Página negra Malcolm X: El hijo que llegó a casa

Líder de los derechos civiles negros en los años 60, su vida fue la misma de millones de jóvenes de color en los guetos norteamericanos, regidos por la destrucción familiar, la delincuencia y la muerte

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El sueño americano se convirtió en una pesadilla; una maldición que lo persiguió desde que sus ancestros africanos fueron cazados, encadenados, arrastrados en filas, almacenados en barcos y esclavizados.

Fue un príncipe negro. Capaz de detener una manifestación masiva, pero el único que podía convocarla por sus ideas claras y la sencillez de sus actos.

“Pico de oro”, verbo incendiario, magnético y feroz; sus biógrafos afirman que fue el negro más influyente del siglo XX en los movimientos sociales norteamericanos e inspirador de las Panteras Negras y los grupos revolucionarios de los años 60 en Estados Unidos.

Nació como Malcolm Little, cambió a El-Hajj Malik El-Shabazz y todo el mundo lo conoció así: Malcolm X, el fénix negro que resurgió de las cenizas de la delincuencia, la prostitución, las drogas y la prisión.

Renunció a su apellido original para romper con esa marca de sus amos blancos, heredada de su padre Earl y de su madre Louise, hija de un escocés afincado en Granada, una ínsula caribeña.

Fue el cuarto de siete hijos; nacido el 19 de mayo de 1925, en la aplastante pobreza de los guetos negros de Nebraska, su familia abandonó la ciudad de Omaha amenazada de muerte por los racistas arios del Ku-Klux-Klan.

En La vida del hombre que cambió la América negra , de Bruce Perry, este señala que Louise rechazaba al niño por tener la piel más clara que sus hermanos y el pelo “rubio ceniza con matices de canela”, que con los años se tornó rojizo y por eso le apodaban “red”.

El padre fue un activista local de la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro y la Liga de Comunidades Africanas (UNIA), fundada por el líder jamaiquino Marcus Garvey.

Según su autobiografía, por esa y otras razones, un día de 1931 Earl “cayó accidentalmente” y fue molido por las ruedas del tranvía en Michigan. Malcolm atribuyó el “percance” a la Black Legion, un grupo supremacista blanco que antes había incendiado la casa familiar.

La empresa aseguradora arguyó suicidio y evadió pagar la indemnización, lo que ocasionó a la viuda una severa crisis emocional, que terminó con ella en un asilo para dementes, de donde sus hijos la rescataron 26 años después.

Los niños fueron repartidos en orfanatos y Malcolm cayó en picada. Antes de eso había sido un aventajado alumno, pero derrapó en los estudios porque un profesor le dijo que sus aspiraciones de ser abogado, no eran un objetivo realista para un negro, recordó en su autobiografía, escrita con ayuda de Alex Haley.

Ahora si que se las vio a palitos. Íngrimo y sin hogar saltó de un reformatorio a otro, hasta que una familia lo adoptó y en la adolescencia se fue a vivir a Boston con su hermanastra Ella.

De limpiabotas y camarero pasó a perdonavidas en las calles, un día proxeneta, en otro traficante de drogas y cuando podía asaltaba parroquianos a mano armada. Jefeó su propia gavilla especializada en robos en casas de blancos adinerados y tras varios “golpes” fue capturado por la policía y enviado siete años al presidio, en 1946.

La redención

En la cárcel, Malcolm conjuró a sus demonios y por su apostasía lo apodaron “Satán”; pero ahí conoció –como un moderno Edmundo Dantés– a quien lo sacó de aquella ciénaga: John Elton Bembry o Bimbi. Este era un autodidacta quien lo convenció de estudiar y fomentó en Malcolm un apetito insaciable por leer y leer. Así engulló libros enteros sobre historia, ciencias, literatura; desarrolló su autoestima, disciplina, concentración y eclosionó.

Merced a la correspondencia con su hermano Philbert, conoció la existencia de la Nación del Islam, fundada en 1930, por Wallace Fard Muhammad y dirigida luego por Elijah Muhammad, con el objetivo de rescatar el acervo cultural de los musulmanes negros en Estados Unidos y el mundo. Malcolm abrazó el Islam y agregó una “equis” a su nombre, en memoria del apellido africano que sus “amos blancos” le habían quitado.

Nadie sabía “lo hondo que tuvo que meterse el Islam para alzarme, para salvarme de lo que inevitablemente habría llegado a ser: un criminal en la tumba o, si seguía vivo, un convicto endurecido y amargado de 37 años, metido en algún penal o en un manicomio”, escribió en sus memorias.

Recién salido de prisión, en 1952, Elijah lo nombró su lugarteniente, dirigió el periódico de la agrupación, fue el vocero nacional y dirigió la Mezquita N.º 7 de Harlem, Nueva York, la más grande del país.

Desde ese púlpito montó campañas contra el gobierno norteamericano; lo increpó por “despojar y oprimir a los pueblos de África, Asia y América Latina” para engordar las arcas del capitalismo. Según él, en todos esos lugares germinaba una revolución negra y la de Cuba, en 1959, si era de verdad.

Pronto, el FBI le abrió un expediente, sobre todo cuando se declaró comunista y comenzó a dar su opinión en todo tipo de temas, a la TV, la radio y periódicos.

Su prédica convirtió La Nación del Islam, de una banda de apenas 500 fanáticos, a un poderoso conglomerado económico de 30.000 afiliados, que poseía cadenas de pequeños negocios donde laboraban miles de negros.

En diez años aplicó su formidable capacidad organizativa para infundir la zozobra en la población blanca, construirse una imagen internacional en el movimiento panafricano y exhibir, en todos los foros posibles, su envolvente oratoria. Esta era un talento apreciado en los 60, sobre todo con el desarrollo de la TV y la radio; justamente, la oralidad –por ejemplo la música– fue uno de los medios principales de expresión de los negros y en ella radicó su carisma.

Malcolm X poseía una voz nítida, con una suave cadencia, sus palabras eran ígneas; podía decirlas con lentitud, aumentar la velocidad y dejarlo sin respiración, para invitar al público a la violencia como medio de autoprotección.

Siembra vientos

El entorno de los años 60 era bastante sangriento. Comenzó con el asesinato del presidente John F. Kennedy, en 1963; siguió con el mismo Malcolm X –el 21 de febrero de 1965 –; remató con el de Martin Luther King en 1968, todo con el fondo de la Guerra de Vietnam, que ocasionó la muerte de casi seis millones de civiles y unos 58.000 soldados norteamericanos.

Sumado a eso, el odio racial era una sustancia volátil y explosiva. Tres de sus hermanos fueron asesinados por blancos, uno de ellos linchado. También el padre murió en circunstancias oscuras. La casa paterna, la suya y hasta la de su esposa fueron incendiadas.

La radicalidad de su mensaje le granjeó enemistades aún entre sus hermanos negros; dominaba a los medios de comunicación y mantenía contacto con personajes del momento: Fidel Castro, Gamal Abdel Nasser, Muhammad Faisal y hasta el boxeador Cassius Clay, que se pasó al Islam como Muhammad Alí.

Debido a la publicación de su foto en la portada de un libro, del periodista Louis Lomax, además de seis de sus discursos, sus relaciones con La Nación del Islam estallaron y terminó haciendo casa aparte en 1964, y fundó sus propio movimiento nacionalista negro, relató Manning Marable, en una de las mejores biografías de Malcolm X.

En abril de ese año peregrinó a La Meca, adoptó el nombre árabe de El Hajj Malik al-Shabazz y viajó por Europa, África y Asia promoviendo el orgullo negro y el establecimiento de un estado independiente afroamericano. Se opuso a los demócratas y republicanos, se enfrentó a sindicatos, a socialistas, a comunistas y se volvió una voz en el desierto.

Así llegó, el 21 de febrero de 1965, a un viejo salón de baile en Manhattan, el Audubon Ballroom. El lugar estaba a reventar. De pronto cuatro conjurados armaron un alboroto, los guardaespaldas se distrajeron y tres de ellos rociaron 15 balazos en el pecho de Malcolm X. Uno de los asesinos, Thomas Hagan fue capturado y delató a sus compinches.

En el año 2000, Louis Farrakhan, líder negro y cantante de calipso, reconoció su responsabilidad en el crimen; Qubilah, una de las hijas de Malcolm X, quiso vengarse y contrató a Michal Fitzpatrick, un exagente del FBI, para liquidar a Farrakhan.

Las especulaciones sobre el asesinato abarcaron desde los servicios de inteligencia norteamericanos hasta la Mafia; esta última un poco descabellada, pues afirmaba que el mensaje de Malcolm X cambió el estilo de vida de los negros y bajó el número de delitos y el consumo de drogas entre esta etnia, lo cual afectó las operaciones del crimen organizado.

El último acto de la maldición de Malcolm X ocurrió en 1997 cuando su viuda, Betty Shaazz, considerada la “Reina Madre de la América Negra”, murió quemada después de que su nieto de 12 años incendiara su casa con gasolina. Betty fue la madre de siete hijos, era maestra y acompañó a su marido en la defensa de los derechos civiles.

La vida de Malcolm X fue una auténtica historia americana, la caída en el abismo, la redención religiosa, el viaje heroico y la muerte trágica para vivir entre los inmortales.