La “controversia” sigue

Más allá de la cáscara,somos seres humanos todos

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Por aquello del teatro como barómetro de un pueblo (la frase histórica y vigente del gran Lorca) me alegra mucho que con recientes montajes como Casa tomada, Madre Coraje y esta Controversia de Valladolid , que comento, vuelven aires de dignidad a la escena. Bien montada y mejor actuada, a no dudarlo, incita a pensar.

En eso estoy, por la obra en sí y porque por lo visto el director (Fabián Sales) impuso que los actores no saludaran al final en un haz de luz, sino que todo quedara oscuro, un minuto, cosa de reflexionar. También por ello, creo, solo después conseguí el programa de mano. Muy bien.

Presentado en forma de los clásicos debates, con suficientes cambios, hasta con momentos de risa y de tragedia, el texto dramático del francés Jean-Claude Carrière se encuentra envuelto entre dos escenitas. Se trata de la inicial y la final, donde, en forma paralela o casi, un sirviente negro (Kendall Wilson) se ocupa de barrer para esos señores: más pensamiento se genera al comprobar que en el siglo XVI se asistió a un montaje jurídico y teológico detrás del cual, pese a la sinceridad de Bartolomé de las Casas (Lenín Vargas), en el fondo prevalecieron los intereses económicos.

La misma deducción chocante se impone en la película: ¡ya que los indios tienen alma... importemos negros! (su nuevo nombre es “inmigrantes”)

Actualidad. Por eso opino que la obra se presta idealmente a ampliar la controversia respecto de nuestra manera de ver y actuar, actualmente, en relación con todo grupo humano, en busca de la dignidad personal de cada uno.

Respecto del indígena, tanto en Costa Rica (ver el problema de la represa, sobre el tapete), como en Bolivia (con esa carretera transcontinental), y por ejemplo en Ecuador (con la explotación o no de hidrocarburos), las perspectivas han oscilado entre el aislamiento de esos habitantes de un mismo país y su incorporación real a este.

En el siglo XVI, el gran obispo Marroquín, lo mismo que Bartolomé, “apóstol de los indios”, con una visión cristiana y universal, buscaban integrar esos grupos humanos en pueblos, superando el cruel “requerimiento” por cristianización.

En cambio, en el siglo XIX, en América, de norte a sur, se practicó el exterminio o, a lo sumo, el encierro en guetos o “museos”. No sé hasta qué punto, con florcitas de derechos humanos y separación “privilegiada”, no estamos en el fondo dificultando que los que quieran integrarse en todo sentido dentro de un proyecto nacional, tengan todo el apoyo institucional y de actitud necesarios: el enfoque al pobrecito, diferente, a la larga resulta contraproducente, necesitados de estima sí, pero no de lástima; de crédito sí, pero no de limosna, de educación sí, pero no de aún mayor segregación, justamente a través de ella. A la larga, todos somos seres humanos, igual afrodescendientes todos.

La polémica, nada trasnochada, actualmente va mucho más allá de arreglos cosméticos, champú electoral y demás. Pero es una pena que la misma escuela y el colegio sigan inculcando ese rencor, con la mirada en el retrovisor, simplificando hasta el anacronismo absurdo entre buenos y malos.

Por un lado estarían los malvados blanquitos europeizados y por otro, “nuestros antepasados”: una visión idílica y cándida que da lástima. Urge una labor de “sinceramiento histórico” (el término es de Mariana Fazio), en la líneas de Uslar Pietri, Briceño Iragorry, Mariano Picón y tantos valiosos pensadores latinoamericanos.

Es el mismo problema, controversial y de fondo, respecto de tantos otros asuntos.

El muro de Berlín felizmente ya está derrumbado: superación inmensa del conflicto Este-Oeste. Cito también la milenaria tensión hombre-mujer, a la que ahora suelen poner parches al estilo de lo políticamente correcto con aquella cansina duplicación de los y las... : entre todos, en un esfuerzo prospectivo, conversemos con los ojos hacia un futuro compartido.

Es buena la controversia, para superarla.

Respetando cada uno de los contextos, vale la pena reflexionar, ahora en pleno siglo XXI, sobre la validez de aquel lema del citado Marroquín, escrito al emperador: conocerlos hemos, conocernos han.

¡En profundidad, por favor! Así en todo. Más allá de la cáscara, somos seres humanos todos, ni blancos ni negros, “ni buenos ni malos... sino todo lo contrario”.