Página negra: Carlos Monzón, héroe, solitario y guerrero

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Silencio en la noche. El músculo duerme'la ambición trabaja. Fino, salvaje y contundente. Tuvo a la vida contra las cuerdas, pero esta lo noqueó de un golpe seco. Ni escuchó la cuenta y quedó'con la noche boca arriba.

Desde una carpa de circo, allá en la añeja Lutecia –la de los antiguos galos– su izquierda centelleante y una derecha de yunque sacaron chispas e iluminaron París, la ciudad luz.

Era el 9 de febrero de 1974. Carlos Monzón, el Gaucho de Hierro, hizo puré al resbaloso José “Mantequilla” Nápoles, reiterando su reinado en la división mediana de boxeo, corona que había obtenido a puño limpio y en una titánica velada tras “sopapear” a “El Bello Nino” Benvenutti, el 7 de noviembre de 1970.

La televisión comenzaba sus transmisiones internacionales y Monzón juntaba, en torno a la “caja tonta”, a miles de fanáticos seguidores de su particular estilo “callejero”, aprendido en incontables peleas en “La flecha” y “ Barranquitas”, miserables barriadas de Santa Fe, Argentina, donde nació el 7 de agosto de 1942.

En el esplendor de su carrera boxística –a los 35 años–, con más de un centenar de combates al lomo, se “dio el tupé” de jubilarse cansado de machacar retadores de todas las especies.

Desde el primer berrido amagó una infancia pobre. Carlos saltó a la lona de la vida empujado por sus padres, Amalia Ledesma y Roque Monzón, más pobres que una rata.

Reacio para los estudios abandonó, por decisión, la escuela en el tercer grado y se rebuscó los centavos como lechero, pregonero, buzo en los basureros, limpiabotas y a trompadas en la calle. Ahí se volvió frío, duro y feroz para defender a zarpazos sus fruslerías, que con los años serían miles y después millones de dólares.

Solo era un adolescente y ya iba perdiendo por puntos, hasta que subió a un ring de aficionados y ahí comenzó una carrera que lo llevó al profesionalismo en 1963, donde llegó a encadenar una seguidilla de 80 victorias consecutivas.

Vivía para entrenar, viajar, pelear, despistar a la pobreza y darle comodidades a su familia. Hizo una fortuna y llegó a tener 46 trajes, 200 camisas, 300 corbatas e igual cantidad de zapatos. El abogado Iván Raimondi reveló que Monzón llegó a tener –entre 1970 y 1977– seis millones de dólares, 35 apartamentos, dos casas, una finca, siete camionetas y tres autos Mercedes Benz. Aún así alegó que no podía pagar toda la pensión alimentaria a su última esposa, Alicia Muñiz y a su hijo Maximiliano.

Carlos Monzón hizo cola en la lista interminable de boxeadores que alcanzaron la gloria y se desplomaron. Battling Siki, acribillado a los 28 años; Don Jordan, apaleado en un estacionamiento; Alexis Arguello, se pegó un tiró en el corazón; Edwin Valero y Arturo Gatti, estrangulados; Sonny Liston, murió de una sobredosis, sin contar a otros que acabaron en accidentes: Rocky Marciano y Jack Johnson.

Toro salvaje

Por los guantes de Monzón pasaron los mejores púgiles de los años 70 y a todos los zurró con sus brazos largos como escopetas. Eran púgiles temibles como Douglas Huntley, Tom Vetea, Benny Briscoe, Jean Claude Bouttier, Emile Griffith y Rodrigo Valdéz; pero hubo dos que marcaron su vida: Nino Benvenutti y José “Mantequilla” Nápoles.

Callado, sin estridencias, subió al Palazzeto Dello Sport de Roma para enfrentar a “El bello Nino”, un italiano con plante de actor, fina estampa, campeón europeo y un gladiador amado por su afición. Monzón tenía el color oscuro de los indios mocovíes, flacucho, alto, brazos secos y largos, peleaba como una calculadora humana, era avaro en emociones, serio y a veces antipático.

En su esquina estaba Amílcar Brusa, el gurú de los gimnasios, su entrenador, amigo y padre que le enseñó –además de la técnica– las buenas maneras de la sociedad.

Fue un choque de titanes hasta que en el asalto doce un brutal derechazo desmoronó a Benvenutti, como si un meteorito hubiera pulverizado el Coliseo romano. Ganó 15 mil dólares, muy lejos de los 50 pesos que obtuvo en su primera pelea profesional, y comenzó un reinado triunfal de 14 defensas invictas a punta de porrazos.

Tras avanzar a puñetazos por encima de sus retadores llegó la consagración ante Nápoles, un cubanito afincado en México que era campeón wélter y tuvo que subir dos categorías para intentar vencer al doble monarca de la Asociación Mundial y del Consejo Mundial de Boxeo.

El retador atrajo a los aficionados franceses con su aire desenfadado, paseaba un perrillo french poodle por los parques parisinos y era un boquiflojo que amenazó a Monzón con darle un baile en el ring porque era un “campeón de papel”, según la prensa de la época.

Para condimentar el pleito, Alain Delon –celebérrimo actor– promocionó a Monzón como el “macho”, en contraposición al grasoso apodo de Nápoles.

En su autobiografía “Mi verdadera vida” Monzón aseguró “La pelea era para mí una cuestión personal, así que más allá de la bolsa de 250 mil dólares me había propuesto romperle la cara”.

Cerca de 12 mil espectadores colmaron la carpa ubicada en Ville-de-Puteaux y los contendientes subieron a la lona precedidos por música de mariachis para “Mantequilla” y el tango “Silencio” para Monzón, sobre el valor y el patriotismo de cinco hermanos abatidos durante la Primera Guerra Mundial en los campos de Francia.

Carlos entró sin piedad. Apenas lo tuvo a tiro le metió un manazo que tiró al pobre negrito hasta las cuerdas; a partir de ahí lo trató como un monigote, lo zarandeó, lo hizo puré y en el sétimo asalto “Mantequilla” tiró la toalla porque tenía los ojos como caimitos. Fue tan impactante la pelea que inspiró un cuento detectivesco a Julio Cortázar: La noche de Mantequilla Nápoles.

Besos brujos

¡Sacar del ring a Monzón! Lo que no hicieron más de 200 rivales, lo lograron las curvas de Susana Giménez; modelo, actriz, vedette, empresaria y estrella de la televisión argentina.

Antes de la pelea contra Nápoles el cineasta Daniel Tinayre le ofreció a Carlos compartir cartel con Giménez en la película “La Mary”, que dio pie a un sonado romance entre ambos.

Los placeres de la cama y de la mesa ablandaron al campeón. Viajes, derroches, peleas y separaciones. A Susana no le gustaba el boxeo y Monzón lo tiró en 1977; un año después ella lo dejó colgado a él, algunos dijeron que por el alcohol y las malas juntas, de acuerdo al libro de Jorge Novoa El romance del siglo.

“Cuatro veces me casé y cuatro me equivoqué. Nunca tendría que haberme casado” confesó a la periodista Cristina Castelló, de la revista Gente.

Monzón le pegaba a sus mujeres. Su primera esposa Mercedes Beatriz García –Pelusa– lo demandó por violencia doméstica pero el vicealmirante Jorge A. Desimonio –gobernador de Santa Fe– le dio el indulto en 1977, según contó Soledad Vallejos en un artículo del Suplemento Las 12, donde denunció esas agresiones y cómo la prensa las justificaba.

En 1979 Alicia Muñiz, una rubia modelo uruguaya de sonrisa fácil, se enamoró del púgil, un hombre violento que la conquistó con flores y obsequios, pero que le daría frecuentes palizas. Aún así tuvieron un hijo, Maximiliano, que estaba con Monzón la mañana del 14 de febrero de 1988, en que este discutió con la madre y ella cayó por la ventana de un lujoso apartamento en Mar del Plata, en un aparente accidente.

“¡Yo no la maté, yo no la maté!” gritaba Monzón sobre el cadáver de Muñiz, pero el juez Jorge Simón Isacch se remitió a las pruebas y a lo que reveló la autopsia: la mujer fue estrangulada y lanzada al vacío, al chocar contra el cemento el cráneo estalló.

Lo condenaron a once años de prisión. En la cárcel recibió, según la revista Caras, esta carta de su hijo Maxi: “Odiado papá, no te pienso ver nunca en la vida y no te voy a mandar ni media foto mía. No te quiero.”

Monzón peleó su último round la noche del 8 de enero de 1995. Le faltaban 14 meses para salir bajo libertad condicional y, de regresó a la prisión, chocó su auto y murió.

Considerado como el mejor peso mediano de todos los tiempos por su agilidad, velocidad, pegada y astucia siguió el vuelo triste de las polillas y acabó salpicado de gotas punzantes, en el charco de su alma.