Luis BuñuelEl último suspiro del perro andaluz

Tal vez el más grande director de cine español fracasó en Hollywood y llevó una vida contradictoria, entre sus dudas espirituales y sus pasiones materiales.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Estoy que me muero”, dijo en su agonía a su mujer Jeanne Rucar, la misma a quien dejó sin piano a cambio de tres botellas de vino que le había regalado un amigo, y a la que obligó a tirar al río Sena, en París, una pequeña cruz que llevaba en el cuello.

Era “ateo, gracias a Dios”, parafraseando a Bernard Shaw. Aunque se educó con los jesuitas nunca salía de casa en Semana Santa.

Fue amigo de Salvador Dalí y terminaron peleados, un poco por la intromisión de Gala –musa y amante del pintor– y otra por una “lengonada” de este.

Luis Buñuel Portolés resumió su existencia en tres palabras: “Horror a comprender”.

Tan surrealista como sus filmes, era un asiduo de los burdeles y las cantinas, pero jamás toleraba palabrotas de nadie ni comportamientos libidinosos. Amaba la buena vida y los placeres burgueses, pero dirigió filmes que escandalizaron a la sociedad de los años 30.

Hizo yunta con otro iluminado además de Dalí: Federico García Lorca . Los avatares de esos tres mosqueteros fueron retratados por el periodista español Javier Rioyo, en el documental de José Pepín Bello: Preferiría no hacerlo.

Bello, compinche del trío, se expresó así en el periódico El País de sus camaradas: “¿Lorca? Un genio. Alegre, extrovertido, sincero. Tenía muchas virtudes. ¿Dalí? Era asexuado. No sabía leer el reloj, pero de arte lo sabía todo. ¿Buñuel? Nunca conseguimos que fuera jamás al Museo del Prado”.

Ni el arte ni el sexo eran sus obsesiones, más bien la vejez y la muerte, hiladas por un profundo pesimismo derivado de sus dudas religiosas, plasmadas en toda su obra cinematográfica.

Leía y releía La vejez , de Simone de Beauvoir. Pasó sus últimos cinco años acongojado, sordo, medio ciego y sin poder ver ni el cine ni la televisión, tal como quedó escrito en Mi último suspiro , el libro de memorias recopilado por su amigo Jean-Claude Carrièrre.

Renegó de Dios y bromeaba con la idea de confesarse antes de morir para evidenciar su desprecio al orden. Vivía de la sorpresa diaria y de la imaginación, en un mundo onírico donde él era su propia ley.

Aún en su muerte fue un iconoclasta. El 29 de julio de 1983, de madrugada, falleció afectado del corazón, el hígado y los riñones. Fue cremado sin mayor ceremonia al día siguiente, y el misterio envolvió el destino de sus cenizas durante casi 30 años.

Unos dijeron que fueron esparcidas por el bosque donde le gustaba caminar, y que una parte se las llevó el dominico Julián Pablo Fernández, un viejo amigo diletante con quien discutía a diario.

¡Pamplinas! Juan Luis y Rafael Buñuel, los dos hijos del cineasta, revelaron al periódico El Mundo que el padre Julián tuvo los restos de Buñuel durante dos años, pero luego se los devolvió a la viuda y fueron esparcidos en el Monte Tolocha, de su natal Calanda, donde había nacido el 22 de febrero de 1900.

La edad de oro

Buñuel vivía atemorizado por el olvido. En sus memorias relató como, cuando cumplió 70 años, comenzó un proceso similar al que sufrió su madre, María Portolés, que en los últimos 10 años de vida “llegó a no reconocer a sus hijos, no sabía quiénes éramos, ni quién era ella”.

En La vejez juvenil de Luis Buñuel , el escritor Gabriel García Márquez reflexionó sobre el miedo del cineasta a perder los recuerdos; olvidaba en cuál sitio había dejado el encendedor, las llaves o la música que tanto lo deleitaba.

Aunque Buñuel perdió los recuerdos, estos quedaron grabados en las 32 películas que filmó entre 1929 y 1977, las que produjo, en las que escribió el guion o en las que actuó. El cineasta también perduró en la influencia que ejerció sobre los grandes directores de Hollywood: Alfred Hitchcock, John Ford, George Cukor o Billy Wilder.

Con Un perro andaluz , de 1928, y más aún con La edad de oro , de 1930, Buñuel irrumpió con el surrealismo en el cine, basándose en las ideas de André Bretón, el psicoanálisis y la teorías revolucionarias de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Las películas surrealistas explotaron el humor, el horror, el erotismo, los sueños y la locura.

La cinta fue rodada en 15 días en el Estudio de las Ursulinas en París gracias al dinero que le prestó su madre. El propio Buñuel actúa. Su personaje observa como una nube “corta” una luna llena. Inmediatamente, el espectador observa como Buñuel corta el ojo de una mujer con una navaja.

Acogida con asombro por los vanguardistas, la película estuvo en cartelera por ocho meses. Algunos de los espectadores reaccionaron indignados y quemó varios cines, desconcertados por las metáforas, los diálogos oníricos, las ocurrencias, las visiones y las elucubraciones surgidas de las irracionales y desbocadas imaginaciones de Buñuel y Dalí.

Aun peor le fue con La edad de Oro . Tras siete días de éxito, una pandilla de la Liga Antijudía y la de Los Patriotas asaltó el cine donde se exhibía, destrozó las butacas, lanzó bombas y prohibió la película, que no pudo difundirse libremente hasta los años 80.

Dalí acusó a Buñuel de caricaturizar sus ideas y atacar el catolicismo de forma primitiva y nada poética, según El mundo del cine.

Después del triunfo del franquismo, tras la Guerra Civil Española, viajó a Nueva York y le dieron trabajo en el Museo de Arte Moderno (MOMA) , en un proyecto de propaganda antinazi con miras a Latinoamérica.

Estuvo a punto de obtener la ciudadanía estadounidense pero en el libro La vida secreta de Salvador Dalí este lo acusó de ser ateo y comunista. Un periodista del Motion Pictures Herald hizo eco de la recriminación para denunciar el peligro de que el MOMA tuviera en su planilla a un personaje tan escandaloso.

Rojo, pero de cólera, dijo en sus memorias que buscó a Dalí para darle una golpiza: “Eres un cerdo. Por tu culpa estoy en la calle”. Y el bigotudo artista respondió: “He escrito este libro para hacerme un pedestal a mí mismo, no para hacértelo a ti”.

Puso rumbo a Los Ángeles y pasó las de Judas. Nada de glamour ; mucha incomprensión, desesperación y hambre, afirmó el director del filme Buñuel en Hollywood , Félix Cábez.

Vivió un año de puros “camarones”. Fracasó en un proyecto para doblar películas al español y terminó limpiando áreas de montaje. De ahí lo sacó Denise Tual, viuda del protagonista de Un perro andaluz , quien le propuso ir a París para filmar La casa de Bernarda Alba , de García Lorca.

Buñuel hizo escala en México en 1946. El proyecto con Tual fracasó y el director se quedó en ese país, donde se asentó y labró su fama como uno de los más grandes directores del cine.

En México grabó Gran Casino , con Jorge Negrete y Libertad Lamarque, filme que fue un estrepitoso fiasco. En 1950 filmó Los olvidados , sobre la pobreza y la miseria alrededor de la urbe mexicana. La película mereció el premio al mejor director en el Festival de Cannes. Este es uno de los tres trabajos cinematográficos que la Unesco reconoce como Memoria del Mundo.

El gran calavera

El padre de Buñuel, Leonardo, amasó una pequeña fortuna en Cuba cuando era joven, y regresó a Calanda para buscar esposa. Encontró a María –mucho más joven que él– y se casaron. Tuvieron siete hijos y se trasladaron a vivir a Zaragoza, donde el pequeño Luis vivió su infancia y juventud.

De Calanda recordaría siempre la Semana Santa y el estruendo de los tambores que anunciaban las procesiones, estampas que lo acompañarían siempre.

Ese pueblito medieval sería el crisol de los grandes temas que impregnaron su niñez: los insectos, la muerte, los olores, el pecado, la fe, los pobres, las limosnas, el erotismo, el gusto por las armas.

Gracias a ellos llegaría a ser el director que fue. Zaragoza marcó su adolescencia: las misas, los rosarios, la disciplina, la vida de los santos, los burdeles, las juergas y' el cine.

Al morir su padre convenció a doña María para que lo dejara ir a París. Después partió a Nueva York y terminaría recalando de nuevo en Madrid, donde llegó con su mujer Jeanne. A ella la conoció en París en 1925. Tuvieron dos hijos, engendrados en el agua, según ella: uno en la bañera y otro en la ducha.

Primero descubrió el teatro y, más tarde, el cine de Fritz Lang. Trabajó con Jean Epstein y se ligó a los surrealistas, en compañía de quienes escandalizó a los espectadores de sus filmes.

Después de sus primeras dos películas y su triste experiencia en Hollywood, se estableció en México y aceptó filmes que no le interesaban, con actores irrelevantes y argumentos prestados, con tal de mantener a su familia y librarse de la ignominia de vivir –a los 46 años– del dinero de su madre.

Al fin logró imponer su visión del mundo a través de la pantalla, y produjo obras maestras como Viridiana , El discreto encanto de la burguesía , El fantasma de la libertad , Belle de Jour y Ese oscuro objeto del deseo.

La muerte le llegó como un ave negra que se lo llevó a una tierra llena de herejes, de escépticos y agnósticos. El guerrillero anticlerical le dio la espalda a Dios y se marchó a su propio planeta: sin luna y sin navaja. 1