La púrpura y la sangre

La anatomía fantástica de los poetas del Siglo de Oro solía ser una lírica de la anemia. El color – id est : el no color– ideal de las damas era el blanco níveo y vampíreo, de un reluciente post mortem. A la “blanca Leda en verde vestidura” y al “blanco y esbelto cuello de la diosa” cantaba don Luis de Góngora, mientras, en la corte, en alguna dama, lánguidamente el color moría. Entonces, la inspiración poética podía fallecer de un golpe vitamínico.

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La anatomía fantástica de los poetas del Siglo de Oro solía ser una lírica de la anemia. El color – id est : el no color– ideal de las damas era el blanco níveo y vampíreo, de un reluciente post mortem. A la “blanca Leda en verde vestidura” y al “blanco y esbelto cuello de la diosa” cantaba don Luis de Góngora, mientras, en la corte, en alguna dama, lánguidamente el color moría. Entonces, la inspiración poética podía fallecer de un golpe vitamínico.

A la par, los violentos contrastes barrocos alababan el rojo embanderado de la boca: “Dan al claustro de perlas, en tu labio, / elocuente rubí, púrpura hermosa, / ya sonoro clavel, ya coral sabio”, se deleitaba don Francisco de Quevedo. (El púrpura es un color violáceo obscuro, no rojo; pero los poetas lo creyeron rojo pues los vestidos de los cardenales fueron escarlata desde 1464.)

Era de larga data el locus (el tema) poético de los labios como púrpura. Lo había ayudado la nobleza histórica de tal color, que teñía las túnicas de los reyes.

Siempre inquieto, el psicópata Nerón asesinaba a quien se vestía de púrpura, según cuenta, asqueado, Suetonio ( Nerón , XIII).

En 1453, los turcos deshicieron la cultura bizantina y, de paso, la fabricación de sedas purpúreas a partir de un ínfimo molusco.

El tiempo se toma sus años, quizá porque, aunque es muy viejo, el tiempo es desordenado y siempre deja el futuro para después. Sea como fuere, pasaron muchos años hasta que un joven prodigio descubrió el modo de fabricar el color púrpura en la cristalería de las probetas. Con 18 años, en 1856, William Perkin encontró esa manera; con 22 era millonario y rey de las anilinas, que levantaron, de su muerte de siglos, al color púrpura.

Un alemán prodigioso, el químico Paul Ehrlich, oyó hablar de las anilinas de Perkin y se preguntó si, además de tejidos, podrían teñir células y gérmenes patógenos.

Ehrlich creía en sí mismo –debió prestarnos su autoestima– y, tras miles de experimentos, encontró el modo de teñir gérmenes e introdujo, en la sangre, la cura de la sífilis. “Esto marcó el inicio de la quimioterapia”, anota John Lenihan en Las migajas de la creación , VI.

De los reyes a la medicina viajó un color para que, en la “púrpura líquida” – la sangre según Quevedo–, la ciencia aprendiese una nueva forma de salvar vidas.