La India sigue brillando

Parece que la sociedad hindú se ha globalizado más que su Gobierno

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MUMBAI – Todos los días, un pequeño jet japonés trae otros 60 empresarios de Tokio que vienen a husmear nuevas oportunidades comerciales en Mumbai y el corazón de la economía hindú. Naturalmente, puede que haya un toque de cálculo geopolítico en esto. Conforme Japón se inquieta cada vez más con el crecimiento de China, se fortalece el argumento a favor de aumentar las inversiones en otro gigante asiático.

Pero en esto hay más que política. Puede que los empresarios japoneses estén un poco perplejos respecto al caos creativo en la India; la cultura de las discusiones puede parecerles extraña. Sin embargo, conocen cuando la ven una oportunidad para obtener buenas ganancias en un mercado que se está ampliando rápidamente.

Y ven una en el glorioso Technicolor de la India, la versión de Bollywood de Adam Smith. Cuando la compañía japonesa Daiichi Sankyo pagó $4.600 millones por el control mayoritario del grupo farmacéutico Ranbury en el 2008, estaba apostando a un éxito corporativo continuado. Dadas las tasas de crecimiento de la India, ¿quién cuestionaría seriamente la decisión?

Por eso el lobby del hotel Taj en Mumbai, que se sitúa al otro lado de la calle del pórtico que se construyó para dar la bienvenida al rey George V y la reina Mary en su visita a la India en 1911, de nuevo está llenó de visitantes, muchos de los cuales han venido para ver si es cierto que la India está a la altura de su imagen como la próxima potencia mundial. El grandioso y antiguo Taj merece toda la cantidad de huéspedes que está recibiendo después de haber sido víctima de un ataque terrorista en el 2008. El coraje del personal al tratar de proteger a los clientes del hotel merece el aplauso de todo viajero mundial.

Dinamismo. Los líderes empresariales con que uno se topa en Mumbai, Delhi, Bangalore, Pune y los otros activos centros comerciales de la India muestran el reto de forjar nuevas marcas y empresas globales. Por eso no sorprende que hayan empezado a ocupar lugares en la tabla de clasificación de la liga premier de los ricos del mundo. También externan una desinhibida confianza en ellos mismos. Dan por un hecho el crecimiento de doble cifra de sus propias compañías. La tarea consiste en elevar aún más el crecimiento sostenible.

Por supuesto, conocen mucho mejor que cualquier visitante los muchos problemas a los que la India se enfrenta: sociales, ambientales y económicos, con muchas cuestiones acompañantes en el campo de la seguridad. Para disponer de la apreciación que de este mundo de Mumbai tiene un novelista, lea Sacred Games (Juegos sagrados) de Vikram Chandra, una de las mejores y más emocionantes novelas escritas en el mundo en años recientes.

Lo que resulta interesante es que los empresarios hindúes ya no piensan demasiado en lo que el Gobierno de la India necesita hacer. No esperan mucho del Estado y no les sorprende que incumpla. Una iniciativa gubernamental es algo que tienden a ver como una unión de opuestos.

Esto no significa que no critiquen mucho la administración macro de la economía de la India. Apoyan las casi dos décadas de reforma que ha eliminado buena parte de los proyectos industriales de propiedad estatal. Reconocen que la India tiene el liderazgo con el mayor conocimiento económico en el mundo. Esperan que las reformas continúen, aunque a un paso menos acelerado.

Hacen ver las mejoras en infraestructura –de aeropuertos, por ejemplo– al tiempo que suspiran por lo que queda por hacer y expresan envidiosas comparaciones con China. Pero no hay impaciencia respecto a un papel más grande del Estado. No es que hayan renunciado al Gobierno, sencillamente son realistas respecto a lo que puede lograr. Parece que la sociedad hindú se ha globalizado más que su Gobierno.

Hay una marcada diferencia en el tono de lo que se debate aquí por comparación con el mundo occidental. En muchos países ricos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la crisis financiera y la recesión han hecho popular de nuevo la intervención gubernamental. Los gobiernos rescatan bancos, corren en ayuda de los fabricantes y claman la primacía de evitar la catástrofe nacional y las penurias personales. Aunque cada vez están más cortos de dinero, los Gobiernos ofrecen el consuelo del subsidio público. Por el momento han desaparecido las bromas respecto a que el Gobierno es el problema y no la solución. Los recaudadores de impuestos solían ser el “Enemigo Público Número Uno”, ahora ese puesto ha sido usurpado por los banqueros.

Como contraste, en la India, aunque uno pueda pensar que se debía esperar que el Gobierno haga más, las expectativas no son altas. La India necesita mejor educación y en mucha más cantidad, conforme su población joven crece. Pero, con las espantosas cifras de ausentismo de los profesores en los colegios estatales –que llega hasta el 25% según el Banco Mundial–, las familias recurren de modo creciente al sector privado para educar a sus hijos. Muchos empresarios exitosos están dedicando parte de su riqueza a fundaciones que administran colegios y universidades.

Redistribución de la riqueza. Al gobierno le quedan dos grandes asuntos, además de mantener la reforma en movimiento hacia delante. Primero, conforme la clase media de la India aumenta, hay que hacer más para asegurarse de que el crecimiento económico sea inclusivo. Esto requiere una redistribución más grande para que los cientos de millones de hindúes extremadamente pobres que quedan no sean alienados del éxito de su país y se tiren al extremismo populista.

El segundo reto es la manifestación violenta de esta alienación en la actualidad: la insurrección naxalita en el centro y el este rurales de la India. El ministro del Interior, Palaniappan Chidambaram, un estricto reformista, tiene este problema en su mira, pero no se puede resolver con mejor vigilancia a solas. Acabar con la insurrección también requiere mejor Gobierno, sin importar las bajas expectativas que tienen los líderes empresariales. Y, para ser justos, Nitish Kumar, el principal ministro de Bihar, un estado pobre que con anterioridad era sinónimo de corrupción e incompetencia, ha mostrado lo que se puede hacer en solo cinco años, el tiempo transcurrido desde que lanzó una seria transformación de su estado.

Si los otros estados de la India –y el Gobierno central– pueden seguir este ejemplo, el lustre de la India no va a perder el brillo.