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La ignorancia está para usarla. Una facultad se atrofia si no se la emplea; por tanto, si uno no usa su ignorancia, corre el riesgo de terminar aprendiendo. A este peligro se expone quien se asome a la lectura de revistas científicas, destinadas a enseñar al que no sabe, y sobre todo al que cree que ya sabe.

Un artículo de Scientific American nos informa de que el ser humano no puede aumentar su inteligencia pues su cerebro ya no podrá desarrollarse más. Este dictum nos consuela a quienes nunca llegamos a ser más inteligentes que el promedio, aunque el promedio ya nos consuela mucho.

Aún recordamos a la tía Hermenegilda, quien exclamaba al vernos: “¡Este chico no puede ser más inteligente!”, y nos íbamos muy contentos; pero ahora, con los años, sospechamos que la tía Hermenegilda quería decir precisamente lo contrario. La infancia es más inocente que La casa de la pradera.

El artículo “Los límites de la inteligencia” explica por qué no podemos llevar un cerebro más grande, rápido y eficiente. El tamaño es casi irrelevante pues el cerebro de la ballena es mayor que el nuestro, y los humanos somos más inteligentes que las ballenas (excepto el capitán Ajab, de Moby Dick ).

El mayor tamaño “hincharía” las neuronas y las distanciaría, lo que volvería lentas nuestras reacciones. Más cerebro exige mayor energía y un cuerpo más grande, así que, por dicha, los marcianitos verdes de cráneo de bombillo se fundirían al primer pensamiento. El Homo y la Mulier sapientes exhibimos la justa proporción entre el peso del cerebro y el del cuerpo, más un extra: los lóbulos frontales, que nos hacen pensar (Juan Delius: Emoción y conocimiento , cap. I).

Nuestra capacidad craneana es la misma desde hace cien mil años (Jared Diamond: La biología del futuro , cap. IV). Desde entonces, el cerebro humano es la materia más compleja del universo , con algunas excepciones –pero no nos metamos en política–. La superioridad intelectual del Homo sapiens se debe también a sus muchos pliegues cerebrales (> más superficie) y a su denso “cableado” interneuronal.

Nuestros primos son el delfín y la araña saltarina pues exhiben una proporción similar a la humana entre los pesos del cerebro y del cuerpo. Ya conocemos al delfín, apolíneo y mitológico, pero la araña saltarina ha recibido poca prensa. Cuando se enteró de que somos “primos”, la araña saltarina hizo lo que su nombre indica. Todo ello habría maravillado al excéntrico precursor de las medidas comparadas del cerebro, Eugène Dubois, descubridor del Hombre de Java. Dubois se equivocó mucho, pero, en el afán de corregirlo, los antropólogos hicieron ciencia y nos encontraron primos en la tierra y en el mar.