Los días siguientes a Roberto Bolaño

Roberto Bolaño

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blas.dotta@gmail.com

“¿Qué hay detrás de la ventana?” interroga Roberto Bolaño en el memorable final de Los detectives salvajes , libro que lo catapultó como el narrador poderoso que es, devenido luego de su prematura muerte en mito, traducido, publicado, venerado.

Suponían sus lectores que ya no escribiría más; que sobrevendrían el alivio, la calma para reorganizarse; pero la respuesta es obvia con la reciente publicación por Anagrama de los Sinsabores del verdadero policía de parte de sus herederos y del célebre agente literario Andy Wylie, el Chacal , quien adquirió los derechos de la obra de Bolaño después de la muerte del escritor: detrás de la ventana lo que hay es otro libro de Roberto Bolaño.

Así se completa una suerte de extenso tríptico que nace con Los detectives salvajes , prosigue con 2666 y se completa con Los sinsabores... De esta forma, el lector asiste atónito a una misma trama, a un mismo desastre, a un viaje imposible que exige investigar posibles desenlaces, participando como lectores-sabuesos de la materia misma a la que Bolaño condena a la palabra sin dar tiempo a descifrar sus caligramas, la topografía con las que intentaba mostrar la interioridad del signo mismo.

Road movie sin fin, su obra es eterna cadencia de sórdidas ciudades y personajes situados al borde mismo del lenguaje donde reencontrarnos con ese lugar global en el que se convierte Santa Teresa, como la mítica Santa María de Juan Carlos Onetti o el Yoknapatawpha de William Faulkner.

En Los sinsabores del verdadero policía se encuentra la virtual sexta parte de 2666 , y relato centrado en el personaje del profesor Amalfitano que esclarece los motivos por los que abandonó Barcelona para irse a vivir a la desértica ciudad mexicana de Santa Teresa.

En su lectura se escarban las dendritas de su obra, siempre a riesgo de ser mordido por alguna rata o de abrirse las venas con una navaja. Al ratito nomás, el lector atrapa un resto de pan duro, encuentra el arma de un asesino de Sonora, los restos sudorosos de la sábana de un enfermo de sida o el fragmento de la historia de la revolución.

La literatura de Roberto Bolaño se reconfirma una vez más en esta obra que se inició a finales de los años 80 y que se prolongó hasta la muerte del escritor. Es una novela inacabada, pero no novela incompleta, como prologa Masoliver. Se la recuperó de siete carpetas, bien organizadas entre sus archivos digitales y mecanografiados, pero que pertenecen a la misma cartografía de bifurcaciones y daños colaterales.

Encontramos el mismo dibujo de adivinanzas con sus amigos; la continuación certera de esa paradoja tensa entre la palabra y la imagen; la misma condición de fracaso de la modernidad; el mismo lugar del duelo donde batirse por los libros y la comida y los amigos y la vanguardia como nostalgia.

Las labores de documentación del archivo que dejó al morir; un conjunto de anotaciones, borradores, esbozos y diarios (la mayoría manuscritos) revelan la verdadera dimensión del corpus de su obra, dentro del cual “los sinsabores” parecen un recurso más del genero policíaco que cultivó con paranoia.

Bolaño no terminará de dar sorpresas entre el abismo y la desdicha. Sigue sin tener libros malos ni mejores ni peores ni principio ni fin: solo sus propios oasis flotantes donde la vida lucha por no desaparecer, rastreando como un perro sabueso una tercera opción.

Sus personajes, sean quienes sean, son detectives en búsqueda de lo nuevo, de “aquello que sólo se puede encontrar en lo ignoto”: “es la pobre bandera del arte que se opone al horror”. Desde esa “batalla pérdida de antemano” se levanta de ultratumba su voz para decirnos lo que tiene que decir acerca de la enfermedad de la literatura actual.

Parece que, con esta novela, el sol de Bolaño sigue cayendo a plomo, invitando a las lejanas luces de una vida donde no cabe vanidad alguna. Su curvatura literaria sucede al mismo tiempo. “A mí no me corresponde decir cómo quisiera ser recordado. Eso es una batalla futura”, contestó Bolaño cuando le preguntaron por su memoria.

Desde el futuro convoca a la vida y se despide comprensivo con una escupida de sangre.