La compañía en la pobreza: historia de dos ancianos porteños

Su situación no es cómoda y quizá ni siquiera digna, pero esta pareja de adultos mayores ha hallado EN LA COMPAÑÍA MUTUA un buen motivo para sonreír y para agradecer.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Más allá de las olas del puerto y de los lujosos hoteles con vista al mar, reside en Bellavista de Puntarenas una pareja de adultos mayores enamorados. Ella lleva por nombre Juana del Carmen Quesada y, cuando no está su esposo, solo la acompaña su silla de ruedas. Él, conocido como Jerónimo Hernández, debería apellidarse “hacendoso”. Se ocupa de su esposa, de su humilde casita , de “la comedera” y de su música.

Y aunque por los 75 años que lleva encima, a veces se le olvidan ciertos mandados, siempre regresa contento a darle cariño a su amada Yayita –como llama a su esposa–, un año mayor que él.

Su casa no es como las demás. Pocos la han visto, pues yace al fondo de un arenoso lote con una entrada tapizada de latas. Por fuera, bajo un techo, se esconden del sol doña Juana y sus perros Gaviota y Borona. Adentro hay oscuridad.

Es una vivienda de tres metros cuadrados en donde caben, a como se puede, cama, cocina, televisor, mesa, equipo de sonido, refrigeradora, una pandereta y una bicicleta.

Hace 12 años, don Jerónimo también tenía una marimba que, tras un incendio en su casa, quedó destruida. Luego compró otra, pero como no halló con quién tocarla, la vendió, y desde entonces su trabajo como músico ha disminuido. “Algunos que tienen los instrumentos me llaman y me congrego con ellos. Ahora menos que antes”, cuenta él, quien además toca batería y guiro.

Han vivido más de 20 años en las mismas condiciones y, al parecer, nadie sabía de su estado.

Fue un día de noviembre pasado, cuando don Jerónimo le presentó un papel sellado a su “hermana” Reineri Ruiz, quien asiste como él a la iglesia evangélica Príncipe de Paz, en Bellavista.

– Esto es suyo, le dijo don Jerónimo a Reineri.

– No, seguro usted se confundió, le respondió Ruiz, extrañada al abrir la carta y encontrar el logotipo del Instituto Mixto de Ayuda Social. Se trataba de un dictamen médico referido al IMAS en el que se solicitaba una ayuda para la pareja. Al final, Reineri guardó la copia y fue a visitar a la pareja.

Entró y buscó a doña Juana, a quien hacía tiempo no veía en la iglesia. Al verla postrada en su cama, con las uñas largas y encorvadas y la ropa sin asear, se impactó mucho y comprendió el porqué de su ausencia. Yayita no podía caminar y la distancia que debía recorrer para ir hasta el escusado de hueco era como de maratón.

“Les abrí la refri y no tenían nada”, recuerda Ruiz, quien ahora les está ayudando a tramitar mensualmente un bono del IMAS por ¢90.000. La primera ayuda la recibieron en abril y Ruiz anhela poder construirles a los “abuelitos” una casa más digna y menos propensa a las inundaciones con las que han tenido que lidiar durante años.

Don Jerónimo dice estar agradecido con la vida por tener a Yayita consigo. Menciona a Dios en todas sus frases y después de decirlas, ríe como si fuera un niño.