La ‘El Tarocchi’ y el cosmos

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Francisco Umbral, escritor español (1932-2007):  Dentro de ese juego casi astral de las expresiones poéticas de la vanguardia, Alexander Calder (izquierda) es el que da el gran paso en el vacío para llevarnos un poco más lejos. Calder no trabaja sólo con la madera o el hilo de acero, sino que trabaja con el aire, que en este caso es el escultor constante de la nada, el que sigue creando formas y galaxias cuando ya el artista ha dejado la obra en paz.

Las artes plásticas del siglo XX lo habían hecho ya todo, pero Calder es un snob porque es un adelantado. Esa pisada suya en las hectáreas de la nada es la que verdaderamente abre el mundo a las rutas del hombre. Un móvil de Calder equivale a un móvil de Miró, sólo que Miró se está quieto, y la movilidad debemos imaginarla como un elemento más del cuadro. Calder deja temblando en el aire, colgando de invisibles hilos de oro y acero, las bellas y anónimas piezas de sus esculturas: quizá una hoja volandera, unas pisadas humanas, una prenda femenina.

La velocidad de la nada, la prisa lenta de la luz, la movilidad armoniosa y tranquila de un móvil de Calder convierten al aire en escultor incesante que va creando y recreando universos con su mano de brisa y su viaje por entre las constelaciones. Calder crea esa constelación lineal y luego se retira, se abstiene, deja que un viento sin puertas trabaje en las combinaciones continuas de hueco y volumen que es una obra suya. Calder ha colonizado el vacío.

De la variedad de las creaciones de Salvador Dalí podemos deducir que no hay un Dalí sino muchos y que el mejor no es precisamente el más divulgado, sino el que más lo perjudica.

En su Monumento imperial a la mujer niña , Salvador Dalí, sin olvidar sus maneras, se extrema en un barroquismo tan antiguo como el propio Barroco. En otros cuadros nos da el temblor pálido de la muerte, su maestría en la perspectiva y un tratamiento de los colores blancos o emblanquecidos que vienen a expresar eso, lo inexpresable, la muerte.

Hay otros intentos surrealistas, donde Salvador Dalí, gran snob , convierte un gato en un teléfono y se aproxima peligrosamente al mal gusto de algunos excesos del surrealismo. Muchacha en la ventana (derecha) nos devuelve a un realismo finisecular y galdosiano, casi doméstico, cuando sabemos que la muchacha es la hermana del pintor. Tanta calidad de realismo, tanta calidad de mazapán en las carnes de la moza, no son sino una burla, la que Salvador Dalí hizo siempre, del realismo académico.

En toda su obra de esta calidad, Dalí ejercita al mismo tiempo la maestría del realismo y la burla de esa escuela que quiere sustituir a la realidad. La ironía de este realismo intencional lo aleja ya de todo propósito fotográfico, dándonos una pieza degustativa y demasiado verdadera, como esa vela y ese caladero que vemos al fondo.

Dalí, como Pablo Picasso, quiso hacerlo todo, pero Picasso contaba con una herramienta múltiple y capaz y una personalidad más definida que la de Dalí, siempre derrumbante hacia el esnobismo no sólo en el tema, sino también en la materia.

Fotos: Wikicommons