Lecciones, chascos y más de un susto

Conduciendo un carro en cuesta (IV)

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Aún tengo pesadillas”

“En 1998, estaba de gira con Danzaú en Xalapa, México, una ciudad encantadora llena de cuestas. Una noche nos fuimos de juerga Mainor, un colega, y dos bailarinas de allí, Rossana y Magaly, quien tenía un vocho vejito, bastante viejito. Como a las 3:30 a. m., íbamos para la casa y el hotel cuando se me ocurre decir: ‘Yo nunca he manejado un vocho’. Magaly, muy entusiasta, me dice: ‘Pues es ahora, ¡agarralo!’. Lo agarré justo cuando íbamos a empezar una cuesta muy empinada. Todo bien... y a media cuesta, el asiento del conductor se quebró y quedé acostado encima de Magaly, que se había pasado al asiento de atrás. Perdí el control del vochito, que empezó a rodar cuesta atrás en medio de los gritos de todos. Yo buscaba con mis pies el pedal de freno. Al final, lo pude hacer al tiempo que Rossana logró poner el freno de mano. Por fortuna, no venía ningún carro atrás. Desde entonces tengo pesadillas manejando en cuesta”.

Luis Piedra Barrientos

“La ayuda de mi abuelo ”

“Hace unos años, mi papá trasladaba a mi mamá a la escuela donde impartía clases. Sin embargo, un día de tantos me tocó asumir el traslado; aunque con algunos inconvenientes, como que tenía 15 años y no contaba con licencia. Durante nuestro recorrido teníamos que pasar el antiguo puente entre Calle Fallas de Desamparados y San Rafael Abajo, que tenía una cuesta muy pronunciada de regreso a mi casa. Para que yo me sintiera con valor, mi abuelito me acompañó, aunque él nunca ha conducido un automóvil. El recorrido de ida nos salió muy bien; el problema fue de regreso. Cuando traté de subir la cuestita, no lo logré. A la mitad se me apagó el carro y no hubo forma de que arrancara nuevamente. Pero claro, ahí estaba mi abuelito para sacarme del apuro. Se bajó del carro y se fue donde el chofer de atrás a solicitarle su colaboración. El señor arrancó el carro sin mayor problema y lo subió hasta lo más arriba que pudo para siguiéramos nuestro camino. Continué como a 20 kilómetros por hora para salir del susto; pero siempre con la compañía de mi abuelo que tanto me ayudó”.

Ángela Sáenz Chévez