La ciencia necesita a las mujeres

Va gestándose una generación de mujeres próceres, destinadas al reconocimiento mundial

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La desigualdad de género es una de las más perversas, comunes y toleradas formas de violación de los derechos humanos. La alianza de la Unesco con la poderosa firma L'Oréal, rubricada en 1998, estimula la investigación científica en las mujeres, y se erige como la más categórica negación de la creencia de que todo en las mujeres se reduce al cuerpo, a la materia, a la res extensa, y no a la res cogitans --diría Descartes–.

El programa adjudica becas a mujeres que trabajan en proyectos de ciencia aplicada destinados, primariamente, a buscar soluciones a la devastación ecológica y climática de que el planeta ha sido víctima. A dos de las becarias y laureadas por la Unesco-L'Oréal les ha sido conferido el premio Nobel: Ada Yonath, de Israel, y Elizabeth Blackburn, de los Estados Unidos.

En el ámbito latinoamericano, Belén Elgohyen, de Argentina, entre muchas otras, ha sido laureada por sus investigaciones en el campo de los factores neuroquímicos que posibilitan la facultad auditiva en los seres humanos. Mujeres invaluables, excepcionales, valientes, comprometidas con sus causas: justo lo que el mundo pide a gritos en este momento, el más dramático en la historia de nuestro planeta.

Científicas costarricenses. Y he aquí lo que debería hacernos sacar el pecho de orgullo: durante los dos últimos años –en un programa que apenas tiene poco más de una década de existencia– dos costarricenses han sido elegidas, por el mérito, el rigor y la pertinencia de su trabajo, como becarias para continuar con sus estudios. Por supuesto, los medios no les dieron la cobertura que merecían, porque era más importante consignar que la modelo Vanessa Yahaira Oconitrillo había tenido un secreto romance con Cheyenne, o alguna fruslería de ese tenor.

En el 2010, María Gabriela Gei, estudiante del Departamento de Ecología, Evolución y Conducta de la Universidad de Minnesota, fue galardonada y halagada en la Unesco en solemne ceremonia, por su investigación en torno a una especie de legumbre que produce una proteína consumible tanto por animales como por humanos, sin necesidad de fertilizadores de nitrógeno. Entre sus virtudes, esta legumbre tendría la virtud de enriquecer la tierra y favorecer el cultivo de otras plantas.

Este año, a Cristina Chinchilla Soto, estudiante PhD del Departamento de Ecociencias en la Universidad de Edimburgo, le ha sido conferida una beca por sus investigaciones en el área del bosque seco (dos tercios del territorio latinoamericano), desatendido por los científicos en favor del bosque húmedo. El rol del bosque seco en los ecosistemas del planeta ha sido capital en los cambios climáticos que ha sufrido nuestra exhausta biosfera. A principios de marzo será recibida con todos los honores del caso en la Unesco, y tendrá la oportunidad de exponer los objetivos de su proyecto.

De conformidad con las normas de la selección de talentos, ambas becarias habrán de regresar a Costa Rica para compartir con todos nosotros los resultados de sus pesquisas. No nos cabe la menor duda de que serán recibidas con el mismo extático entusiasmo con que acogemos a Shakira o a alguno de nuestros egregios futbolistas.

Las becas son sólo adjudicadas a quince estudiantes en el mundo entero: entérense, compatriotas, de la magnitud del mérito de estas costarricenses. La Unesco ha declarado 20011 el Año Mundial de la Química. Hermoso gesto, si consideramos que se está cumpliendo el centenario de la concesión del Premio Nobel de Química a Marie Curie, un genio científico (también ganaría el mismo galardón en el campo de la física) que, a pesar de sus inmensas contribuciones a la cultura, no pudo nunca votar en las elecciones presidenciales de Francia, estando esta prerrogativa a la sazón limitada a los hombres.

Nuestro futuro. Eso, amigos, es lo que debemos celebrar, enaltecer, estimular. Ese debe ser nuestro futuro. Es por ellas por quienes debemos apostar, no por las carilindas chiquitas de pasarela y las vedetillas locales que frivolizan nuestra cultura y banalizan nuestros valores.

No está de más mencionar que este programa de la Unesco-L'Oréal tiene el respaldo acreditadísimo de varios premios Nobel, y de los más distinguidos investigadores del mundo entero.

Hay esperanza, costarricenses: en las márgenes del totalitarismo del pachuco, tal una cultura “de la resistencia” o un contra-poder, va gestándose una generación de mujeres próceres, destinadas al reconocimiento mundial. Y es bello, muy bello, que las mujeres (Gea, la madre Tierra, generadora de vida –lo cual no significa que no sea también generadora de cultura–) estén abocadas a sanar un planeta que nosotros, los hombres, hemos devastado. Las mujeres detentan el secreto de la vida. Si no una religión (cosa que supondría una colectividad), ellas representan para mí una suerte de culto íntimo, privado. Vamos a estar en buenas manos, de eso estoy seguro. Ojalá los medios de comunicación se precipiten a entrevistarlas, a conferirles los titulares de las primeras páginas, el lugar preferencial en los noticieros televisivos y radiofónicos, en Internet, en todos los espacios de comunicación de que dispongamos. Gracias, Gabriela; gracias Cristina, por encarnar a la mujer en su forma más integral, más plena, y por representar a nuestro país con su generoso, honesto, riguroso trabajo.