Mirar con lucidez

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miagallegosdom@hotmail.com

“Uno no es uno / Sino la suma de los otros / Resumidos en el retrato / De lo que se ha ido”. Así parece sustentar su credo poético Adriano de San Martín: en un solo ser se engloba la totalidad, la suma, de la especie humana; en torrente convergen culturas, costumbres y paisajes contemporáneos.

Samsara proviene del sánscrito y en la religiosidad hindú alude a la rueda de la vida; pero el libro no se centra en un espacio determinado: se sitúa en distintas zonas donde las gentes se aglomeran. En su eterno girar, la rueda torna a la humanidad partícipe y expectante de una realidad que se comprime asistida por nuevas tecnologías.

Se indaga sobre el origen para saber quiénes somos en el cosmos: “Adviene el ciclo. / Nuestra energía, entonces, como ahora, estuvo reunida. / La palabra era genésica, piel de oliva. / Un susurro. / Sin embargo, musicalizaba: / Circular asciende, en caracol gira, se destrama en polifonía. / Regresa, se abre, se sacude, como aullido en algarabía. / La multitud escucha, interroga alrededor de la hoguera. Alucina. / En el bosque germina la semilla de un planeta posible'”.

Energía, fundamento de la creación; palabra, precursora del génesis: susurro y canto circular representado por el caracol que sugiere la noción de la rueda. El nacer o el inicio de lo originario está poblado por una multitud. ¿Estamos inmersos en la poderosa energía que rueda y rueda sin fin?

Me detengo en “San Francisco”, un viaje a través de la música de los años 60; rememoración de la década porque la ciudad estadounidense cambia, pero se reconoce en los años de juventud del hablante, a quien seguimos al compás de la música, la influencia de los “beatniks” Kerouac y Allen Ginsberg, y el ambiente que se respiró en Woodstock, con la figura de la madre, quien no comprende esa suerte de escándalo que para un quinceañero representan las melodías de entonces.

El poeta descubre un mundo que pasa frente a sus ojos, gentes en un medio cosmopolita: “En tranvía, trolebús, metro, bote o velero / se arremolinan gentes de todo el mundo / la algarabía se expresa en múltiples idiomas / el derroche es desmedido'”.

Las máquinas futuristas asoman y aluden a lo inmediato e instantáneo: las gentes van de prisa. El poeta no dice qué piensan, qué hablan esas gentes, qué ocurre dentro de la mente del joven vigía de un ambiente espectacular y desmesurado; tan solo deja la nostalgia de una juventud marcada, entre otras situaciones, por las luchas estudiantiles, la negativa a participar en la guerra de Vietnam y el escándalo de Watergate, y con todos los idiomas mezclados: ¿Alusión a la torre de Babel?

En “Frente al Lago” se muestra el acto de la contemplación. No importa en cuál latitud del mundo se presencie el movimiento de las aguas, igual se perciben sus sensaciones. Aun cuando el poeta no suele utilizar el “yo” para subrayar distintos estados anímicos, destaquemos estos versos: “Se percibe la quietud del milagro que acontece / cuando el hombre se compenetra con su propio yo / que es la misma naturaleza al ritmo de otro sol”.

Hay sintonía con la tradición Zen en una cosmovisión donde el ser es parte de lo absoluto. El hablante no da su punto de vista: se limita a describir uno o diversos ambientes, y el yo se adentra cual parte de la naturaleza con una reflexión sobre la condición de los colonizados, hecho que toca como destino común a los habitantes de distintos continentes: “Fueron exterminados / por la ira de otros hombres / venidos de lejos / ávidos de riquezas y metales”.

Sin embargo, en su cambiante naturaleza –una era acaba, otra comienza–, la rueda de la vida hará que un niño reanude el ciclo con esperanza, en renacimiento: “Es la imagen imprecisa / para el poema / que escribirá un niño / sentado a la orilla de un río / donde retozan la presencia y el olvido”.

En otros poemas se hace referencia, con ironía, a los Estados Unidos y a sus ritos, en especial al consumismo. Se revela el significado del “sueño americano”.

“Cumpleaños” trata los excesos de la fiesta como desorden y caos de la existencia. El final incluye una crítica: “Pero nadie como el / ketchup o las mayonesas / Dejó rodar algún comentario / Sobre lo irracional y breve de toda biografía”.

Liviandad de la hora actual: la comida ligera como existencia signada por lo fugaz; no hay cabida para el pensamiento. Al contrario de los poemas citados, aparece el hablante en primera persona, un yo lírico desencantado con la realidad y el momento, con la perennidad de la vida. Es que en la mayor parte del libro hay un juicio mordaz y lúcido al mundo capitalista.

Samsara fue escrito por un autor crítico frente al mundo actual. Su mirada se sitúa en la cotidianidad; el discurso poético va describiendo lugares y paisajes cual ojo mordaz que corroe la liviandad que nos toca vivir. El libro rompe estructuras y plantea nuevos puntos de vista, pero, sobre todo, no nos endulza; por el contrario, nos llama a despertar con lucidez, a mirar la realidad con cáustica ironía.