Krugman: El ‘desmilagro’ de Texas

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Como era de esperar, Rick Perry, el gobernador de Texas, ha anunciado que se postulará para presidente. Y ya sabemos de lo que tratará su campaña: fe en milagros.

Algunos de estos milagros involucrarán cosas que posiblemente usted leerá en la Biblia, pero si gana la nominación del Partido Republicano probablemente se centrará en un tema más secular: el supuesto milagro económico de Texas que, se afirma a menudo, pasó con tranquilidad por la Gran Recesión, casi sin sufrir un rasguño gracias a sus políticas económicas conservadoras. Y Perry afirmará que él puede restaurar la prosperidad en los Estados Unidos mediante la aplicación de las mismas políticas en el ámbito nacional.

Por esa razón es necesario que uno sepa que el milagro de Texas es un mito y que en el sentido más amplio esa experiencia tejana no ofrece lecciones útiles sobre cómo restaurar el empleo nacional completo.

Es cierto que Texas entró en recesión un poco más tarde que el resto de los Estados Unidos, principalmente debido a que la economía del estado –altamente dependiente de la energía– se mantuvo boyante gracias a los altos precios del petróleo durante la primera mitad del 2008. También, Texas se salvó de lo peor de la crisis inmobiliaria, en parte porque resulta que tiene regulaciones sorprendentemente estrictas para los préstamos con hipoteca.

Pese a todo eso, sin embargo, a partir de mediados del 2008, el desempleo se elevó en Texas, igual que sucedió en casi todos los demás lugares.

En junio del 2011, la tasa de desempleo de Texas era del 8,2 por ciento. Esa tasa era menor que en estados que colapsaron por la burbuja inmobiliaria como California y Florida, pero era ligeramente más alta que la de Nueva York y significativamente más alta que la de Massachusetts. Por cierto, uno de cada cuatro tejanos no tiene seguro médico, la proporción más alta en la nación, gracias principalmente al enfoque de gobierno pequeño que caracteriza al estado. Mientras, Massachusetts tiene cobertura casi universal gracias a una reforma en salud similar a la “asesina de empleos” Ley de atención asequible.

Entonces, ¿de dónde viene la idea de un milagro en Texas? Principalmente de la extendida creencia errónea de los efectos económicos del crecimiento de la población.

Porque esto sí es cierto respecto a Texas. Durante muchas décadas, ha tenido un crecimiento de población más rápido que el resto de los Estados Unidos: casi el doble a partir de 1990. Varios factores subyacen este rápido crecimiento de la población: una alta tasa de natalidad, la inmigración desde México y la migración interna de estadounidenses de otros estados a los que atrae el clima cálido y el bajo costo de vida, en particular la vivienda más barata.

Y, solo para que quede claro, no hay nada malo en que el costo de vida sea bajo. En particular, hay una buena argumentación respecto a que las políticas de zonificación en muchos estados restringen innecesariamente el suministro de vivienda y esta es un área en la que Texas de hecho hace algo correcto.

Pero, ¿qué tiene que ver el crecimiento de la población con el crecimiento del empleo? Bueno, la alta tasa de crecimiento de la población se traduce en crecimiento de empleo por encima del promedio a través de un par de vías. Muchas de las personas que se trasladan a Texas –jubilados en pos de inviernos tibios, mexicanos de clase media que buscan una vida más segura– traen poder de compra que conduce a mayor empleo local. Al mismo tiempo, el rápido crecimiento en la fuerza laboral de Texas mantiene los salarios bajos –casi el 10 por ciento de los trabajadores tejanos gana el salario mínimo o menos, muy por encima del promedio nacional– y estos salarios bajos dan a las corporaciones un incentivo para trasladar la producción al Estado de la Estrella Solitaria.

Por eso Texas tiende, en los años buenos y en los malos, a tener un crecimiento de empleo más alto que el resto de los Estados Unidos. Pero necesita muchos empleos nuevos solamente para mantener el paso con su población creciente y –como aquellas comparaciones de desempleo muestran– el crecimiento reciente del empleo ha caído muy por debajo de lo que se necesita.

Y si esta imagen no se parece en mucho al radiante retrato que gustan pintar los promotores de Texas, hay una razón: el retrato radiante es falso.

Sin embargo, ¿señala el crecimiento del empleo en Texas el camino hacia un crecimiento más rápido del empleo en la nación como un todo? No.

Lo que Texas muestra es que un estado que ofrezca mano de obra barata y, menos importante, regulaciones más débiles puede atraer empleos de otros estados. Creo que la respuesta apropiada a esta percepción es: “Bueno, obvio”. El punto es que alegar, basados en esta experiencia, que deprimir los salarios y desmantelar las regulaciones en los Estados Unidos como un todo crearía más empleos –que es, independientemente de lo que Perry pueda decir, la “perrynomía” en la práctica– involucra una falacia estructural: cada estado puede atraer para sí los empleos de otro estado.

En verdad, en el ámbito nacional los salarios más bajos es casi un hecho que conducirían a menos empleos, porque dejarían a los trabajadores estadounidenses con capacidad aún menor para arreglárselas con el remanente de deuda que dejó la burbuja inmobiliaria, un remanente que está en el corazón de nuestro problema económico.

Por eso, cuando Perry se presente como el candidato que sabe cómo crear empleos, no le crea. Sus recetas para la creación de empleo funcionarían tan bien en la práctica como su intento basado en la oración por poner fin a la catastrófica sequía en Texas.

Traducción de Gerardo Chaves para La Nación

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.