado a las pantallas de computador (activas), que llegan a cambiar cientos de veces por segundo, de modo que le parecerá lenta la tinta electrónica pues demora entre 1 y 2 segundos en redibujarse.

Otro inconveniente es que las pantallas pueden mostrar hoy hasta 16 tonos de gris, todo un avance si se piensa que hace un par de años solo había 4. Esto no es muy grato para mostrar fotografías, salvo que seamos poco exigentes. Ni hablar, pues, de la lectura de los comics . La tinta electrónica en color es una deuda pendiente.

El mundo de Amazon. En la actualidad, los dispositivos son muchos y diferentes; sin embargo, para nadie es un misterio que las referencias obligadas son Amazon y su popular Kindle, que, además de aparato, ofrece un servicio de lecturas.

Amazon administra la principal librería y vende los libros que el lector compra (desde su propio Kindle o mediante Internet) para que se instalen como una copia. En realidad, lo que adquiere el comprador es el derecho a leer ese libro. El libro reside en los servidores de Amazon, que lo muestran en el dispositivo del usuario cuando este lo solicita. Ese aparato no necesariamente debe ser un Kindle ya que puede leerse también en un celular o incluso en una computadora con los programas adecuados.

Además, Amazon permite leer el libro al comprador independientemente de donde pretenda leerlo. Incluso se guardan las notas que el lector escribió y se conserva el número de la página donde detuvo su lectura (como un marcador) si se pasa de un dispositivo a otro.

Como ya dijimos, la información realmente no está en el lector, sino en la Red (en la “nube”, con todas las consideraciones sobre la propiedad y la privacidad que ello implica. De hecho, la discusión sobre la piratería campea pues resulta obvio hablar de la descarga de archivos (libros) por cauces no autorizados.

Una ventaja es el poco espacio que ocupan los libros digitales en relación con la música o las películas, cuyas descargas toman unos segundos. En cambio, el tiempo de descarga de un libro electrónico es insignificante. En 1 GB (gigabyte) se puede tener acceso a cientos de volúmenes: ¡miles de páginas!

Amazon siempre ha mimado su producto estrella, Kindle, cuyo formato además ha servido para empujar el fenómeno de los libros digitales. Amazon tiene en su haber la descarga pirata más popular del orbe: la colección de unos 650 libros titulada Kindle Books Collection, presa fácil de cualquier cibernauta medianamente astuto.

Asimismo, la aparición del iPad de Apple también ha contribuido a incrementar el fenómeno pirata. Su rápida implantación en el mercado y la llegada a millones de usuarios marca un nuevo despegue de la piratería.

Esta semana, Amanda Hocking sigue vendiendo sus libros y ganando miles de dólares, para envidia de muchos escritores más importantes o mejores que ella. La abuela se divierte con la tableta electrónica y quizá no vuelva a chuparse el dedo para pasar las páginas, pero difícilmente abandonará su “nuevo libro”.

Definitivamente, algo está pasando.

El autor es periodista y está especializado en periodismo digital.