Nuestra biografía musical

El musicólogo peruano hace un breve repaso por la historia de la música iberoamericana.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Aurelio Tello tiene una palabra fácil que nace de saberes viejos y profundos. Lo suyo es la música, pero bien podría serlo también la oratoria. Él es compositor y especialista en la historia musical de nuestro continente.

Tello nació en la ciudad andina de Cerro de Pasco (Perú) en 1951. En 1973 empezó a dirigir varios coros y agrupaciones vocales en su país, y en 1982 se trasladó a México, donde continuó su carrera como compositor y director. Actualmente se dedica allá a la enseñanza y la investigación musicológica en el Instituto Nacional de Bellas Artes.

La semana antepasada, en la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica, Tello impartió un curso de tres sesiones titulado Análisis estilístico de la música latinoamericana contemporánea.

Conversamos con él para que nos hiciera un repaso a vuelapluma por la historia de la música de Iberoamérica y para que también nos contase cuáles notas llenan hoy las partituras del continente. Con una elocuencia como la de Tello, el interrogador casi sale sobrando.

–¿En el 2010 existe algo que pueda llamarse ‘identidad musical latinoamericana’?

–Antes teníamos un concepto de identidad única, vinculada a conceptos de territorialidad; hoy debe considerarse que la música de América Latina tiene muchas identidades. Por ejemplo, hay una que toma elementos de la música popular, y otra se nutre de la tecnología contemporánea.

”Hay otra identidad, derivada del entronque entre nuestra cultura y la gran tradición musical del Occidente: no somos ajenos a lo que hicieron Bach, Bethoven, Mozart' La pluralidad es lo que puede ser común al movimiento creador de América Latina”.

–¿Cuáles cualidades tiene la música que más le interesa a usted?

–Me interesa la del pasado y la actual. Por ejemplo, creo que la música virreinal tiene las virtudes de contemporaneidad con lo que estaba pasando en centros hegemónicos de la cultura de la época. Lo que se hacía en México, en el Cusco y en Charcas [Sucre desde 1839] no era distinto de lo que se hacía en Sevilla y Toledo. Nuestros compositores ya estaban insertos en una especie de globalización musical que les permitió componer con el mismo grado de calidad.

–¿Qué sucedió con la música latinoamericana después de las independencias?

–El siglo XIX fue interesante porque representó la búsqueda de las respuestas que nadie se había hecho antes de la independencia. Compositores como Manuel Saumell o Ignacio Cervantes, en Cuba, encontraron la esencia de lo cubano en la música criolla de las danzas y contradanzas.

”La respuesta de México fue la composición de jarabes para piano. El hecho de que un pianista como Federico Guzmán, en Chile, escribiera una zamacueca en 1880, significa también que ya andábamos encontrando cuáles eran esos aires de la tierra.

”No obstante, la música del siglo XX también fraguó una escuela nacionalista muy importante, que dejó obras que eran a la vez modernas y a la vez nacionales entre 1920 y 1960, más o menos. Hay un Huapango, de José Pablo Moncayo [México], una suite Margariteña, en Venezuela, o una pieza como Las estancias, de Alberto Ginastera, en la Argentina, que se han vuelto representativas de todo el continente”.

–Usted ha mencionado que, a partir de los 60, la música latinoamericana se vio muy influida por las vanguardias europeas. ¿En qué consistió este proceso?

–Luego del periodo nacionalista vino un momento de inserción dentro de los experimentos del mundo, un encuentro con los nuevos recursos, con la electrónica, con las grabadoras y los sintetizadores. Esto generó una eclosión de compositores, de festivales, de partituras y de escuelas que han dado un repertorio importante.

”Por ejemplo, de ahí salió La cantata para América mágica, de Ginastera, obra que pudo hablar del continente a la vez que supo cómo usar técnicas internacionales de composición.

”Otra obra fue la Sinfonía n.° 2, de Roque Cordero, que mezcló el dodecafonismo con el folclor panameño. Vivencias, de Enrique Iturriaga, del Perú, rememora sonoridades de la tradición andina con elementos dodecafónicos”.

–A partir de los años 80 y hasta la fecha, usted identifica características de lo que llama la ‘época posmoderna’. ¿Qué representan esos rasgos?

–Nuestros países ya no son islas culturales. Nuestros compositores están en estrecha vinculación con todos los músicos de todo el mundo, aunque no los conozcan. Ya no sentimos culpa de tomar elementos de otras culturas y pensar que eso no nos pertenece.

–¿Qué podemos encontrar en la forma y el contenido de la música de nuestra época?

–En cuanto al contenido, hay retornos al pasado de todo tipo: al folclor, a la música popular, a las raíces indígenas, a la música de la edad media'

”Desde el punto de vista de la forma, hay una gran experimentación con las estructuras: se puede tomar una forma histórica o ‘superada’, como una sonata, o echar mano de experimentos de estructuras más libres, casi rapsódicas, que permitan simplemente expresar las ideas musicales. No existe la idea de que la música debe constreñirse a una forma específica.

”Incluso, en la música de concierto se ha revalorado la idea de la canción, que siempre ha estado vinculada con la vida cotidiana de la gente. El caso de Astor Piazzolla es muy concreto y muy conocido en todo el mundo. Él fue quien partió de tomar el tango y hacer obras instrumentales.

”En esa misma línea hay una infinidad de compositores que crean obras breves: parecen canciones, pero no son melodías que se cantan, sino que son pura música instrumental”.

–Usted ha llamado la atención sobre la fuerza que toma la presencia de compositoras en la escena musical latinoamericana. ¿Cuáles son algunas de ellas?

–En el campo profesional hay entre un 30% y un 40% de presencia femenina en actividades como la medicina, la abogacía, la ciencia, la docencia, las ciencias sociales, etcétera. En la música, las compositoras no son excepción.

”Podemos mencionar a Tania León, de Cuba; Adina Izarra, de Venezuela; Marisa Rezende, del Brasil, y Gabriela Ortiz, Ana Lara, Mariana Villanueva, de México, por citar algunas”.

–¿Cómo se inserta Centroamérica en el ambiente de musical latinoamericano?

–Hay un movimiento ascendente, sobre todo en Costa Rica: es el país con un alto desarrollo musical en Centroamérica. También de Guatemala han salido compositores importantes, como Joaquín Orellana y Jorge Sarmientos

”Sin embargo, creo que Costa Rica va por delante en el desarrollo creador, con compositores como Eddie Mora, Vinicio Meza y Alejandro Cardona que ya tienen una presencia internacional muy reconocida. Detrás de otros maestros reconocidos como Luis Diego Herra y Benjamín Gutiérrez, también viene una nueva generación”.

–¿Cuáles son las cualidades de las composiciones costarricenses?

–Su versatilidad, sobre todo en cuanto a la libertad con que trabajan, sin aferrarse a clisés preestablecidos. Hay una gran versatilidad para tomar los elementos necesarios de la tradición culta y mezclarlos con la electrónica, el jazz, el rock y la música popular.