La Independencia era una fiesta

15 de septiembre El baile fue unade las formas de celebración de aristócratas y de trabajadores

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En la segunda mitad del siglo XIX, los costarricenses idearon diversiones para celebrar el 15 de septiembre. Una de las más populares fueron los bailes. Tenemos datos de la realización de los llamados “bailes del 15”, aunque podían ocurrir el 14 de septiembre o unos días después. Se celebraron desde 1861 para el caso de la elite josefina, y desde 1876 para otros sectores de la población.

En la misma fecha, pero en diferentes, sitios, diversos grupos sociales acudieron con mucho ánimo, aunque en días diferentes, al Palacio Nacional, al Municipal, a las salas de los principales hoteles, a los salones y, a partir de 1899, al Teatro Nacional con la intención de danzar al compás de la música de moda. A este último sitio, los obreros y artesanos ya tendrán acceso para realizar su baile en la década de 1910.

La elite. La asistencia al baile de la elite estaba regulada con invitaciones y comenzaba a las nueve de la noche con la llegada del presidente de la República. A continuación se presentaba una introducción musical y un desfile de parejas.

Muy pronto, los bailes de elite se transfiguraron en desfiles de prendas costosas con las que algunos concurrentes deseaban mostrar su poder económico.

A principios del siglo XX, con el objetivo de elegir una reina en el baile, la vanidad y el deseo se confundieron con la identidad de clase. El concurso de belleza motivó el lucimiento entre las jóvenes en un intento por aparecer radiantes y de identificar su pertenencia social.

En 1916, un cronista de La Prensa Libre describió el baile:

“El conjunto femenino ofrecía un aspecto encantador. La belleza de nuestras mujeres, la elegancia de sus trajes, todos de un corte delicado, todo contribuyó en ellas a presentarlas como la más preciada gala de la fiesta. Las damas y los caballeros de los palcos se entregaban por grupos a hacer la elección de las reinas, que era realmente difícil en aquel torneo de elegancia y de belleza”.

Bailes de ilusiones. El 19 de septiembre de 1916, ayudados por la pluma de un crítico de La Prensa Libre , otra muestra deja entrever la preocupación de la elite por representar su poder económico mediante la vestimenta.

El crítico afirmó que había entrevistado a “una señora modista muy entendida en la confección de los trajes de nuestras señoritas”, y se enteró de que el más modesto de esos vestidos “vale no menos de setenta y cinco colones”. El periodista añadió:

“Haciendo un cálculo moderado, vamos a suponer que las doscientos cincuenta señoritas que bailaron llevaron todas trajes de ese precio. En ese caso, se ha invertido en trajes nada menos que dieciocho mil setecientos cincuenta colones' ¿Qué les parece a ustedes?”.

Lo que parece es que la elite capitalina estaba empeñada en distinguirse de otros grupos sociales. Así, hacia inicios del siglo XX, la moda se convirtió en un símbolo de ostentación, y el baile de la independencia colaboró con resaltarlo.

Ya para entonces, el encuentro principal que anunciaba la entrada de una familia en la elite capitalina era el baile que festejaba el 15 de septiembre, como puede verse en la obra de teatro Don Concepción, de Carlos Gagini, estrenada en 1902.

La trama de esa obra presenta a una familia rural con poder económico que se traslada a la capital con la intención de convertirse en parte de la elite josefina. La cortesía que los miembros de esa familia esperan con ansias es recibir invitaciones para el baile del 15 de septiembre.

Al final, la noticia que les indica su fracaso total es leída por una familiar en el periódico: “La comisión oficial del baile del 15 de setiembre avisa al público que ayer fueron enviadas a domicilio las invitaciones, y que, por consiguiente, las personas que hoy a las doce no hayan recibido tarjeta, deben considerarse como no invitadas”.

Los jóvenes. Las mujeres fueron como las actrices del baile, portadoras de la distinción de clase. La prensa se encargó de recalcar ese papel al concentrarse en las mujeres como “objetos” de la fiesta.

En septiembre de 1921, el cronista del diario La Tribuna dejó en claro ese simbolismo cuando describió a las mujeres que bailaban como “damas que allá [en el hogar] dan la venturosa paz doméstica y que aquí dan alegría y prestigio social”.

El día del baile era también un encuentro fundamental para los jóvenes. En 1894, el cronista del periódico La República dejó en claro el significado de esta actividad:

“El día de nuestra independencia es escogido casi siempre para el estreno , que forma el principio de una nueva época en la vida social de la mujer, ó mejor dicho, entre nosotros, para su modo de vestir. Los hombros blancos y mórbidos, con pudor virginal al primer contacto del ambiente tibio y perfumado de los salones, cuando al quitarse el armiño ó la banda de terciopelo se hace la entrada á la vida elegante, el alma llena de inocencia y la cabeza poblada de ilusiones”.

El baile era el momento en el que los jóvenes de la elite se iniciaban en la vida pública. En ese caso, la vestimenta desempeñaba otro papel además de promover la distinción: era una expresión del nivel de madurez.

El baile podía significar que esos jóvenes pasaban a formar parte del “mercado matrimonial”. Bailando al compás de la música, se entretejían las alianzas amorosas que podían terminar en bodas.

Obreros y artesanos. Por otra parte, las autoridades municipales josefinas promovieron los bailes “populares” para que hubiese una participación activa de los capitalinos en la celebración del 15 de septiembre. Ya en la década de 1890 existían grupos de trabajadores urbanos que organizaban estos bailes por su cuenta y como forma de integrarse en la conmemoración. En 1896, este encuentro social fue bautizado por sus auspiciantes como “el baile de obreros y artesanos”.

A partir de 1916, la Sociedad Federal de Trabajadores organizó sus propios bailes y los consolidó así como acto de celebración de la independencia entre las “clases bajas”.

También entonces comenzó a controlarse la asistencia por medio de invitaciones. Lo mismo ocurrió con el rito de entrada: se realizaba por medio de un desfile que encabezaba el presidente de la República.

Para el baile de obreros del 17 de septiembre de 1921, cuyo escenario fue el Teatro Nacional, el diario La Tribuna publicó un extenso aviso en el que se anotaron las estrictas reglas que los invitados a esta fiesta debían seguir.

Se señalaron la imposibilidad del traspaso de las invitaciones, la presentación del recibo de pago por parte de los hombres, y la necesidad de que las señoritas asistieran con sus padres, hermanos o encargados.

Así, a inicios del siglo XX, el amanecer del 16 de septiembre solía encontrar a conjuntos diversos de jóvenes, volviendo a casa después de haber celebrado la emancipación de la mano de aquella musa y con la convicción de haber aprovechado la conmemoración de la independencia de forma diferente de los escolares, quienes hacían lucir banderas por las calles y edificaban la nación en sus marchas.

El autor es profesor de la escuela de historia de la UCR.