Las cosas como son

Durante el gobierno de Mario Echandi, el PLN gobernó desde la Asamblea

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Con motivo del lamentable fallecimiento de Mario Echandi, se han publicado semblanzas, artículos, discursos y editoriales, dándole una dimensión de gobernante preocupado por reformas sociales profundas que nunca tuvo. Es cierto que la muerte de un político destacado, sobre todo en las democracias, despierta un sentimentalismo muy humano que tiende a olvidar su verdadero perfil político, para destacar solamente sus cualidades. Con relación a Mario Echandi, algo de todo esto ha sucedido.

Pienso que a los hombres públicos debemos analizarlos con objetividad, lejos de comprometidos sentimentalismos, sin pensar que no podemos decir lo que verdaderamente estamos creyendo porque ofende a familiares o amigos suyos. Y en el caso de Mario Echandi, esta circunstancia se presenta con caracteres más sobresalientes por la actitud de brazos abiertos que mantuvo para todos los sectores políticos, después de haber terminado su presidencia. Entonces logró acercarse a los dirigentes de los partidos, y con más intensidad a los que siempre lo enfrentaron. Con inteligencia política afirmaba que algunos de sus más grandes opositores políticos de antes, no solo eran ahora sus amigos, sino sus hermanos.

En esta actitud, no quiero negar que tuviera buena intención de apaciguar tormentas, pero también tenemos que tomar en cuenta la intención de un político de pura cepa, como él. Fue un político a tiempo completo; nació y vivió para la política. Un político genético y visceral, un hombre que hizo de la política su propia razón de ser. Y en esta perspectiva, uno de los mas grandes políticos que hemos tenido. Y debemos partir de aquí si queremos analizarlo objetivamente.

El último liberal. ¿Quién fue Mario Echandi? Primero que todo, es necesario afirmar que fue un liberal. El último gobernante esencialmente liberal que hemos tenido y, como tal, auténtico. No se desvió jamás de esa posición, que para la época que le tocó manifestarse públicamente quería decir conservador. Esa fue su ideología permanente e inclaudicable. Liberal ciento por ciento, conservador en la misma proporción. ¿Cómo vamos a sostener ahora, por sentimentalismo post mórtem, que fue un reformador social? No, él defendió el estatus, la democracia de su padre y de sus abuelos. Nunca, jamás, estuvo con la reforma social de Calderón Guardia, y menos, con los planteamientos socialdemócratas de Figueres.

Su liberalismo lo defendió con valor, entusiasmo, gallardía y, si me lo permiten, con patriotismo. Y digo esto, porque soy de los que sostienen que la verdad política nadie se la puede acreditar en su totalidad ya que, en un momento determinado, bien puede tener la razón tanto un liberal como un socialista. No hay verdades permanentes porque cada tiempo tiene la suya.

Mario Echandi llegó a la Asamblea Legislativa por un partido superminoritario, elegido por subcociente. O sea, que casi no sale electo. Su mérito indiscutible fue haber logrado transformar, a un hombre con un liderazgo inexistente, en triunfante candidato a la presidencia de la República. Hay que tener agallas y capacidad para lograr ese vuelco en cuestión de tres años. Para el cuarto año de su función como diputado, ya era el líder máximo con posibilidades de derrotar al casi invencible partido Liberación Nacional. ¿Cómo logró que Calderón Guardia le entregara su partido, así como Manuel Mora el suyo, para elegirlo presidente de este país? Bueno, ahí es donde nos encontramos con el perfil del gran político.

Casi en cuestión de segundos le dio vuelta a la tortilla. Todos, conservadores, comunistas, y socialistas de medio pelo, lo apoyaron; y corearon en las calles el ¡VOTE AZUL! Por un momento histórico, el azul fue el color de una increíble unión política que difícilmente se repetirá en otra ocasión y que terminó, precisamente, al día siguiente de las elecciones.

A partir de allí, a Mario Echandi le importó poco la ideología socialcristiana que lo llevó al poder y menos la comunista, cuyos representantes silenciosamente colaboraron. Cuando puso el pie en la Casa Presidencial, era el pie de un auténtico liberal. Usó andamios ajenos, pero sabía para qué había alcanzado el poder, que era afianzar la república histórica de los liberales que la habían construido. Su patriotismo se unía con el pasado, pero desconocía el futuro, que es la falsa perspectiva de todos los conservadores del mundo. Por esta razón es posible afirmar que la imagen de un político conservador es siempre virtual.

Pero el triunfo electoral de Mario Echandi fue relativo, se quedó con la Presidencia, pero perdió la Asamblea Legislativa. Liberación Nacional tomó el poder en el Congreso. Y aquí es donde nos encontramos, otra vez, con el buen político. Los liberacionistas, desde el primer día, iniciamos el ataque. Y me incluyo, porque fui diputado de esa fracción en el gobierno echandista.

Gran estratega. Nuestras baterías se dirigían con precisión hacia la Casa Presidencial, y así tenía que ser como consecuencia política natural de la actitud que en la Asamblea Legislativa mantuvo. Durante cuatro años, sistemáticamente, visceralmente, sin contemplación alguna, sin espíritu de conciliación nacional, sin respeto por todo lo que José Figueres había conquistado, creado, logrado en beneficio de Costa Rica, sin una mínima concesión a las consecuencias sociales y democráticas de la Revolución de 1948, Mario Echandi montó su campaña política.

En esto demostró capacidad, decisión y valor, pero también oportunismo político. Logró despertar y unir todo el antifiguerismo que se había acumulado durante diez años de política revolucionaria socialdemócrata. Eso era política pura, pero démosle la calificación adecuada: era sencillamente política electoral. Es decir, no hablaba el estadista, que Mario nunca lo fue, sino el gran estratega, el que sabía como triunfar pero que, posiblemente, no entendía lo que tenía que hacer con el triunfo. Si gobernar democráticamente consiste en llevar a cabo los cambios posibles, esto nunca le preocupó porque el cambio y su mente conservadora transcurrían por distintos senderos.

En este análisis, tengo que hablar de mi participación directa en la Asamblea que se le oponía con decisión a Mario Echandi. Yo tenía mi punto de vista particular, que lo expuse a la fracción y, concretamente a Daniel Oduber, y que era el siguiente: si un partido socialdemócrata pierde la presidencia de la República y gana la Asamblea popular, debe gobernar desde la Asamblea. Este es su mandato político. Y en esta directriz, imponer al poder ejecutivo su proyecto de presupuesto nacional.

Pero Mario contaba con la debilidad de la socialdemocracia que en ningún país se había atrevido a imponer su orientación a un poder ejecutivo contrario. Y eso sucedió porque, además, Daniel Oduber jugaba sus fichas que, en cuanto a política, tampoco era demasiado lerdo. –No, me dijo, si le imponemos nuestra orientación a Mario, históricamente él se llevará la gloria porque fue en su gobierno que se dieron los cambios.

Electoralmente, Daniel tenía razón, y lo estamos comprobando ahora con todas las importantes leyes que logramos como diputados en el gobierno echandista, que se le adjudican ahora a Mario y no a Liberación Nacional.

Al final, con astucia y capacidad, Mario siempre logró que aprobáramos sus presupuestos, pero combatió los proyectos de ley que nosotros presentábamos. Ahora se dice que Mario Echandi fue el que logró la ley de aguinaldo para los trabajadores así como la que reguló las relaciones entre productores, beneficiadores y exportadores de café. No, no fue Mario sino Luis Alberto Monge, un diputado de excepción, de clara orientación social que luchó decididamente por mejores condiciones para los trabajadores. Con su modestia natural, Luis Alberto no defiende ahora sus conquistas, pero sí lo hago yo porque esa es la verdad.

Lo mismo está sucediendo con la universalización de los seguros sociales. No, no fue Mario Echandi quien tuvo esa inquietud, fue Liberación Nacional el que propuso el proyecto de ley de reforma constitucional para ampliar la cobertura a toda la población costarricense, fuera o no asalariada, y el que pidió que para atender a esa naciente necesidad, se incluyera constitucionalmente un diez por ciento del presupuesto nacional para pagar las cuotas del Estado como tal y como patrono. La universalización sí se logró, pero la cuota obligatoria del Estado no se incluyó. Por eso estamos hoy como estamos. Y también la ley de tierras y colonización. El proyecto fue presentado por Liberación Nacional, no por Mario Echandi, que lo adversó desde el principio, a pesar de que no era una propuesta radical.

Todas estas leyes se aprobaron durante el gobierno de Mario Echandi, es cierto, pero impuestas por Liberación Nacional. En alguna medida, gobernamos desde la Asamblea. En la realidad, ganamos la partida, pero, históricamente –y en eso Daniel tenía razón– la fama la adquiere Echandi. El estratega político vence a los ideólogos, pero estos lograron dar un paso hacia delante en la conquista de derechos del pueblo.

Pero quiero destacar, finalmente, que Mario Echandi Jiménez fue un político íntegro, ciudadano ejemplar, liberal sin concesión, correcto en su proceder según su forma de entender el mundo y, en este campo, con capacidad para enseñar que la decencia en la política está en la consecuencia del actuar con lo que se piensa y se expone.

Y en esto, mantuvo su integridad, que es su verdadera lección y legado.