La prohibición multiplica el mal

La drogadicción crece en razón directa de la prohibición diaria del consumo de drogas

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El gravísimo problema del narcotráfico tiene dos partes que, aunque en su naturaleza son separadas, los Gobiernos han decidido unir y con ello han complicado la situación, que cada día se extiende y se agrava.

La primera parte --esencial– es la trágica drogadicción que atenta contra la salud y la conducta de las personas que caen en ella y contra la tranquilidad de los hogares, de las familias, de las instituciones, de las naciones, de los Gobiernos y en general de cada sociedad, todo lo cual se extiende hoy a la sociedad mundial si es que cabe tal término. Esto, desde luego, es la parte esencial y a la vez elemental del problema. Una muy preocupante situación que se refiere a la salud física y mental de las personas y de las sociedades, debido a su crecimiento y a su gravedad que aumenta sin parar.

La otra parte es el comercio de las drogas cuando se le declara prohibido, como ocurre hoy. Vale decir que es un agregado legal, decidido así a la sombra de suponer, sin consultar –digamos que a los psicólogos– ni reparar en la realidad innegable de que la prohibición elimina o disminuye los problemas que tienen origen en graves vicios como la drogadicción o el alcoholismo. Sobre todo se prohíbe sin pensar que quien consume drogas supone que eso corresponde a su libre albedrío y que sus consecuencias son solo suyas, mientras probablemente también cree que si lo declarado malo realmente es malo, solo es automaldad y se pregunte si cabe prohibir y castigar la maldad que uno se hace a sí mismo.

Puede pensarse que esta relación es una falsa conjetura o un enorme desvarío –ojalá lo fuera–, pero no lo es porque diariamente lo que sucede, lo que aparece como cierto y comprobado es que la prohibición no ha disminuido el problema. Todo lo contrario, la drogadicción está en permanente crecimiento, en razón directa de la renovada y aumentada prohibición diaria. Y, por consiguiente, pareciera que las naciones están en el más vicioso de los círculos viciosos.

En igual situación estaríamos con el alcoholismo si en el siglo pasado los Estados Unidos no hubieran acatado a tiempo la necesidad de eliminar la prohibición de tomar licor. Una ley que había conducido a incrementar el alcoholismo y a crear la correspondiente y específica corrupción ocasionada por la ley que prohibía.

Aunque en grado menor porque solo se trató de una nación, y porque esta le puso freno a tiempo, fue un caso igual al que tenemos ahora como problema mundial de drogadicción que avanza y de corrupción multiplicada en todos los sentidos de la palabra; corrupción que no abarca solo extorsiones privadas y públicas sino criminalidad de altísimo grado que se extiende cada día con modalidades de crueldad monstruosa. Y, desde luego, con corrupción que se multiplica en grado y en cantidad.

¿Acaso no cabe, por lo menos, comenzar por un planteamiento internacional de esta trágica situación a la luz de lo que evidentemente sucede con perjuicio general?

¿O se trata de que el perjuicio no es general porque hay grandes beneficiarios además de los narcotraficantes, y, en tal caso, poderosísimos con poder especialísimo?