La gira de Obama por América Latina

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Luces y sombras

Un análisis de la reciente gira del presidente Obama por la región latinoamericana arroja luces y sombras. El mayor logro ha sido realizar la gira en un momento en el cual había razones de peso para posponerla, tanto internacionales (Libia, Japón) como internas. Que la región importa es, a mi parecer, el mensaje más importante que Obama intentó transmitir al mantener la decisión de viajar a la región. Sin embargo, no cabe duda de que, en los medios estadounidenses, el conflicto con Libia eclipsó la debida atención a la gira.

Esta debe analizarse desde una doble perspectiva: en los planos bilateral (visitas a Brasil, Chile y El Salvador) y regional. Los tres destinos fueron elegidos con gran acierto. Brasil, por su indiscutible carácter de potencia (regional y global emergente). Chile, por haber sabido combinar exitosamente democracia, economía de mercado, apertura externa, estado de derecho y política social efectiva. El Salvador, por la moderación del Gobierno de centro-izquierda del presidente Funes y para asegurar la preocupación creciente de Washington sobre el deterioro de la seguridad y la democracia en varios países centroamericanos.

Las visitas bilaterales

La visita a Brasil, séptima economía mundial y 40% del PIB regional, arrojó un resultado moderadamente positivo no solo por los acuerdos firmados (sobre todo en materia de energía, financiación para infraestructura y una hoja de ruta para futuras negociaciones comerciales), sino también por el afianzamiento de la relación entre Estados Unidos y Brasil, las cuales se habían deteriorado durante la última etapa del gobierno de Lula. Más modestos fueron, en cambio, los resultados en materia de apertura de los mercados estadounidenses para las exportaciones brasileñas y lograr un apoyo explícito de Obama (como ocurrió durante su gira a la India) para que Brasil se convierta en un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, el cual no se concretó.

Chile, además de la firma de varios convenios, entre ellos uno sobre cooperación en materia nuclear, fue el país que Obama escogió para ofrecer su Discurso a las Américas, dirigido a relanzar las relaciones con la región.

En El Salvador, los temas centrales fueron inmigración, pobreza, seguridad regional y narcotráfico. Con respecto a la inmigración (de mayor importancia), no se llegó a resultados concretos, pese a que en Estados Unidos viven dos millones de salvadoreños, la mayoría de ellos de forma ilegal o con permiso temporal. El monto de las remesas que estos envían excede los 3.000 millones de dólares. En cambio, Funes obtuvo un fuerte espaldarazo a su Gobierno: la inclusión de El Salvador en el programa Asocio para el Crecimiento, y 200 millones de dólares (suma claramente insuficiente) para combatir el narcotráfico en la región centroamericana.

El relanzamiento de las relaciones regionales

Su Discurso a las Américas fue correcto en el campo de la retórica, pero se quedó muy corto en el de las propuestas y los proyectos concretos. Hay que valorar el ofrecimiento de Obama de un nuevo trato entre Estados Unidos y la región, así como los pronunciamientos que formuló tanto sobre la importancia de la región (“América Latina es más importante que nunca antes para la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos, y se va a volver más importante...”) como sobre el tipo de relación que su administración desea mantener con América Latina: basada en el dialogo, el respeto y la cooperación entre “socios iguales” (reafirmando así lo que ya había expresado en la Cumbre de Trinidad y Tobago en 2009).

No formuló, en cambio, ningún compromiso concreto en cuanto a la pronta ratificación de los tratados comerciales con Colombia y Panamá, ni respecto a la eliminación de las barreras proteccionistas. Tampoco hubo avances concretos en materia de inmigración ni en relación con el levantamiento del embargo a Cuba. Estos son los principales límites de la propuesta de Obama a la región que terminaron restando fuerza a esta. Hay que buscar la causa principal de estas limitaciones al interior de Estados Unidos, donde el alto nivel de endeudamiento y de desempleo constituyen obstáculos a la capacidad de maniobra de Obama (de por sí debilitado políticamente luego de la elección de medio periodo), en relación con paquetes de ayuda y apertura comercial.

Por otro lado, la diversidad ideológica, la pluralidad de estrategias de desarrollo y la evolución desigual de las democracias han generado una región heterogénea. Asimismo, las diferencias en cuanto al peso específico de los países de América Latina y la diversidad de prioridades entre los países de América el Sur con los de América Central y México, sugerían la importancia de que el discurso de Obama tomase en cuenta esta diversidad, lo que lamentablemente no sucedió.

Balance

La primera visita de Obama por América Latina tiene lugar en una coyuntura en que, mientras Estados Unidos se encuentra en uno de sus puntos más bajos como potencia, América Latina (si bien con diferencias importantes entre países y regiones) experimenta uno de sus mejores momentos sobre todo en el terreno económico.

No hay que perder de vista que el objetivo primordial de esta visita fue (como el mismo presidente lo manifestó claramente a la prensa estadounidense antes de su gira) aprovechar el buen momento que vive la región para aumentar las exportaciones, mejorar las oportunidades de negocio, incrementar las inversiones y, de esta manera, contribuir a la recuperación económica y sobre todo a la generación de empleos en los Estados Unidos. Es cierto que este no fue el único objetivo (también buscó relanzar las relaciones con la región, contrarrestar la presencia de China, hacer patente su preocupación por el crecimiento de la criminalidad y el narcotráfico en América Central, etc.), pero sí el principal.

Mientras las tres visitas bilaterales arrojaron resultados moderadamente positivos, en el tema del relanzamiento de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, en cambio, prevalecieron las buenas intenciones y la retórica por encima de las propuestas y los resultados concretos. El Discurso a las Américas careció, asimismo, de un enfoque diversificado que diera cuenta de la heterogeneidad que caracteriza hoy a la región latinoamericana.

En mi opinión, parte de la decepción que tiñó la gran mayoría de los análisis durante la reciente gira de Obama se debió a un doble motivo: por un lado, expectativas desmesuradas de parte de América Latina (en buena medida alimentadas por los propios funcionarios estadounidenses que establecieron un similitud con la Alianza del Progreso); por el otro, la falta de propuestas concretas que validaran las buenas intensiones de Obama y que diesen cuenta de la diversidad que caracteriza la realidad latinoamericana de nuestros días.

No todo es negativo, sin embargo. Es cierto que esta gira y el Discurso a las Américas, por sí solo, no abren una nueva fase en la relación Estados Unidos-América Latina, pero constituyen, a mi entender, una ventana de oportunidad cuya exitosa concreción depende ahora de ambas partes. A favor de esta nueva oportunidad, interviene la mejor imagen que los latinoamericanos tienen de Estados Unidos y de Obama, así como su apuesta al multilateralismo y a trabajar como “socios iguales”. Pero esta mejor opinión y las buenas intenciones deben ser acompañadas por la administración Obama con propuestas concretas y cambios de política en los temas prioritarios y urgentes para la región.

Pero, si en verdad queremos una relación de “socios iguales”, las propuestas no solo deben surgir de Estados Unidos. América Latina debe mostrarse igualmente propositiva y concreta en sus planteamientos. Lo anterior demanda diseñar, entre ambas partes, de común acuerdo y en condiciones de igualdad, una estrategia de doble piso: uno común a todos los países (sobre todo en materia de principios, y en cuanto al estilo y el tono de la relación), y otro que dé cuenta de la diversidad que hoy caracteriza a la región (temas concretos en función de las prioridades nacionales y subregionales).

Si en verdad deseamos una nueva relación, entre socios iguales, la responsabilidad entonces debe ser compartida.

Daniel Zovatto, director regional para América Latina y el Caribe, IDEA Internacional