¡Oh, Don Quixote!

¿Cuál será la razón de esta sinrazón aparentemente generalizada?

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“En vn lugar de la Mancha”, de cuyo nombre nunca nos enteró Miguel de Cervantes Saavedra, mucho tiempo ha que “viuia vn hidalgo de los de lança en astillero, adarga antigua, rozin flaco y galgo corredor”. Era viejo para la época, por allá del año 1600, pues tenía unos “cinquenta años” y tanto fue atraído por las buenas obras que algunos parecían realizar, que vendió parte de su hacienda para con el fruto de la venta comprar libros donde leer los relatos de esos héroes.

Nuestro caballero “se enfrascó tanto en su letura, que se le passauan las noches leyendo de claro en claro, y los dias de turbio en turbio; y, assi, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro”. Enamorado y cuidadoso lector, naturalmente era impresionado por pasajes como el que dice: “La razón de la sinrazon que a mi razon se haze, de tal manera mi razon enflaqueze, que con razon me quexo de la vuestra fermosura”.

Y "rematado ya su juyzio, vino a dar en el mas estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue, que le parecio conuenible y necessario, assi para el aumento de su honra como para el seruicio de su republica, hazerse cauallero andante, y yrse por todo el mundo con sus armas y cauallo”.

Hechas las prevenciones del caso, “ no quiso aguardar mas tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretandole a ello la falta que el pensaua que hazia en el mundo su tardança, según eran los agrauios que pensaua deshazer,'”, sinrazones que enmendar, etcétera.

Realidad caótica. Agravios que deshacer, sinrazones que enmendar, de lo cual (tristemente debemos aceptar) está llena la Costa Rica de hoy. Aquí muchas cosas, más de lo deseado, andan patas para arriba, cual extraño mundo en el que los ríos suben montañas, el mar es dulce, el otoño sigue al invierno y el venado persigue al león.

Obras públicas se inauguran sin estar terminadas, fondos para aliviar la pobreza se desvían para el pago de asesorías espurias, en la Caja Costarricense de Seguro Social afloran graves problemas financieros y de gobierno corporativo, en el Gobierno central, ídem, unos jóvenes a sangre fría matan a otros, los sindicatos se consideran los dueños de los entes públicos que los emplean, la gente honrada vive encarcelada en sus casas y los malos se pasean por las calles, a delincuentes capturados in fraganti se les cubre la cara, lo cual impide a otros conocerlos y cuidarse, pero a los policías se les descubre, para que contra ellos tomen represalias.

¿Cuál será la razón de esta sinrazón aparentemente generalizada? Que se ha perdido la noción de cuáles son las funciones básicas del Estado y, por tanto, la de nuestros representantes en los tres poderes de la República.

Necesitamos quijotes, de esos que van al servicio público no a aumentar su hacienda, sino que están dispuestos a vender parte de la suya para comprar libros que le ayuden a identificar formas elevadas de ser útiles a su república y al prójimo. ¿Pero, habrá que tener algo de loco para hacer esto?

Tal vez sí, pues el propio Don Quijote, en su lecho de muerte y cuerdo como el que más, reconoció que la caballería andante no valía la pena. Oigámoslo de su propia boca, cuando dictaba el contenido de su testamento: “ es mi voluntad que si Antonia Quixana, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se aya hecho informacion, que no sabe qué cosas sean libros de cauallerias, y en caso que se aueriguare que lo sabe, y, con todo esso, mi sobrina quisiere casarse con el, y se casare, pierda todo lo que le he mandado”. Por tonta.

Pero, señoras y señores, aquí sí difiero de Don Quijote. El mundo necesita el trabajo de muchos como él.