Mora en el Clarín patriótico

A los valientes un folleto de 1857 divulgó cantos a los héroes, incluidos los de la batalla de Rivas, DEL 11 DE ABRIL

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En 1823, Andrés Bello dio a conocer su extenso poema Alocución a la Poesía ; apareció en Londres en el primer número de la revista Biblioteca Americana que él editó allí, destinada a los nacientes países hispanoamericanos. Desde los primeros versos de esa alocución o llamado se solicita a las musas que dejen la envejecida y “avarienta” Europa y vuelen sobre el océano hasta el Nuevo Mundo para cantar su variada y rica naturaleza, sus campos y ciudades casi inéditos.

Sin embargo, también por esos años ocurrían las heroicas guerras que se libraban para conseguir la independencia de España: desde México hasta Chile, los campos fértiles pero abandonados se teñían con la sangre de aquellos que soñaban con la República o con la de quienes defendían los seculares derechos de la monarquía.

Luego de algunas estrofas dedicadas a reseñar la variada geografía americana, Bello le recuerda a la Poesía ese otro gran tema que desde antiguo ha sido favorito de las Musas: la guerra, abundante en la Hispanoamérica de ese momento:

“Mas, ¡ah!, ¿prefieres de la guerra impía / los horrores decir, y al son del parche / que los maternos pechos estremece, / pintar las huestes que furiosas corren / a destrucción, y el suelo hinchen de luto?”.

La amenaza. Andrés Bello intuía que, en las naciones emergentes de Hispanoamérica, la literatura estaba llamada a cumplir esa otra gran función de auxiliar de la historia: la memoria de los pueblos debía asegurarse por medio de la escritura, y el deber de recordar y preservar hechos y nombres se presentaba ahora como una gran tarea para los nuevos poetas pues los nombres de los héroes, de los mártires, las batallas que conducían a la independencia, peligraban de quedarse para siempre en el olvido. Recordar y escribir eran procesos gracias a los cuales se constituiría la patria.

En Costa Rica no se luchó directamente contra tropas españolas, pero, años después de terminado el período colonial, una nueva fuerza invasora amenazaba el proyecto de república independiente que aquí empezaba a tomar sólida forma.

La amenaza no era en absoluto menor, a juzgar por lo que acababa de ocurrir en México: dos tercios del territorio de ese inmenso país pasaban a dominio de su vecino norteño después de una cruenta guerra finalizada en 1848.

En cuanto a Costa Rica, “a los 36 años de la emancipación del Imperio Colonial Español, el país conquista a fuego y sangre su Segunda Independencia”, sostiene Armando Vargas Araya.

Aunque no tan bien conocido como debiera ser, el proceso de esa nueva y definitiva independencia es más o menos claro en lo esencial: el presidente Juan Rafael Mora Porras termina de equipar y adiestrar un ejército nacional, y “la tosca herramienta” es trocada por armas inglesas de última generación.

Mora alecciona a sus tropas y las estimula con su palabra ferviente y marcha a la cabeza de las tropas, en compañía de su hermano y su cuñado (el general Cañas), hacia la frontera norte para repeler al invasor. La gesta ha sido tema debatido por los historiadores, pero mucho menos conocida es la función que a la poesía le cupo en estos hechos.

El poeta. Recordemos a un poeta nacido en Guatemala en 1828, vecino después de Nicaragua y por último radicado en Costa Rica desde 1847, donde se casó y tuvo hijos. Él, Tadeo Nadeo Gómez, asumió la antigua labor de elevar, en versos bien trabajados, el canto de exaltación y memoria de aquellos costarricenses que marcharon al frente de combate.

Gómez publicó esta compilación de poemas propios y otros ajenos, por la Imprenta de la Paz, en San José, el mismo año de 1857 y bajo el título de Clarín Patriótico, o colección de las canciones y otras poesías, compuestas en Costa Rica en la guerra contra los filibusteros invasores de Centro-América.

A pesar de su brevedad (23 páginas), el texto debió haber alcanzado su momento de gloria por la calidad de sus versos, por el fervor de su decir, por la oportuna palabra que expandía. Sin embargo, sus poemas han quedado en el olvido y no lo menciona ninguno de los estudiosos de las letras nacionales.

Juan Rafael Quesada Camacho enmendó esa injusticia cuando dio a conocer una edición facsimilar del Clarín patriótico (2006) según el único ejemplar conocido, que reposa bajo custodia del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.

El libro de Quesada se titula Clarín patriótico: la guerra contra los filibusteros y la nacionalidad costarricense , y sus fines principales son exponer y debatir el desarrollo de nociones como ‘patria’ y ‘nacionalidad’, conceptos emanados y madurados durante la Campaña Nacional.

Aunque poco se ocupa de los poemas, Quesada tiene el gran mérito de dar noticias de su autor y de situar el contexto en el cual esos versos se escribieron. Ha recuperado un texto tan básico como ignorado y ha acentuado el valor de la memoria como sostén de la nación y sus valores.

Por igual, Quesada Camacho aporta noticias inéditas sobre Alejandro Cardona y Llorens, poeta y músico español residente en San José desde 1853 y soldado luego en la Campaña Nacional, autor también de versos y de himnos en loor de Mora y sus tropas, las que, al parecer, cantaron sus creaciones marchando al frente de batalla.

El líder. La figura central de los poemas es Juan Mora Porras. En los versos queda en claro que él fue visto por sus coetáneos, de inmediato, como un gran hombre y un héroe. El primer poema del libro se titula “A S. E. el benemérito General Presidente de la República don Juan Rafael Mora” y allí se lo llama: “¡Oh gran Mora! / jefe de la nación costarricense, / a quien otro magnánimo no vence / en laudable designio”.

Al final del poema, Gómez estampa con visión de futuro: “Todo lo habéis podido / impávido arrostrar con celo ardiente, / y vuestro nombre a la futura gente / llegará perdurable”.

Con respecto a la batalla de Rivas, Gómez dice en estrofa no menos premonitoria: “¡Oh día once de abril! Astro brillante, / que apareces ornando el firmamento! / Los siglos pasarán como un instante / y tú nuevo serás en lucimiento!”.

Otro de los poemas se titula “A los vencedores de Santa Rosa”; uno más, “La toma del río y puerto de San Juan del Norte”; hay otro dedicado “Al general en jefe de los ejércitos aliados, don José Joaquín Mora”, y se concluye con un poema a “La paz”: el país vencedor vuelve a su quehaceres, donde esperan fecundos el trabajo y el amor.

La expresión versificada de los principales hechos de la campaña auxilia a la historia al recontar lo ocurrido de un modo más elevado, más sintético y, sobre todo, más emotivo. Así, en 1857 llegaba la independencia definitiva a Costa Rica, y con ella la poesía.

Como pedía Andrés Bello, la Poesía, diosa también de la memoria, cantó a los mayores actores de aquella época y contribuyó a grabar su recuerdo en el alto sitial que les correspondía.