La herencia de los “whipping boys”

¿Qué función cumplen las figuras comparables a “whipping boys” en la política de hoy?

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En la cultura anglosajona, entre los siglos XV y XVIII, existía una figura cortesana llamada “whipping boy”. Según Gary Martin, se designaba así a jóvenes acompañantes de príncipes que cumplían esta rara función: ellos recibían castigos cuando los príncipes se portaban mal o no avanzaban satisfactoriamente en sus estudios.

Esto parece absurdo a primera entrada, pero tenía la siguiente lógica: no era permitido que los instructores de hijos de reyes les aplicaran castigos; entonces, aprovechando los lazos de afecto que surgían entre los príncipes y sus acompañantes, se lograba que los primeros hicieran esfuerzos por corregir sus errores o deficiencias, voluntariamente, al ver el sufrimiento que causaban para los segundos.

En otras palabras, un “whipping boy” era una especie de chivo expiatorio, cabeza de turco o víctima propiciatoria. Cada vez que un príncipe hacía algo que no debía hacer o no hacía lo que debía hacer, el encargado de su educación daba latigazos (el término inglés “whip” significa “látigo”) a su querido acompañante.

Dice Martin que los “whipping boys” generalmente tenían linaje distinguido y eran educados junto con los príncipes desde la infancia. Supuestamente, sus vidas eran de constante injusticia y sufrimiento. Pero podían, eventualmente, recibir importantes compensaciones cuando los príncipes ascendían al trono. Por ejemplo, en 1643, Carlos I nombró como primer Conde de Dysart a su “whipping boy”, William Murray.

Todo ello era producto de la continuidad de vínculos personales en el régimen de realeza. Y cabe compararlo con otras formas de continuidad de tales lazos en regímenes políticos modernos. Así como los príncipes heredaban las facultades que les permitían conceder privilegios a los “whipping boys”, sus compañeros de infancia y juventud, los miembros de un Gobierno que suceden a los del anterior –mediante cualquier mecanismo, sea dictatorial, democrático o manipulativo– disponen de la facultad de compensar a los “whipping boys” del Gobierno previo. Para ver y entender esto, es útil plantear la siguiente pregunta: ¿Cuál es la función que cumplen las figuras comparables a “whipping boys” en regímenes políticos actuales?

La clave podría estar en un fenómeno que los estudiosos de política llaman “negación creíble” (“plausible deniability”, en inglés). Hace más de doce años, escribí dos artículos sobre el tema en esta página (28/1/87 y 25/3/87), el cual resumo así: las altas autoridades inducen acciones por parte de sus colegas o subalternos, de un modo ambiguo que les permite sostener, después de los hechos, que se derivan o se alejan de su intención; es decir, pueden reconocer las decisiones como suyas o atribuirlas a sus subalternos, según les convenga.

Hay numerosos ejemplos o evidencias de “negación creíble” en la historia de todos los países, incluyendo el asesinato del arzobispo Thomas Beckett en Inglaterra, propiciado por Enrique VIII (1170). Un analista de política norteamericana, Seymour Hersh, describió algunos casos del fenómeno durante el gobierno de John F. Kennedy, en un libro intitulado El Lado Oscuro de Camelot. Y me dio tristeza observar, recientemente, que una diputada aceptó haber cometido un deleznadizo acto de inspiración y estirpe similar, durante el episodio del conato de aumento salarial de legisladores, “para no exponer a la Presidenta”; lo feo es que la autora parecía estar convencida de que hacía algo correcto, inclusive noble.

Mi hipótesis es que el Gobierno actual no solo tiene “whipping boys (and girls)” propios, sino que alberga otros del Gobierno anterior, en agradecimiento por sus servicios; lo cual no es algo totalmente inconveniente o censurable. Y, para que los ciudadanos, así como la señora Presidenta, valoren eso, voy a exponer algunas de sus características, ventajas y desventajas en un próximo artículo.