¿La maldición del dólar?

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Durante años, el papel del dólar como principal moneda global fue considerado como un “privilegio exorbitante” –frase acuñada por el ministro de Finanzas y más tarde presidente de Francia, Valery Giscard d’Estaing–. Ahora podría estar convirtiéndose en una desorbitada maldición. Estados Unidos quiere lograr crecimiento sobre la base de las exportaciones. Lo mismo quieren otros países. No todos tendrán éxito; el exceso de exportaciones de un país será el déficit de otro. Pero el papel global del dólar coloca a Estados Unidos en una especial desventaja. Es un motivo del lento crecimiento norteamericano y del elevado desempleo.

El dólar sirve como moneda mundial porque se lo utiliza para transacciones comerciales e inversiones entre países, sin involucrar a los Estados Unidos. Antes de la Gran Depresión, el oro y algunas monedas respaldadas por el oro (principalmente la libra británica, el franco francés y el dólar) cumplían ese papel. Los países abandonaron el patrón oro en los años 30 y, después de la Segunda Guerra Mundial, otras naciones carecieron del poder económico y de la estabilidad política para que sus monedas asumieran un papel internacional importante. De esa forma, el dólar se convirtió automáticamente en la moneda global.

En su libro “Privilegio exorbitante”, el economista Barry Eichengreen, de la Universidad de California en Berkeley, proporciona cifras. Los bancos centrales gubernamentales tienen alrededor del 60% de sus reservas extranjeras en dólares. Alrededor de la mitad de los títulos de deudas internacionales se contratan en dólares. El petróleo, el trigo y muchos otros productos se denominan en dólares. Corea del Sur y Tailandia facturan alrededor del 80% de sus exportaciones en dólares, aunque solo el 20% va a los Estados Unidos. Y no son los únicos.

Una moneda global necesita poseer dos cualidades: confianza y utilidad. La gente –funcionarios de gobierno, administradores de dinero, ejecutivos de negocios, consumidores– debe creer que el dinero mantendrá su valor y que otra gente lo aceptará automáticamente. La mayor amenaza para la función internacional del dólar se produjo en los años 70, cuando la alta inflación, que promedió un 10% entre 1977 y 1981, socavó el compromiso de Estados Unidos con una moneda estable. Cuando se dominó la inflación en los años 80, la confianza volvió. Se pueden cambiar los dólares a la mayoría de las monedas. Puede invertírselos fácilmente en acciones, bonos y propiedad inmobiliaria de Estados Unidos o dejar en valores del Tesoro norteamericano relativamente seguros.

Ninguna otra moneda ofrece tantas cosas. El renminbi (RMB) de China tiene un uso principal: comprar productos chinos. Por lo demás, China controla las reservas en RMB y su valor. Aunque el euro es más versátil, tiene sus problemas. Los mercados de acciones y bonos de Europa no son tan amplios como los de Estados Unidos. Y a causa de la crisis del euro, los bonos del gobierno europeo se han vuelto más peligrosos que los valores del tesoro de los Estados Unidos.

El “privilegio exorbitante” es que Estados Unidos puede pagar las importaciones con su propia moneda. En cambio, la mayoría de los países deben ganar dólares o euros exportando. Si las exportaciones van a la zaga, deben suprimir el crecimiento económico para reducir las importaciones. A los Estados Unidos se le ahorra esa humillación; puede crear más dólares. Además, cuando los extranjeros invierten sus dólares mantienen las tasas de interés de Estados Unidos bajas.

Pero siempre hubo un precio. Los extranjeros no gastaron todos sus dólares en importaciones. Su demanda de dólares mantuvo la tasa de cambio del dólar alta, lo que encareció las exportaciones norteamericanas y abarató las importaciones al país. Desde 1980, Estados Unidos ha tenido déficits comerciales todos los años, sumando unos 9 billones de dólares. Todo eso suscitó quejas de los fabricantes y sindicatos norteamericanos pero se toleró, mientras la mayoría de los países, entre ellos Estados Unidos, gozaron de un desempleo relativamente bajo.

Pero la situación ha cambiado. No se trata solo del desempleo. Muchos norteamericanos creen que los extranjeros han manipulado sus monedas para conservar su ventaja en las exportaciones. En una clase reciente, el economista Fred Bergsten, del Peterson Institute, sobre la base del trabajo de su colega Joe Gagnon, sostuvo que por lo menos 20 países han intervenido en mercados de cambio extranjeros comprando dólares y euros “para mantener esas monedas fuertes y sus propias monedas débiles, a fin de reforzar su competitividad internacional y sus excedentes comerciales.”

La acumulación resultante de reservas de cambio extranjero es inmensa. A fines del 2012, China tenía 3,4 billones de dólares en reservas; Japón, 1,2 billones; Singapur, 519.000 millones de dólares y Rusia 476.000 millones de dólares. Lo que resulta de ello es un crecimiento global débil y desigual. Los países que dependen de las exportaciones (China) necesitan una mayor demanda interna; los países que dependen de la demanda interna (Estados Unidos, algunos países de la zona del euro) necesitan exportaciones más fuertes.

Bergsten sostiene que el sistema de intercambio comercial mundial ya ha sucumbido a las “guerras de monedas” a medida que los diversos países luchan por obtener una ventaja competitiva. Bergsten propone que Estados Unidos tome represalias contra los “manipuladores”. Sus sugerencias, si se adoptan, cosecharían más conflictos económicos.

Algunos gobiernos extranjeros consideraron que las políticas de dinero fácil de la Reserva Federal eran una represalia, creada para deprimir el valor del dólar, aunque la Reserva lo niega.

El dólar global presenta otros peligros. Eichengreen escribe que una disputa política entre Estados Unidos y China o un “repentino viraje en el sentimiento del mercado” podría desencadenar una fuga en pánico del dólar.

Las probabilidades de que eso ocurra son imposibles de calcular. Pero esto está claro: Aunque durante largo tiempo el patrón dólar ha sido una bendición para la economía mundial, ahora se cierne como una fuente potencial de inestabilidad.

Robert Samuelson inició su carrera como periodista de negocios en ‘The Washington Post’, en 1969. Además, fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como ‘Newsweek’ y ‘National Journal’ .