“Dos muertos más”
“Tenía mi hijo alrededor de ocho años y un cuadro de hiperactividad evidente, cuando el abuelo lo llevó a un velorio. Mientras el abuelo daba el pésame a los dolidos familiares, mi hijo se acercó al ataúd y gritó: ‘¡Qué feo el muerto, se parece a Frankenstein!’. Toda la gente volvió a ver y el abuelo no sabía dónde meterse. Tanto él como yo caímos muertos, pero de verguenza. Desde ese día, ni a misa nos atrevemos a llevarlo”.
Adán Hernández, Cartago
“Abrigo de la discordia”
“Hace años, yo solía recoger juguetes ropa y alimentos con un grupo de amigos para hacer obra social en las comunidades más alejadas y con menos recursos. Eso sí, siempre se seleccionaba lo que se iba a donar. Llegó el día de la escogencia de la ropa y estaba yo con otras amigas y conocidas, cuando saqué un abrigo de una bolsa y sin pensarlo mucho comenté: ‘Bueno, ¿para qué vamos a regalar este abrigo? ¿A quién le podría gustar?’. Y atrás solo escuché a una amiga: ‘¡Ese abrigo era mío y me gustaba mucho!’”.
Nerissa Chaverri
“Murió antes de tiempo”
“Hace muchos años, mi abuelita estaba muy grave y en cama. Por pura prevención, mi abuelo fue a averiguar, solapadamente, qué trámites había que hacer para un sepelio y qué costo tenían, y me llevó con él a estas averiguaciones. Yo de ‘metepatas’, cuando llegué a casa, le dije a todo el mundo que andábamos haciendo los trámites para enterrar a la abuela. ¡Pero ella todavía estaba viva! El castigo fue tal que quien casi termina muerto fui yo, antes que mi querida abuelita”.
Carlos Meoño, San José