Las dos economías de la innovación

El liderazgo de la próxima economía nueva está abierto

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HONG KONG – Durante 250 años la innovación tecnológica ha sido el motor del desarrollo económico. Sin embargo, la economía de la innovación es muy distinta para aquellos que están en la vanguardia y para aquellos que tratan de alcanzarlos.

En el caso de quienes llevan la delantera, la economía de la innovación empieza con el descubrimiento y culmina en la especulación. Desde la investigación científica hasta la identificación de aplicaciones comerciales de nuevas tecnologías, el progreso se ha logrado mediante prueba y error. Las tecnologías estratégicas que repetidamente han transformado la economía de mercado –desde los ferrocarriles hasta Internet– han requerido la construcción de redes cuyo valor de uso no se podía conocer cuando se instalaron por primera vez.

En consecuencia, la innovación en los lugares que van adelante depende de fuentes de financiamiento desvinculadas de las preocupaciones sobre el valor económico; por ende, no se puede reducir a la asignación óptima de recursos. La función de producción convencional de la economía neoclásica ofrece un enfoque peligrosamente engañoso para interpretar los procesos de la innovación de vanguardia.

La especulación financiera es y ha sido una fuente necesaria de financiamiento. Las burbujas financieras emergen dondequiera que haya mercados de activos líquidos. En efecto, los objetos de dicha especulación rebasan la imaginación: bulbos de tulipanes, minas de oro y plata, bienes inmobiliarios, deuda de nuevas naciones, valores corporativos, etc.

Ocasionalmente, el objeto de especulación ha sido una de esas tecnologías fundamentales –canales, ferrocarriles, electrificación, radio, automóviles, microelectrónica, computación, Internet– para la que los especuladores financieros han movilizado capital a una escala mucho mayor de lo que los inversionistas “racionales” ofrecerían. Del desastre que inevitablemente ha ocurrido han surgido varias nuevas economías.

Participación estatal. Como complemento del papel de la especulación, los Estados activistas han participado de distintas formas en el impulso a la innovación. Han sido más efectivos cuando han emprendido misiones políticamente legítimas que van más allá de los intereses económicos estrechos: desarrollo social, seguridad nacional, erradicación de las enfermedades, etc.

En los Estados Unidos, el Gobierno creó redes transformadoras (el sistema interestatal de autopistas), subsidió enormemente su construcción (los ferrocarriles transcontinentales) o tuvo un papel fundamental en su diseño y desarrollo temprano (Internet). Los Estados activistas en todo el mundo han financiado ciencias básicas y actuado como primeros consumidores de los nuevos productos creados. Durante un cuarto de siglo, desde los años cincuenta, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos –por citar un ejemplo crucial– combinó los dos papeles para crear los fundamentos de la economía digital actual.

Para los países que siguen a un líder innovador, el camino es claro. Las políticas mercantilistas de protección y subsidios han sido instrumentos eficaces de un Estado económicamente activo. En los Estados Unidos, los primeros talleres textiles rentables violaron abiertamente las patentes británicas. Además, las compañías con un espíritu ferozmente empresarial recibieron apoyo de una amplia gama de inversiones, garantías y aranceles proteccionistas del Estado de conformidad con el "sistema americano" inspirado por Alexander Hamilton y llevado a cabo por Henry Clay.

El gran economista alemán Friedrich List, que ahora ha caído en el olvido, estudió los trabajos de Hamilton y diseñó una hoja de ruta para la innovación en su país en su obra National System of Political Economy (Sistema nacional de economía política) de 1841. Sus ideas se han aplicado en repetidas ocasiones: por Japón a partir de las últimas décadas del siglo XIX; por los tigres asiáticos en la segunda mitad del siglo XX; y actualmente por China.

List señaló que el surgimiento de Gran Bretaña como "la primera nación industrial" al final del siglo XVIII dependió de las políticas públicas previas para promover la industria del país. “Si los ingleses hubieran dejado hacer –escribió– los belgas seguirían fabricando tela para los ingleses [e] Inglaterra seguiría siendo el corral de ovejas de [la Liga Hanseática]”.

Los programas coherentes para promover la puesta al día económica son relativamente simples. Sin embargo, la transición de seguidor a líder de la economía de la innovación es más complicada y difícil de lograr.

Los Estados Unidos llevaron a cabo la transición aproximadamente entre 1880 y 1930, combinando la profesionalización de la administración y la inclinación por las nuevas tecnologías –electrificación, automóviles y radio– con la tolerancia del Estado hacia los grandes monopolios de la Segunda Revolución Industrial, que invirtieron sus enormes ganancias en la investigación científica. La invocación que se hizo después de la Segunda Guerra Mundial de la seguridad nacional como fundamento legitimador de un Estado económicamente activo amplió el liderazgo estadounidense.

Aún no está claro si las potencias de Asia oriental podrán hacer la transición de seguidores a líderes. Para empezar, los “campeones nacionales” de la fase de puesta al día deben ser expuestos a la competencia. De manera más general, la función del Estado de pasar de ejecutar programas bien definidos a apoyar la experimentación por prueba y error y tolerar los fracasos empresariales. Además, es necesario limitar, como se hizo en Gran Bretaña en el siglo XIX y en Estados Unidos en el siglo XX, el debilitador "impuesto de la corrupción" que inevitablemente parece acompañar a las revoluciones económicas.

Incertidumbre. Este es el momento de la incertidumbre estratégica. La economía digital “hecha en los Estados Unidos” muestra un fuerte impulso en el sector privado. Sin embargo, el liderazgo de la próxima economía nueva –la economía de bajo consumo de carbono– está abierto.

Los Estados Unidos están sufriendo las consecuencias del esfuerzo que han llevado durante una generación para quitar legitimidad al Estado como actor económico. Europa está atrapada en su contradictorio compromiso con la “austeridad fiscal expansionista”.

¿Puede China realizar las transformaciones económicas, culturales y políticas necesarias para asumir el papel de líder que está en juego? Me parece fascinante retroceder casi 200 años y examinar la economía política de Gran Bretaña cuando la Primera Revolución Industrial cobraba impulso.

En 1820, Inglaterra estaba gobernada por una oligarquía corrupta que ejercía el poder en colaboración estrecha con un sistema religioso nacional. La legitimidad política quedaba validada por el temor a la anarquía, cuyas aterradoras consecuencias se habían observado pocos años antes del otro lado del Canal. La represión arbitraria y draconiana era la norma: bajo el “Código sangriento” de justicia penal, más de 100 delitos se castigaban con la pena de muerte o la deportación. El sistema de patentes era singularmente costoso e inaccesible.

Los gobernantes de Inglaterra trataron en vano de contener la mayor explosión de energía económica y riqueza financiera de la historia. Inglaterra se transformó durante una larga generación. Desde la Ley de Gran Reforma de 1832 hasta la derogación de las Leyes Corn en 1846 –y las reformas al servicio civil iniciadas en 1853 y la Ley de Representación Popular de 1867– Gran Bretaña emprendió su único camino hacia un capitalismo democrático, relativamente estable y sostenible.

Indudablemente, el propio camino de China será peculiar al igual que los procesos mediante los cuales ha alcanzado su actual momento de oportunidad. Dependerá de si ese camino resulta tan progresivo como el de Inglaterra para saber quién asumirá el liderazgo global económico.