Página negra Agatha Christie: La reina del misterio

La novelista inglesa escribió por necesidad porque el padre la dejó en la pobreza; el marido la abandonó por una secretaria, entró en una crisis mental, desapareció 11 días y nunca reveló ese enigma.

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El olvido es el único crimen perfecto. A la hora del té, una encantadora abuelita inglesa maquinaba misteriosos enredos entre atildados caballeros y damas de alcurnia, quienes dirimían sus diferencias por un método tan expedito como antiguo: el asesinato.

De la mano del regordete y afrancesado detective Hercúles Poirot o de la perspicaz ama de casa, Miss Jane Marple, cuatro mil millones de lectores vagaron por laberintos de falsas pistas para contestar una sola pregunta: ¿Quién fue?

Durante medio siglo, la escritora Agatha Christie reinó en el lado oscuro de la mente y mantuvo atrapados en una ratonera a los fanáticos del misterio, los detectives y los crímenes.

El célebre apellido fue la única herencia de su primer marido, el coronel Archibald Christie –aviador de la Royal Flying Corps– un amor juvenil que terminó al estilo de los relatos que la harían famosa, solo que sin muertos.

Los apologistas de sus obras señalan que la afición por los cadáveres y los métodos poco ortodoxos para deshacerse de un majadero, le sobrevino a la literata mientras fungía como enfermera voluntaria en un dispensario y en los improvisados hospitales de la I Guerra Mundial. Ahí aprendió los secretos de la toxicología, síntomas, consecuencias y dosis justas de veneno, arma preferida de sus ficticios homicidas.

Esa elegancia criminal es la que le critican sus detractores; los asesinos de Agatha no son mequetrefes o mentecatos que acechan a sus víctimas en sórdidos callejones; al contrario, pertenecen a una élite siniestra, capaces de planificar un crimen como si fuera una partida de bridge y de ultimar un cristiano con la fineza de un gentleman .

El linguista Roland Kapferer lideró un equipo de expertos de las Universidades de Warwick, Birmingham y Londres, que analizó las técnicas literarias de la reina del suspenso y dictaminó las causas de su éxito.

La “autopsia” editorial reveló que Christie utilizaba frases muy sencillas, que enviaban mensajes al inconsciente del lector y conforme avanzaba el relato incrementaban la ansiedad por conocer el resultado de la trama, gracias a las pistas que ella misma les daba.

En 1920 “sacó al burro de la barranca” y escribió su primera novela, impresionada por las Aventuras de Sherlock Holmes , de Arthur Conan Doyle; El misterio del cuarto amarillo , de Gaston Leroux; Casa desolada , de Charles Dickens y La dama de blanco o La piedra lunar , de Wilkie Collins.

Fue así como garabateó El misterioso caso de Styles , donde dio vida a Poirot –su álter ego masculino – un belga jubilado que resolverá de manera insospechada el crimen, basado en sus extraordinarias capacidades de razonamiento deductivo.

Los editores ingleses rechazaron el libro pero lo publicó en Estados Unidos; cobró solo 25 libras esterlinas y apenas vendió dos mil ejemplares pero la obra fue el pistoletazo de salida para las 81 novelas policíacas que Christie escribió en 56 años de carrera literaria, seis pasquines sentimentales vendidos con el apodo de Mary Westmacott; dos volúmenes de poesías, un libro de recuerdos y ser la inspiración de varias películas: Testigo de cargo , de Billy Wilder; Asesinato en el Oriente Express , de Sidney Lumet; Muerte en el Nilo , de John Guillermin y la adaptación teatral de La ratonera , que lleva la bicoca de 60 años en cartelera.

La sal de la vida

Debido a las creencias de su madre, Clara Boehmer, de que los niños solo debían aprender a leer después de los ocho años para evitar daños en los ojos, fue a los 13 que Agatha Mary Clarissa Miller asistió al colegio, aunque a los cuatro leía a escondidas, alcahueteada por sus hermanos mayores: Margaret y Monty.

Agatha nació en Torquay, un pueblito inglés, el 15 de setiembre de 1890 y su padre –Frederick Miller– era un corredor de bolsa norteamericano, quien era hijo del padrastro de Clara.

En plena era victoriana la niña fue educada como un hombre. Devoró la vasta biblioteca paterna; lo mismo navegaba un bote que subía a un avión; gozaba de plena libertad y en lugar de jugar con muñequitas vivía como el “buen salvaje” de Rosseau.

Todavía en “edad de merecer” –a los 16 años– viajó a París donde estudió canto, baile, piano y francés con ayuda de una institutriz.

La repentina muerte de Frederick arruinó a la familia, porque –para peores– el padre era un ludópata y nadaba en deudas. Para redondear ingresos decidieron alquilar la casa y se fueron a Egipto, donde surgiría su amor por las culturas orientales, tal como narra la biógrafa Janet Morgan.

Cuando todos creían que Agatha “vestiría santos” conoció en un baile al galante piloto Archibald Christie. Contra la venia familiar ambos huyeron y se casaron en diciembre de 1914; apenas hubo luna de miel tranquila porque recién empezó la Primera Guerra Mundial y el marido fue llamado a filas. Ella quedó sola y en una que va y otra que viene quedó embarazada de Rosalind, su única hija.

El matrimonio colgaba de un hilo y en 1924 recorrió con Archibald Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda y Haití, como parte de la promoción de la Exposición del Imperio Británico, que se realizó ese año en Londres.

Tal vez porque Agatha era poco “british”, mal amansada y hasta aficionada al surf, que aprendió en los Mares del Sur, el flemático marido le dio calabazas con su secretaria, una tal Nancy Neele.

Aunque ya ella escribía novelas de misterio, era la primera vez que protagonizaba una y reaccionó como uno de sus personajes: celos, venganza, fuga, desaparición, presunta intentona de suicidio, rescate y telón final.

Estuvo un tiempo soltera y en 1930 conoció a Max Malowan, un arqueólogo 14 años menor, con el que se casó y vivieron 45 años, hasta la muerte de la escritora el 12 de enero de 1976. Un año después el viudo se casó con su vieja socia, Bárbara Parker.

Todas las peripecias de su vida las narró en una extensa autobiografía, escrita entre 1950 y 1956, publicada post mortem . La obra es un paseo hogareño, una guía turística y narra la vida apacible de una mujer que en lugar de coser, tejer, cocinar, soportar marido, criar hijos y consentir nietos hilaba crímenes y guardaba cadáveres en el armario.

La puerta del destino

En la pleamar de su vida Agatha probó su propio veneno. A quemarropa Archibald le confesó lo de su amante. Entró en “shock”, como si le hubiesen dado con el bate de críquet, y perdió el juicio.

Ni en su autobiografía reveló lo que ocurrió después del 3 de diciembre de 1926, cuando subió al cuarto de su hija Rosalind a las 8:45 p.m., la besó y dejó la casa familiar. Abandonó su Morris Cowley al sur de Londres y desapareció.

El Ministro del interior, William Joynson-Hicks, movilizó a toda la policía, los periódicos encabezaron la cacería, movieron cada piedra y hasta el novelista Conan Doyle participó en la fracasada búsqueda, según publicó el Daily Mirror .

Las falsas pistas apuntaron a un montaje publicitario; otras al marido; unas cuantas sugirieron el suicidio; algunas “locura temporal” y las menos, el berrinche de una mujer engañada.

Al cabo de 11 días un pequeño aviso apareció en el Times : “Amigos y parientes de Teresa Neele, hasta ahora residente en Sudáfrica, por favor comuníquense con ella mediante este periódico”. Al pie aparecía la dirección del Hydropathic Hotel Harrogate , adonde llegó en un suspiro el acongojado Archibald y reconoció a su mujer, con cara de circunstancia y sin poder explicar cómo llegó allí ni quién colocó el anuncio.

El misterio de la desaparición inspiró el libro Agatha , de Kathlen Tynan, y la película homóloga con Vanessa Redgrave, de 1979.

Hace unos años el médico Andrew Norman, en la biografía El retrato final , aseguró que la escritora afrontó un “estado de fuga”, especie de “amnesia temporal ocasionada por una fuerte crisis emocional”, en parte por el batacazo del marido y por problemas económicos.

Mathew Pritchard, nieto de Agatha, encontró en un desván 73 cuadernos de la autora donde ella anotaba ideas para sus novelas y comentarios personales. En uno de ellos apuntaba que en realidad escribía para pagar las deudas familiares, cancelar una remodelación casera o arreglar el jardín.

Agatha Christie es de los pocos casos literarios en que el autor es más conocido que sus personajes y que resistió la tentación de identificarse con uno de ellos, salvo una breve semejanza con Ariadne Oliver, escritora policíaca que creó en Cartas sobre la mesa , de 1936.

Por lo demás odiaba al cabeza de huevo, pedante, ampuloso y aburguesado de Poirot , al que quiso matar en muchas ocasiones pero no lo hizo porque los lectores lo adoraban.

Agatha Christie vivió un agitado juego mental lleno de traiciones, confesiones, intrigas, muertes y funerales. El suyo fue el viaje final según los versos del bardo inglés del siglo XVI, Edmund Spenser: “Tras el trajín, el sueño; tras los mares tormentosos, el puerto; tras la guerra, la paz, tras la vida, la muerte.”