La ciudad que ven nuestros ojos

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Don Óscar, leí con escepticismo su columna, publicada en estas páginas el pasado martes, en la que usted opinó que San José es una ciudad sin un rostro distintivo, “ es más bien un acertijo, un rompecabezas, una esfinge desorientada”.

Usted defiende la idea de un Centro Cívico Nacional que le dé cara a la esfinge y haga de San José una ciudad ejemplar, pero creo que antes, utilizando una de sus frases, “hay que ver un poco más allá”.

Un centro de ese tipo poco hará para revertir el descuido y las mutilaciones de edificaciones históricas; socavaciones cometidas, a lo largo de tantos años, en contra de nuestra ciudad.

Pasó su gobierno, dos veces, y el de muchos otros más: la capital, contrario a lo usted manifiesta, tiene facciones cada vez más definidas, algo que al parecer solo es notorio para quienes la recorremos a pie, todos los días, rumbo a nuestros trabajos y casas.

Si usted no figura esa cara de San José, yo se la esbozo: un centro con varios bulevares, dos grandes teatros y en sus alrededores un prado de construcciones fantasmales que, de no remodelarse, correrán la misma suerte que el edificio de la Asamblea Legislativa.

Al salir del bulevar central los bordes de “Chepe” son sucios y heridos: un rostro retratado no con la deformidad de Picasso, como usted lo dijo, sino con el realismo de Felo García. La ciudad que ven nuestros ojos es una de espacios bizarros y construcciones precarias: pesadillas ciudadanas que son más importantes que el sueño de cualquier arquitecto.

Pocas son las joyas que sobrevivieron al interés esquivo. Edificios de inspiración y manufacturación francesas que, lastimosamente, vinieron a parar a un país sin el suficiente respeto parisino hacia el legado arquitectónico.

Ojalá tener su (nuestro) Centró Cívico Nacional, para mirar con vanidad la obra de los costarricenses, pero antes de invertir recursos en un proyecto de esa envergadura, creo que es prioritario reparar nuestra capital de manera más profunda y menos cosmética. Preocuparse, en este momento, por la ubicación del Congreso, es un interés tan nimio como el de hacerle la rinoplastia a una esfinge que, además de no tener nariz, está a punto de derrumbarse.