Ni el Cerro ni la muerte detienen a los romeros

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Luis Edo. Díaz

Siempre he admirado a las personas que no le temen a la muerte. No hablo de aquellos que se sientan a esperarla o de quienes con ciertas conductas constantemente la llaman. Me refiero a quienes su preparación espiritual –y terrenal– se vuelve tan sólida, que ven la partida de este mundo como un paso más de la continuidad de la vida.

Menciono esto porque ayer el luto llegó hasta los romeros de Coto Brus. Luego del arribo de los peregrinos a Nivel de Pérez Zeledón (un pueblito muy cerca de la cumbre del cerro de la Muerte), nos llegó el aviso de que el padre de uno de los romeros había fallecido hacía unos minutos antes.

Como cualquier ser humano, este romero sintió un profundo dolor por lo sucedido, aunque no asombro porque, de cierta forma, antes de emprender la caminata, se despidió de su progenitor, pues ya sabía que un final de ese tipo estaba próximo.

Este romero, que precisamente hoy por la mañana enterrará a su padre, es Enrique Ureña, el sacerdote de la parroquia de Sabalito de San Vito.

El sábado pasado, unas horas antes del comienzo de esta travesía de 248 kilómetros hasta la Basílica, el sacerdote fue informado de que su padre se encontraba delicado debido a una cardiopatía. El ingreso del señor al hospital de Pérez Zeledón fue inmediato.

Pese a que la vida de su padre pendía de un hilo, en la “misa de envío” el sacerdote le confesó a la comunidad que se aferraría a los designios de Dios y continuaría con su plan de romería, pues por él pasa gran parte de la organización de los peregrinos. “La voluntad de Dios nunca se equivoca”, reflexionó aquella noche sabatina.

En los siguientes días la salud del anciano no mejoró. La lejanía entre sitios como Santa Marta y Paso Real (primeras paradas del trayecto) con la ciudad de San Isidro de Pérez Zeledón, donde estaba su padre, le impedían al sacerdote trasladarse al hospital; además, debía seguir a cargo de la organización de los romeros.

Fue hasta el miércoles que el hijo pudo ver a su padre. Veinticuatro horas después, llegó la muerte.

Hoy el sacerdote no estará con los romeros ni impondrá, junto a los más jóvenes, el paso más rápido de esta caravana. Volverá mañana o el sábado.

La serenidad de ese hombre contagió al grupo, donde muchos han conversado en torno a una pregunta que yo también me hago: ¿Qué tan preparados estamos para nuestra muerte, o la de un ser querido?, ¿cómo la asumiríamos? Usted tendrá su propia respuesta.

En busca de la cima. La de ayer fue una jornada extremadamente larga y difícil para los romeros, aunque muy interesante: a los 200 peregrinos de Coto Brus se le unieron 400 de Pérez Zeledón.

Fue como ver dos caudales que, luego de encontrarse, se funden en uno solo y, con más fuerza, viajan hacia su destino final. Fue una unión de energías.

Ningún otro día del año las serpenteantes curvas de la Interamericana sur reciben a tantos peatones. Habitualmente, ese asfalto solo lo pisan jornaleros o vecinos de los pequeños pueblos asentados a lo largo de la ruta.

La meta intermedia de los romeros de San Vito –a los que seguimos desde hace seis días– estaba 37 kilómetros adelante del punto de partida. Todos debían llegar a un pequeño pueblo llamado Nivel, el cual está conformado por unas 30 familias.

Durante el día la temperatura osciló entre los 10° y 13° centígrados. La noche estuvo a 6°.

En estos días los abrigos que al inicio eran un estorbo, ahora se vuelven insuficientes para alejar el frío. Durante el camino y los tiempos de comida, una de las cosas que más cambian son las bebidas. Antes todos buscaban el refresco o agua más fría... ahora predominan el chocolate, el café y el aguadulce.

Hoy los romeros alcanzarán la cumbre del cerro de la Muerte, para luego bajar a Macho Gaff (son 39 kilómetros de viaje). Es un hecho que hasta allí el frío seguirá siendo el obstáculo más difícil del trayecto.

Sí, solamente difícil, porque estos romeros han demostrado que ni el cerro de la Muerte ni esta en sí misma los detiene.