Operadores de bonos comercian altas expectativas y temor

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

James Konrad, un ratón de biblioteca de 27 años de edad con modales corteses, acostumbraba ganarse la vida en una compañía de apuestas deportivas, sopesando las probabilidades de que el terreno lodoso afectara al trote seguro de los caballos de carreras. En estos días, recibe apuestas en el terreno lodoso que es la política europea.

Konrad comercia bonos de la zona del euro con valor de hasta 3.000 millones de libras esterlinas ($4.700 millones) al día para el Royal Bank of Scotland. Las apuestas son igual de inciertas en ambos campos, pero las sumas son enormemente mayores en su empleo actual, cantidades que parecen dejarlo pasmado incluso a él.

“¿Cómo haces a alguien entender que has comerciado bonos con valor de 1.000 millones?”, dijo Konrad. “Mil millones. Es fácil perderse con tantos ceros”.

El mercado de bonos ha surgido como un protagonista poderoso en la crisis económica de Europa, representando un traslado fundamental del poder de los políticos a los inversionistas y un grupo relativamente oscuro de banqueros.

Las inquietudes económicas fundamentales de que algunos países europeos tienen demasiada deuda es un factor importante que impulsa al mercado. A muchos inversionistas les preocupa el riesgo a mediano y largo plazo de tener deuda gubernamental europea y han tomado lo que consideran la decisión racional de reducir sus tenencias o incluso renunciar a ellas. Y, aunque los dirigentes europeos sostienen que el euro sobrevivirá a la crisis, no todos los economistas están tan seguros.

A algunos operadores les preocupa abiertamente que demasiados de sus colegas carezcan de las habilidades para descifrar las señales contradictorias que emiten los líderes de Europa en una industria cada vez más dependiente de la percepción y las conjeturas políticas. Las fluctuaciones a corto plazo de la tasas de bonos, admiten, no son siempre un reflejo preciso del valor y el riesgo.

Los economistas tienden a tratar al mercado de bonos como un actor racional que impone disciplina presupuestal a los políticos. Los políticos lo describen como si tuviera la conciencia de una muchedumbre, acusando a los “vigilantes de los bonos” de socavar la recuperación de Europa y a su apreciado estado de beneficencia. La realidad es más matizada.

Ese temor entre los operadores y sus nerviosos inversionistas ayuda a explicar por qué las tasas han aumentado para los países en problemas como Italia y España, y por qué las tasas de interés han oscilado cerca de territorio negativo para los bonos alemanes más confiables: tan aterrorizados están los inversionistas que efectivamente están pagando a Berlín por el privilegio de prestarle dinero.

Pero en el riesgo también hay utilidades –muchas– así como pérdidas. Las cantidades bajo control del mercado de bonos le han hecho vulnerable al tipo de especulación, volatilidad y rendimientos más asociados con la bolsa de valores.

A medida que la deuda gubernamental en toda la Unión Europea ha alcanzado 88% del producto interno bruto, y mucho más en varios países según Eurostar, algunos fondos de deuda soberana han generado para los inversionistas rendimientos anuales de 9%. Por supuesto, los inversionistas que tienen bonos del Gobierno griego sufrieron pérdidas pronunciadas cuando ese país incumplió el pago.

Con tanto apalancamiento a su disposición, los juicios del mercado de bonos pueden tener el poder de una profecía; es decir, pueden tender a cumplirse por su propia naturaleza, influyendo en los acontecimientos aun mientras los operadores los evalúan desde el piso de remates.

Si los inversionistas y operadores juzgan que los bonos españoles son riesgosos porque el Gobierno de España podría incumplir el pago, ayudan a hacer más probable que España ciertamente incumpla el pago, elevando sus costos de endeudamiento.

“Cualquier cosa que el Gobierno español haga –y ha hecho mucho–, realmente no ayuda mucho, porque el mercado está bastante convencido de que se requiere un rescate total”, dijo Nicholas Spiro, director administrativo de Spiro Sovereign Strategy, firma consultora en Londres que se especializa en riesgo de crédito soberano.

No ha ayudado que durante meses el Gobierno español negara o falseara la profundidad de sus problemas bancarios. Ni que antes de que España se topara con problemas, Grecia ya hubiera incumplido el pago de sus deudas. Y dados los profundos problemas económicos de España, algunos creen que un rescate podría ser necesario.

Si los políticos esperaban que el mercado de bonos hablara con una sola voz, se quejaron comúnmente los operadores, ayudaría que también lo hicieran los políticos. Olivier de Larouziere recuerda haber convocado a una reunión de crisis en las oficinas del Left Bank de Natixis Asset Management en París durante un momento trascendental en junio.

Ese día, De Larouziere, que como director de valores en euros de ingresos fijos en Natixis administra deuda con valor de 18,000 millones de euros, vio como el rendimiento sobre los bonos españoles a 10 años subía por encima del 7% mientras la canciller alemana, Ángela Merkel, y sus contrapartes europeos se esforzaban por convencer a los mercados de que no sería necesario un rescate de España.

El rendimiento, o tasa de interés, sobre un bono se eleva conforme su precio cae. Ambos reflejan el riesgo de la inversión. El aumento en la tasa significaba que los bonos que De Larouziere había comprado anteriormente estaban perdiendo valor. Una vez golpeado, De Larouziere quedó demasiado escaldado para comprar deuda española.

No fue el único. Una semana después de la reunión cumbre, las tasas estaban más altas que en la víspera de las conversaciones.

Ese tipo de percepción negativa –provocada al menos en parte por preocupaciones legítimas de que los dirigentes europeos no se pongan de acuerdo sobre qué hacer– puede ser infecciosa, particularmente cuando se mezcla con datos económicos reales que se han vuelto cada vez más alarmantes.

En estos días De Larouziere dice: “Los rendimientos de los bonos italianos no deberían estar donde están”, lo que significa que piensa que el progreso del país en hacer revisiones estratégicas era mejor de lo que se le atribuía. Pero sigue vendiendo su deuda italiana, temiendo que el pesimismo colectivo dificulte más que Roma recaude los 100.000 millones de euros que necesita este año.

“Esto gira menos en torno de fundamentos económicos y más en torno de emociones humanas fundamentales; gira en torno del temor”, dijo.

Por supuesto, los escépticos responderían que pese a todo el progreso estratégico que Italia ha hecho, sus precios de bonos reflejan la preocupación de que su nivel de deuda permanezca incómodamente alto. Esas inquietudes son nuevas para la mayoría de los operadores que alcanzaron la mayoría de edad cuando gran parte de Europa tenía una clasificación crediticia triple A. El panorama ha cambiado tan rápidamente que Konrad, aunque todavía no tiene 30 años, ha quedado a horcajadas entre las dos épocas.

En el piso de remates del Royal Bank of Scotland, Konrad se sienta detrás de un muro de cifras en tiempo real: rendimientos, futuros y una hoja de cálculo con emisiones de bonos por código de colores parpadean en siete pantallas de computadora.

Pero en estos días su título en historia le viene muy bien. Para elaborar las más de 600 cotizaciones de precios al día que hace para sus bonos –alrededor de una por minuto– la evaluación de Konrad de los resultados electorales de un país es en muchas formas tan importante como su informe del PIB.

Como alguien que ha estudiado literatura alemana y francesa, a su colega Skeet le preocupa que los mercados modernos no estén preparados para este nuevo mundo.

“Algunas personas confían demasiado en los modelos sin hacer preguntas”, dijo. “Debemos pasar de un enfoque altamente técnico, impulsado por los datos y sensible a los datos a un enfoque más intuitivo y cualitativo”, concluyó.