Página Negra Aaron Swartz: El Robin Hood del ciberespacio

Genio desde el primer vagido, vivió pocos años pero marcó nuevos rumbos para el desarrollo de la Internet; perseguido por el gobierno tras apropiarse de millones de archivos académicos, terminó ahorcado cerca de un ventanal.

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Fue millonario aún sin tener edad para comprarse una cerveza. Era una mente brillante. Niño prodigio de la programación y de la informática, a los 14 años ayudó a desarrollar una herramienta para compartir contenidos en la web, llamada Really Simple Syndication (RSS). A los 19 creó Reddit, un medio social de noticias, que más tarde compró –en varios millones de dólares– la archipoderosa editorial Condé Nast Publications.

De niño posaba en las fotografías junto a los pioneros de la cibertecnología, Ted Nelson y Doug Engelbart, mientras otros de su edad soñaban con muñequitos, hamburguesas y malteadas. A los 26 años lo encontraron colgando de su faja, como un péndulo inerte.

Unos dicen que Aaron Swartz se suicidó; otros que el largo brazo del FBI y la poderosa maquinaria del Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT) cobró venganza contra el genio, por haber descargado y copiado cinco millones de documentos propiedad de JSTOR, una organización que vende artículos para las universidades.

El gobierno de EE.UU. lo persiguió como a un cibercriminal o un terrorista digital y lo inculpó de al menos 13 delitos, que sumados le habrían enviado a la cárcel durante 50 años y endosado casi un millón de dólares de indemnización.

Este era un caso extraño porque no hubo víctimas, tampoco el MIT ni JSTOR –los afectados– presentaron denuncias; fue solo el gobierno norteamericano el que persiguió y cazó a Swartz, quien a comienzos del 2012 lideró el movimiento que “apagó” Internet durante 24 horas en protesta por las leyes SOPA y PIPA, estandartes de la caza de brujas para legalizar la censura en la red.

En su Manifiesto de la Guerrilla del Acceso Libre, Swartz denunció la concentración de la información en unas pocas empresas privadas: “Cada vez más toda la herencia científica y cultural del mundo, publicada durante siglos en libros y revistas, está siendo digitalizada y encerrada por un puñado de empresas privadas”.

Aaron, como un Savonarola del éter, agitó las aguas del ciberespacio con su cayado y profetizó: “Necesitamos tomar la información, donde quiera que esté guardada, hacer copias y compartirlas con el mundo”.

Era una amenaza demasiado seria para ser tomada en broma; por eso el FBI le abrió un expediente, para indagar sus actividades privadas como activista a favor de la liberar el conocimiento almacenado en las inmensas bibliotecas digitales.

El 11 de enero del 2013 Taren Stinebrickner–Kauffman, programadora y activista, llegó al departamento que compartía con Aaron en Brooklyn y lo encontró exánime, guindando de su propia faja como un monigote.

Las más importantes figuras del mundo de Internet apenas dieron crédito a la noticia, pero se la temían. Sir Tim Berners-Lee –creador de la Web– escribió en su cuenta de Twitter: “Aaron ha muerto. Errantes del mundo, hemos perdido un viejo sabio. Hackers del bien, somos uno menos. Padres, hemos perdido un hijo. Lloremos”.

Genio precoz

Hasta los tres años fue un niño normal. A partir de esa edad sus padres, Susan y Robert Swartz, comenzaron a notar algo diferente. Aprendió a leer solo; en la escuela programó un cajero automático como un trabajo extraclase. A los 12 años, utilizó Oracle, y desarrolló un sistema informático y herramientas de código abierto, que le valieron el premio Arsdigita.

El proyecto de Aaron era una página educativa de acceso libre similar a Wikipedia, solo que –como diría Swartz– al carecer de sentido comercial y ser desarrollada por un estudiante de secundaria: “no apareció en The New York Times ”.

Ese reconocimiento consistió en casi 900 dólares y una visita al MIT; más tarde lo invitaron a participar en el Consorcio World Wide Web de Berners-Lee; por eso sus seguidores en la red le atribuyen haber participado en la creación de la Internet.

Nunca asistió a clases al MIT y solo las recibía en la casa; eso sí su presencia era inevitable y esperada en todos los congresos vinculados con las nacientes redes sociales; ya tenía fama de innovador pero también de activista y de incómodo, especialmente para las autoridades y las empresas privadas de tecnología.

Con 17 años ingresó a la Universidad de Stanford pero le molestaba el ambiente idílico del campus; rechazaba a los jóvenes y prefería reunirse con gente de más edad. Dejó la universidad y recibió ayuda de Y Combinator, una incubadora de talentos informáticos, para impulsar Infogami y ayudar a los usuarios a crear sus propias páginas.

De acuerdo con la revista Rolling Stone Swartz tenía un patrón de conducta consistente en “emoción a la llegada, decepción al poco tiempo y la búsqueda de otro ambiente más ideal”.

Pasó de Stanford a Cambridge, donde encontró un clima de seriedad académica y de ánimo a los emprendedores. Abandonó todo eso para dedicarse a la escritura y colgó en su blog: “Me temo que, quizá, esta decisión privará a la sociedad de un gran programador a favor de un escritor mediocre. Aún así, no me importaría porque la escritura es demasiado importante, la programación es demasiado aburrida”.

Tenía una personalidad ambivalente; a ratos se comportaba como un soberbio y después como alguien humilde. En una ocasión dijo: “No creo que tenga unas determinadas habilidades técnicas, simplemente tengo una gran ventaja”.

Para algunos su reticencia derivaba de una colitis ulcerosa que “pescó” a los 12 años y que le fastidiaba la existencia, pues lo aquejaban diarreas y dolores muy severos.

Tímido, flacucho, parecía más joven de lo que era; sentía aversión por los espejos y detestaba –desde niño– las verduras y las frutas. Su platillo preferido eran los macarrones con queso y las papas fritas.

La noche anterior a su muerte estuvo en un bar de Manhattan y comió, por última vez, macarrones y sanguches con queso. Estaba contento, halagó al cocinero y nadie hubiera dicho que era un candidato a suicidarse al día siguiente. En ese momento no tenía el perfil de un deprimido.

El reconocido activista informático y catedrático de derecho en la Universidad de Stanford, Lawrence Lessig, quien trabajó hombro a hombro con Swartz para crear Creative Commons, negó las notas periodísticas que presentaban al genio cibernético como un depresivo y más bien destacó su buen sentido del humor.

Swartz era un hombre esquivo; solitario y de pocos amigos. Poseía una pequeña fortuna pero vivía como un ermitaño encerrado en una habitación a la que llamaba “el armario”.

Mártir digital

Aaron pudo pasar por misógino, de no se porque conoció a Quinn Norton en San Francisco, una periodista 13 años mayor que él; casada y con una hija. Norton era una especie de anarquista, opuesta a los convencionalismos y convencida de que el sistema era tan corrupto que no admitiría mejoras. Dejó a su marido, Danny O’Brien, y junto con su hija se fue a vivir con Swartz, previa advertencia de este de que solo sería por un año, al cabo del cual todo se acabaría. Ella aceptó y estuvieron juntos tres años.

Tras romper con Norton entabló relaciones con Taren Stinebrickner Kauffman, programadora y activista residente en Washington. Hastiado de Cambridge empacó sus haberes y se marchó a un departamento en Brooklyn, donde más tarde convivió con Taren e incluso llegó a pensar en casarse con ella.

Ella fue la última en verlo vivo. La mañana del 11 de enero del 2013 intentó que Aaron saltara de la cama. Ese día lucía devastado y no quiso ir al trabajo. A regañadientes Taren lo dejó solo, le pidió que no hiciera locuras y cuando regresó en la noche lo encontró bamboleándose del cuello junto a un ventanal.

¿Por qué se mató? Sus amigos en la Internet lo atribuyeron a las inusuales presiones ejercidas por el gobierno en su contra. Sobre Swartz pesaba una acusación de fraude electrónico e informático, así como una docena de cargos relacionados con el robo de millones de artículos especializados de los archivos JSTOR, una alejandrina biblioteca digital con revistas altamente especializadas, por cuyo acceso las universidades pagan jugosas suscripciones.

Swartz era un viejo conocido del FBI. A los 21 años hizo yunta con Carl Malamud y presionó al gobierno para que dejara de cobrar seis centavos de dólar por cada página de documentos públicos. Eso le generaba al fisco casi $200 millones anuales.

Las autoridades decidieron regular las consultas al Acceso Público a los Registros Electrónicos de los Tribunales (PACER); Swartz desarrolló un sistema de comandos para infiltrarse en la base de datos y descargó 20% del contenido, cerca de 19 millones de páginas que “liberó” al dominio publico. El FBI le abrió un expediente y para nada le hizo gracia las andanzas de este nuevo pirata.

En el 2011 izó de nuevo la bandera de la calavera y puso proa hacia el MIT, ahí llegó una mañana en bicicleta y conectó su computadora portátil a la red del Instituto. Entró a saco en JSTOR y bajó cinco millones de páginas.

En un operativo militar el FBI lo capturó en el claustro y quedó libre con una fianza de $100 mil. El MIT proporcionó a los agentes información confidencial que permitió incriminar a Swartz. El Instituto negó haber delatado a Aaron.

Abrumado por el peso del juicio que tendría el 4 de febrero del 2013, tal vez decidió que no valía la pena vivir con la etiqueta de criminal.

La extraña muerte de Swartz desató la ira de Anonymous; los “hackers” atacaron dos veces la página del MIT y la bloquearon, para honrar la memoria del Robin Hood del bosque digital, quien liberó la información en beneficio de los ciudadanos del mundo.