Obsesión por lo sano

Ni media grasa trans, tampoco colorantes o preservantes artificiales; frutas y verduras sí, pero orgánicas, e igual requisito aplica para el pollo y los huevos. Comer sanamente es la máxima que rige la vida de los ortoréxicos. ¿Conoce a alguno?

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Una mujer que revisa cuidadosamente la etiqueta de cada producto antes de echarlo al carrito del supermercado. Un universitario que decide comprar toda su comida en ferias y almacenes orgánicos. Una joven que ya nunca sale a comer a restaurantes con su novio porque no se siente segura del origen de los alimentos.

Todos estos casos pueden ser manifestaciones de una misma patología: la ortorexia u obsesión por comer de manera saludable, que, tal como la anorexia, es un trastorno alimentario.

Se trata de gente (adolescentes y jóvenes profesionales, en su mayoría) que prefiere no comer antes que alimentarse con productos que contengan grasas trans o con frutas en cuyo cultivo se hayan utilizado pesticidas.

Aunque en Estados Unidos y Canadá es un mal común, en los países latinoamericanos se comenzó a hacer visible hace menos tiempo.

Los expertos concuerdan en que el grueso de los pacientes son mujeres universitarias o profesionales de corta edad, aunque también llegan a sus consultas casos de adolescentes. Y, en general, se trata de gente que tiene los recursos para pagar más por comer “mejor”.

“Hay personas que llegan a la consulta con una botella de agua envasada en vidrio. Es un purismo absoluto. Para ellos, la comida dejó de tener un fin placentero. No la disfrutan y la preocupación por cuáles cosas van a ingerir les consume mucho tiempo”, explica la psicóloga de la Unidad de Trastornos Alimentarios de Red Salud UC, en Chile, María Elena Gumucio.

La psiquiatra Daniela Gómez, experta en trastornos alimentarios, también ha notado un aumento de estos pacientes, aunque afirma que nunca llegan por su cuenta. Siempre los traen otras personas ya que ellos no se dan cuenta de que tienen un problema. “Antes, la ortorexia la leíamos en los libros. Ahora, cada vez nos llegan más casos y lo más probable es que el número siga creciendo”, sostiene.

“No se trata de personas que solo comen alimentos orgánicos, también buscan los que no tengan grasas trans, aditivos químicos y sean, en general, no elaborados. Tampoco son vegetarianos, porque los ortoréxicos sí comen pollo y huevos, por ejemplo, pero solo los que tengan un certificado orgánico, y eso es difícil de conseguir”, dice Gómez.

Debido a esto, comienzan a restringirse en la comida y tienden a bajar mucho de peso, aunque ese no sea el objetivo que persiguen. Asimismo, se hacen expertos en interpretar etiquetas nutricionales y las escrutan con lupa en el supermercado.

Lograr que coman otro alimento es difícil, ya que, según explica Gumucio, cuando se salen de su lista de “comida aceptada”, sienten una tremenda culpa. “Tienen un temor obsesivo, no a engordar, sino a lo impuro, y esto termina aislándolos socialmente”. Dejar de salir con amigos es una consecuencia de esta enfermedad, pero no la única.

La doctora Ada Cuevas, jefa del departamento de Nutrición de la Clínica Alemana, en Chile, subraya que los problemas de salud pueden ser serios: “Se producen desbalances químicos en el cuerpo, hay deficiencia de vitaminas y minerales, y se arriesga el sistema inmunológico.

Las expertas aseguran que la causa de la aparición de este trastorno no puede atribuirse al aumento en la oferta de productos orgánicos, aunque sí podría relacionarse con esta “moda”.

“En general, son personas que tratan de ‘calzar’ con lo que pide la sociedad y ahora comer sano está bien visto. Pero la culpa no es de las tiendas orgánicas”, añade Gumucio.