Mario Sancho más ancho

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Tengo la impresión de que Mario Sancho (1889-1948) es recordado, sobre todo, como escritor político, en especial por su ensayo Costa Rica, Suiza centroamericana (1935), de carácter crítico y nada complaciente con la autopercepción nacional que prevalecía por entonces en asuntos de política y sociedad, por lo que su título resulta una gran ironía.

Tarea incómoda. Como el mismo autor señala, “la tarea de apuntar faltas y destruir conceptos convencionales no es tarea simpática en ninguna parte del mundo y menos en Costa Rica”, y, sin embargo, era inevitable que el buen intelectual –según su visión humanista militante– tuviera que hacerlo para contribuir al bienestar colectivo, aunque quedara mal en el corto plazo ante los “bienpensantes”.

“Intima tristeza progresista”. Aunque la política (nacional e internacional) es una dimensión importante de la obra de Sancho, no es la única, quizás ni siquiera la más importante a largo plazo, pues, como escritor culto y viajado, escribió de muchas otras cosas: sus viajes, sus lecturas, su cambiante estética; de Cartago, la ciudad de su primera juventud y de sus antepasados, de antes del terremoto de 1910, lo que introdujo un factor de nostalgia en la vida personal y colectiva, pues esa ciudad derruida por el sismo era más que una cosa física, sino sobre todo simbólica, en ese caso de un pasado colectivo mejor que se había perdido.

A diferencia de la “íntima tristeza reaccionaria” del poeta mexicano López Velarde, la de Sancho es una “íntima tristeza progresista”. Del pasado añora la honradez y la sobriedad del “paraíso campesino” anterior a todo ese orden liberal y olímpico de la Costa Rica del fin de siglo XIX y principios del XX, que se fracturó de manera notoria con la llegada y caída de los Tinoco.

Los Tinoco. Dicho con sus propias palabras: “Los Tinoco no fueron causa sino simplemente efecto de un sistema con anterioridad corrompido, de la misma manera que la pústula no es sino la erupción de los gérmenes patógenos que envenenan todo el organismo”.

Recordemos al respecto que uno de los hermanos de Mario Sancho fue asesinado por el régimen tinoquista, junto con el periodista y escritor Rogelio Fernández Guell y otros más en 1918, cerca de Buenos Aires de Osa, al sur del país.

Para mi gusto, lo mejor de Mario Sancho son sus Memorias, publicadas póstumamente por la Editorial Costa Rica en 1961, en las que podemos leer al Sancho total: al político, al esteta, al lector, al viajero, en una prosa justa y depurada.

Otro libro suyo que me gusta mucho es Viajes y lecturas, de 1933, en una línea similar a lo que sería luego su autobiografía, aunque más intelectual y menos nostálgica, en el que abarca desde Renan a Gómez Carrillo, desde Krishnamurti hasta Rockefeller, y más.

Después, Flora Ovares y Seidy Araya juntaron y publicaron la mayoría de sus ensayos en Mario Sancho. Eldesencanto republicano (1986). No escribió narrativa ni poesía, sino prosa ensayística y analítica, sin caer en lo especializado. No obstante, segmentos de sus Memorias poseen pasajes en los que aquellas irrumpen y toman control del discurso.

La lectura de la historia. A veces es bonito leer la historia de forma indirecta, no a través del tratado estricto, sino del texto personal, que captura y refleja el color de los tiempos, como pasa en la novela histórica, que gusta a muchos lectores de hoy.

Otro género indirecto de leer historia es el de las memorias y demás escrituras autobiográficas, cuando la parte refleja al todo. De este modo, creo que, si alguien quisiera leer por reflejo y en síntesis la historia de la Costa Rica del siglo XX, podría hacerlo con solo dos libros: el mencionado de Sancho y el de Alberto Cañas, 80 años no es nada. Entre ellos dos cubren todo el siglo XX, y más.

Para matizar la imagen tal vez demasiado severa y ácida del Sancho maduro habría que tener en cuenta sus contrastantes años de juventud, cuando formaba parte de la bohemia estudiantil y artística, según nos lo describe Gonzalo Chacón Trejos en una crónica sobre Sancho, “Un homenaje a Verlaine”, recogida en su libro Tradiciones costarricenses, cuando Sancho veinteañero usaba “larga melena romántica, poética, intelectual”, y “ardía en febril entusiasmo por Francia y por todo lo francés, desde la poesía hasta el champaña”, en especial si se trataba de festejar a Verlaine y Baudelaire, o a su representante literario “guateparisino” Enrique Gómez Carrillo, de quien renegará años después, con mucho ahínco y también mucha injusticia, como bien lo notara en su momento Enrique Macaya en su reseña del libro de Sancho, Viajes y lecturas.

Una pluma magnífica. Sancho es uno de los mejores autores costarricenses de la primera mitad del siglo XX, que merece lecturas renovadas y más allá de los encasillamientos usuales que lo restringen a la estrechez de lo político. Sin descuidar esta veta, es necesario ensanchar nuestra apreciación, ampliar la base de lectura, hacer a Mario Sancho más ancho como autor. El buen lector no se arrepentirá y tendrá la oportunidad de leer a una magnífica pluma: punzante, diversa y nostálgica.