Locuras múltiples

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La inteligencia ideal es como la rodilla: siempre está por encima de la media. Todos quisiéramos tener la mayor inteligencia o, en su defecto, la inteligencia suficiente para disimular que no la poseemos. Este caso es algo paradójico y se parece al que Francisco Umbral denunció en cierto personaje: con el esfuerzo que le costaba demostrar que tenía la cultura que le faltaba, habría podido fácilmente adquirir una.

Demostrar nuestro poderío intelectual nunca es inteligente pues cualquier política que bloquee la huida de cerebros nos impediría salir del país. Recordemos a George W. Bush, quien se negaba a lanzar bombas inteligentes para impedir la fuga de talentos.

Los psicólogos pretenden medirnos la inteligencia con un anglicismo que llaman test . Entre nos, los psicólogos son muy aficionados a los anglicismos, como Rorschach , aunque nos parece que este es un anglicismo suizo en alemán.

La célebre prueba de Rorschach es aquella en la que a usted le muestran cartones con manchas, de modo que donde hay dos mariposas debe usted declarar que percibe seis conejos pues, si sale con que ve a El Santo en lucha con las momias de Guanajuato, estará en problemas.

En suma, los psicólogos insisten en perseguirnos con esas pruebas de inteligencia, que nunca resolvemos porque nos parecen fáciles.

Por dicha, el psicólogo Howard Gardner descubrió que hay “inteligencias múltiples”, como la naturalista, la musical y la corporal, además de esa –tan incómoda– que ostentaba el primero de la clase, la que era como las inteligencias múltiples, pero todas juntas.

Lo bueno de que haya muchas inteligencias es que, luego de que los demás se reparten todas, siempre quedará alguna para nosotros.

El cerebro no es la caja negra, sino gris, de sorpresas.

La inteligencia que nos toca se la llevó un genio, aunque nos queda el consuelo de que –dicen– la genialidad es la hermana siamesa de la locura. Aristóteles ya lo había sugerido, y con él coincidió Cicerón ( Cuestiones tusculanas , I, 33). En El genio y la locura (cap. I), Philippe Brenot recuerda que, en 1489, para Marsilio Ficino, la locura de los genios se debía a la influencia de Saturno, pero la astronomía aún no ha demostrado ese pensamiento mágico.

La identidad entre genio y locura mereció el recepcionamiento del romanticismo y el surrealismo (no se dice ‘recepcionamiento’, pero es que, con la edad, uno se vuelve algo sociólogo). Todo es cuento. El médico Francisco Mora Teruel ( Genios, locos y perversos , cap. VIII) asegura que “las enfermedades psiquiátricas tienen un componente genético, y lo poseen las personas sean o no geniales”. Lo demás son mentiras de superficialidad nietzscheana –y valga la redundancia–.