Juan Guillermo Ortiz Guier: Prometeo de la salud

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Así como el dios Prometeo se robó el fuego del Olimpo para que los humanos tuvieran al menos uno de los poderes de los dioses para mejorar sus condiciones de vida, el Dr. Juan Guillermo Ortiz Guier, médico de vocación y poeta enamorado de su pueblo, sacó la Medicina de los muros de los hospitales y de las paredes de los consultorios y llevó el conocimiento y la salud a las comunidades campesinas de San Ramón y alrededores.

Su idea de “Hospital sin Paredes”, llevada a la práctica, produjo resultados contra todos los pronósticos de la medicina curativa tradicional, centrada en la enfermedad. Fueron tan contundentes que sus detractores del Olimpo tuvieron que aceptarle y seguir, al menos parcialmente, sus pasos con los Ebais institucionales, hoy dispersos por centenares a lo largo y ancho de la geografía nacional. ¿Pero hemos entendido realmente los alcances de la obra benemérita del Dr. Ortiz, que abrió un sendero a la integración operativa de la Medicina con las Ciencias Sociales, una integración requerida por el desarrollo moderno? Pienso que no, al menos no del todo. Los Ebais constituyen un gran instrumento para la desconcentración de la atención de la salud y que aproxima los equipos sanitarios a las condiciones regionales y locales. Sin embargo, solo en ocasiones logran trascender el tutelaje institucional e incorporar a la comunidad como actor activo en la prevención y mitigación de los problemas de salud.

Debemos devolvernos en el tiempo y estudiar mejor el método del Dr. Ortiz, ya que nos puede ser útil no solo en el campo de la salud, sino en otros terrenos, como el desarrollo local y el combate a la pobreza. ¿En qué consiste la esencia de ese método? En dos aspectos centrales: a) La alfabetización de las comunidades en los problemas de salud y su organización autónoma alrededor de su prevención; b) El ajuste operativo y racional del quehacer institucional a las necesidades locales y regionales, que es donde las directrices deben tomar vida propia, más allá de lo escrito en el papel.

En este sentido, la participación de las comunidades en la prevención de la salud era real y verdadera. Los comités de salud locales, capacitados por las “enfermeritas” y los técnicos del Hospital, detectaban los problemas y proponían las soluciones, y el Hospital, desde su dirección, orientaba la acción operativa, de acuerdo con las necesidades del diagnóstico.

En otras palabras, y aquí está el secreto de la verdadera participación, la comunidad adquiría conocimiento de su propia realidad y contribuía activamente, porque tenía acceso a la dirección hospitalaria, en la toma de decisiones. Comunidad e institución, en este contexto, se convertían en un solo cuerpo de acción. El conocimiento adquirido por los comités de salud trascendía a menudo el ámbito estrictamente médico y se transfería a otras esferas sociales como la vivienda y organización comunal.

Se trataba de una verdadera participación, con información y poder real, que dista mucho de las formas de “participulación” con que se quiere encubrir muchos programas de política social contemporánea que generan dependencia y se alejan de las metas.

Hay que volver los ojos no solo a la figura humana del Dr. Ortiz Guier , sino también a su visión, intuición y sabiduría científica, a su capacidad de adelantarse a su tiempo e integrar la Medicina y la Sociología con una verdadera revolución organizacional que se adelantó medio siglo a su tiempo y que nuestras universidades aún no han podido digerir.