La irrelevancia de jueces sin policías

“El ejemplo es la escuela de la humanidad' nunca se aprenderá de otra manera”. E. Burke

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La invasión de la isla Calero cogió desprevenido a este incauto país. Al pueblo, porque fue adoctrinado para esperar una vida idílica de “paz” y no a enfrentarse a la vida como es. Al Gobierno también por no enfrentar al vecino como es. Instintivamente, nuestra Presidenta le pidió a la comunidad internacional que, “por favor, nos sacara” a los invasores de la isla”.

A mediados de noviembre del 2010 la OEA hizo un llamado para que Nicaragua sacara a sus fuerzas de suelo costarricense. Ortega simplemente lo ignoró y con esa actitud se agotó la utilidad de la OEA. ¿Qué hacer? ¿Apelar a La Haya? ¿A Naciones Unidas? La Historia evidencia que ninguna organización internacional va a sacar las fuerzas nicas de Calero. Es solo a los costarricenses a quienes les corresponde hacerlo. Solo ellos tienen el deber de defender su tierra.

Posibles escenarios Sin embargo, ya el país está en La Haya. ¿Qué nos espera? Si Costa Rica gana su tesis, ¿qué pasa? La mejor manera de contestar esta pregunta es con un ejemplo que es “la escuela de la humanidad”. A Camboya, un país débil, le sucedió algo parecido a lo que le sucedió a Costa Rica, y su experiencia debe despejar sueños engañosos.

Camboya y Tailandia están, en la actualidad, enfrascados en un conflicto militar por un pequeño pedazo de tierra. Un mapa colonial francés elaborado hace un siglo aparentemente no dejó claro a cuál país pertenecía la cordillera Phnom Tropa y el templo de Preah Vihear que ahí existía. Pero en 1962, después de un juicio contencioso, la Corte Internacional de Justicia, en La Haya, solemnemente dictó su sentencia: el pedazo de tierra pertenecía a Camboya.

Recientemente, el primer ministro de Camboya, Hun Sen, ya ganado el juicio en la Corte desde 1962, envió la siguiente declaración oficial de su Gobierno a la ONU: “Por favor, convoque una reunión urgente del Consejo de Seguridad para detener la agresión por parte de Tailandia”. Un día después, apeló a la ONU para que enviara pacificadores a la frontera entre las dos naciones. “Por favor”.

La respuesta de esa organización vino de parte de su secretario general, Ban Ki-moon. Respondió: “estoy profundamente preocupado” por el conflicto armado, y les pidió a ambos bandos “ejercer extrema moderación”. Punto. Ni siquiera mencionó una eventual presentación al Consejo de Seguridad.

Para Camboya y Tailandia el asunto es serio; de vida y muerte porque ya hay muertos. Pero para la ONU no. Los camboyanos, están perdiendo la soberanía otorgada por La Haya ante la realidad de la fuerza superior de Tailandia. Los asiste el derecho, un pronunciamiento de la Corte Internacional, pero son requeridos por la ONU, que supuestamente hace valer las decisiones de la Corte, a “ejercer extrema moderación” mientras que los perdedores en el juicio se quedan, por la fuerza, con lo que la Corte les negó.

La Haya no sirve. El Consejo de Seguridad cuenta, nada más, con “la potestad de hacer recomendaciones o dictar medidas”, pero no actúa de oficio ante una decisión de la Corte Internacional. No hay fuerza para hacer valer las decisiones de la Corte. Por lo tanto, La Haya de nada sirve. Los poderes de la Corte se han visto limitados por la resistencia de las partes condenadas a respetar sus sentencias o por la indisposición o imposibilidad del Consejo de Seguridad para imponer las consecuencias del juicio como en el conflicto de Camboya y Tailandia.

Otro ejemplo de la subordinación de la ley internacional ante la fuerza: Estados Unidos había aceptado la jurisdicción obligatoria de la Corte desde su creación en 1946, pero retiró su aceptación tras el juicio de 1984 que compelió a ese país a “cesar y abstenerse” del “uso ilegal de la fuerza” contra el Gobierno de Nicaragua. Además, aunque la Corte le ordenó a Estados Unidos pagar compensaciones, nunca cumplió esa obligación.

La Haya y la ONU no le sirvieron a Camboya ni le servirán a Costa Rica. Solo a las grandes potencias. Injusto, quizá, pero así es la vida.