Página negra Rodney King: De la rebelión a la redención

Un video de 81 segundos lo sacó del anonimato, pero lo lanzó a patadas a la vida pública y nunca asimiló la fama, ganada tras una golpiza policíaca que desencadenó una batalla campal en Los Ángeles.

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Iguales pero diferentes. Apalear a un negro hasta el cansancio, en Estados Unidos, no era noticia. Ya en los años 20 los linchaban y las fotos se enviaban a los amigos como postales turísticas.

¡A quién le importaba un rato de diversión! A nadie, hasta que la noche del 3 de marzo de 1991 un plomero argentino, radicado en Los Ángeles, filmó a siete policías blancos mientras cosían a patadas y garrotazos a un negro borracho, indefenso y asustado.

Casi un año después la Ciudad del Pecado ardió con 3,500 incendios; turbas sin control saquearon miles de tiendas; 55 personas murieron; la pérdidas materiales fueron de mil millones de dólares y todo a causa de un hombre que al parecer no tenía importancia: Rodney King.

Este era un bueno para nada, un borrachín, un residuo humano hijo de Odessa, una fanática Testigo de Jehová, y Ronald King, un misceláneo que solía abanicarlo a pescozones; eso sí, combinados con severas admoniciones sobre la fe y el amor al trabajo duro.

La madre lo llamaba Glen y este, con sus hermanos, ayudaba al padre a limpiar pisos en los hospitales hasta la madrugada. Tras pocas horas de sueño lo levantaban para ir a la escuela y ahí quedaba dormido sobre el pupitre, así lo describió The Daily Telegraph en el obituario publicado tras su muerte.

A los 42 años Ronald murió a causa del alcoholismo y Rodney se volvió un dipsómano. Dejó la escuela y buscó trabajo como peón de construcción; en el camino se tornó un granuja que vivía de pequeños robos.

A los 18 años engendró a su primera hija con Carmen Simpson; tuvo otras dos más: una con su esposa Danetta Lyles y otra con su segunda mujer Crystal Waters. Se divorció de ambas y los últimos años los pasó ennoviado con Cynthia Kelly, la misma que lo encontró muerto, flotando en la piscina de su casa en Rialto, California.

A los 24 años King asaltó una tienda; golpeó a la dueña con una barra de hierro y un garrote; robó 200 dólares pero la policía lo capturó y un juez lo sentenció a dos años de prisión; al año fue puesto en libertad bajo palabra, según el periódico The Independent .

En esas estaba la noche en que cruzó raudo en su Hyundai, a 150 km por hora, la autopista del Valle de San Fernando, con una jauría de radiopatrullas tras sus huesos.

Aterrorizado paró de golpe y un cono de luz le cayó del cielo. Varios cíclopes uniformados lo sacaron a empellones del asiento; lo estrellaron contra el asfalto y ahí lo machacaron con 50 bastonazos, una seguidilla de patadas y una retahíla de insultos.

Todo habría quedado en una anécdota deportiva; de no ser porque George Holliday filmó –desde su balcón– los 81 segundos que duró la golpiza y comenzó la cuenta regresiva hacia la noche más endiablada que vivirían los angelinos, el 29 de abril de 1992.

La noche triste

Si no quieres que se enteren no lo hagas. Mientras los polizontes “educaban” a Rodney el “mirón” los grababa, con una camarita que había comprado para filmar a la cuadrilla de plomeros que tenía a su cargo, explicó Holliday al periódico argentino La Nación .

A la mañana siguiente George fue a la estación de policía de Los Ángeles, pero ahí le devolvieron la cinta y por poco lo encierran por metiche. Sin saber que tenía en sus manos el primer “video viral” y trending topic de la historia, lo dejó en el Canal 5 y ahí los periodistas cayeron en cruz al observar la noticia de la década. Aunque George no quería dinero, le dieron 500 dólares.

La emisora lo difundió y encendió la mecha de una bomba de relojería que explotaría –casi un año después– cuando un tribunal de blancos y respetables californianos absolvió de toda pena al cuarteto policíaco, que dejó a Rodney como un camote.

Varios días después King apareció ante la televisión en una silla de ruedas y enyesado; dijo a la revista Time : “Temí por mi vida, por eso me quedé muy quieto y aguanté como un hombre”.

El juicio contra los oficiales fue un montaje para beneficiarlos; hubo un contubernio solapado entre jueces, jurados y testigos para dejar libres a los inculpados. Solo les faltó castigar a la víctima.

Apenas salió la noticia de la absolución, el 29 de abril de 1992, el sur de Los Ángeles estalló en una bola flamígera de furia, violencia y resentimientos acumulados por décadas. Ladrones y pirómanos asolaron la ciudad y el odio se pegaba al aire, como el látigo a la piel de un caballo desbocado.

Una turba atacó sin piedad a Reginald Denny, un chofer blanco. La multitud enardecida saqueó las tiendas; peatones inocentes quedaron en medio de las balaceras y la policía, impotente, tuvo que pedir ayuda a la Guardia Nacional que irrumpió entre las huestes enloquecidas y a punta de pistola las redujo al orden.

Fueron cuatro días de ira. Cuadras enteras quedaron devastadas, miles de negocios consumidos por cientos de incendios; ventanales rotos; autos destruidos; los hospitales saturados de heridos y cadáveres.

Rodney pasó de lastre social a ser un ícono de los derechos civiles. Se convirtió en una figura mediática asediada por la prensa; firmó contratos millonarios en publicidad y en Hollywood se peleaban a mordiscos los guiones para filmar su azarosa vida.

La ciudad lo indemnizó con $3.5 millones; los abogados lo esquilmaron con la mitad y el resto lo dilapidó en fallidos proyectos musicales; lujos y locuras personales.

La nuez le toca en suerte, al que no tiene dientes. Según contó a la BBC: “Me dijeron que la gente me recordaría cuando muriera, y que aún hablarían de mí dentro de 100 años. Da un poco de miedo, pero a la vez es una bendición”. La gente lo comparaba con Malcolm X, Rosa Parks o Martin Luther King.

Juguete roto

Cinthya, su novia, encontró el cadáver de King hinchado por el agua; no tenía signos de violencia ni rastros de drogas. Un amigo, Damon Feldman, denunció a la policía que entre la pareja hubo peleas y diferencias, pero nunca se pudo probar nada. Ella había sido integrante del jurado que propició la indemnización de Rodney.

La paliza policíaca arrojó a King a los focos de la vida pública, pero este no aguantó el peso de la fama y sucumbió a las drogas, el alcohol, los fracasos financieros y la violencia familiar.

Solo él pudo detener los disturbios en Los Ángeles, cuando suplicó ante las cámaras: “¿No podríamos llevarnos bien?”, y la calma llegó. A los pocos meses lo pescaron con un travesti en la zona rosa angelina; afrontó seis infracciones de tránsito: embistió a un policía que quiso imponerle una multa; lo detuvieron por manejar borracho. “Todavía bebo, no me emborracho”, confesó a The Associated Press.

King apenas podía controlar sus arranques de cólera. Una vez intentó atropellar a su exesposa; en otra lo detuvieron por pegarle a sus dos hijas y a la novia. La cadena Fox News informó en el 2007 que Rodney había sido baleado en “la cara, brazos, espalda y pecho” a causa de una disputa doméstica; cuando la policía llegó a la casa King lucía intoxicado.

Recaló en el 2008 con otros desadaptados sociales en Celebrity Rehab , el programa del Dr. Drew Pinsky, en un vano intento por exorcizar al demonio del alcohol.

Rodney era un incómodo. Demandó a cinco de sus abogados por haberle birlado –según él– la mitad de la indemnización concedida por la ciudad; además de miles de dólares en honorarios. Perdió todas las causas.

Una editorial le adelantó mucho dinero para que escribiera sus memorias; pero las deudas lo tenían del cogote y tuvo que trabajar como peón de construcción.

Saltaba de un problema a otro. Invirtió en una compañía disquera de hip hop y quebró; patrocinó peleas de boxeo entre famosos y las organizaciones civiles le rogaban para que le alquilara su imagen; en una ocasión apoyó a una junta de vecinos para defender las zonas verdes.

King tenía 26 años cuando fue lanzado a patadas a la fama; estuvo a un palmo de morir, pero sobrevivió para vivir una pesadilla que acabó a los 47 años, el 17 de junio del 2012.

Era un hombre modesto, de hablar pausado, afectuoso a su manera, que anduvo a la deriva y encalló una noche entre las botas de la policía para naufragar en el fondo de una piscina, mirando boca arriba la oscuridad y las estrellas.