Jackie CooganEl niño triste del cine

Considerado el mejor actor infantil del mundo, brilló en el cine de los años 20 junto a luminarias como Charlie Chaplin, pero sus padres lo estafaron y su carrera decayó cuando pasó de niño a joven.

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La niñez es el paraíso de los adultos. Apenas podían balbucear o plantarse frente a una cámara y la fábrica de los sueños los convertía en billetes; cuando se hacían “viejos” – a los 13 o 15 años– los arrojaba al olvido.

Inmortalizados en la literatura por Víctor Hugo, Emile Zola, Edmundo D’Amicis, Charles Dickens o Mark Twain, los niños actores son otro filón de oro para Hollywood, que los exprime hasta los tuétanos.

Jackie Coogan, uno de esos serafines desgajados de la infancia por la codicia de sus padres, comenzó la carrera actoral a los tres años, en 1917 ; amasó una fortuna de $4 millones que dilapidaron su madre, el padrastro y los abogados. La industria fílmica devoró otros prodigios: Freddie Bartholomew; LeRoy Overacker; Mickey Rooney; Jackie Cooper; Shirley Temple o Judy Garland.

Los precoces actores fueron una dura competencia para las estrellas; el agrio comediante W.C. Fields, el de la nariz enrojecida por el licor, llegó a decir: “Jamás trabajes con niños o con animales en una película, porque nadie va a reparar en tu trabajo”.

Los pequeños divos venían de familias de clase media o muy pobres; ellos labraron su destino en un ambiente de promiscuidad, drogas, libertinaje, ambiciones y envidias solapadas que hicieron balancear sus carreras entre la popularidad efímera y el ocaso acelerado.

Para obtener escenas convincentes los directores aplicaban todo tipo de argucias. Margaret O’Brien, quien se inició a los tres años y llegó a estelarizar 28 películas en los años 40, fue famosa por su facilidad para llorar en la pantalla. Lo hacía muy bien porque el realizador le susurraba al oído que su perrito se había extraviado, y los de la “perrera” lo iban a matar de un tiro en la cabeza.

Cuando Judy Garland, la estrella del Mago de Oz , llegó a la adolescencia ,los productores le vendaron los senos con una cinta elástica para hacerla parecer una niña. Eso le ocasionó una repulsión a su imagen que la llevó a la anorexia, tres intentos de suicidio y el consumo de calmantes, explicó su hija Lorna Luft en Yo y mis sombras .

En su autobiografía Estrella Infantil , Shirley Temple relató cómo a los siete años – en 1935– llegó a cobrar $10 mil semanales gracias a sus hoyuelos y colochos de oro y solo el perro Rin Tin Tin , le hacía sombra en las taquillas. De todos los $3.5 millones que generó, solo le quedaron $44 mil en la cuenta bancaria, el resto lo derrochó su padre, George, en inversiones desastrosas.

La misma senda recorrieron otros actores infantiles más recientes. Tatum O’Neal, cayó en las drogas y el abuso sexual antes de los 14 años; Macaulay Culkin, de Mi pequeño angelito , se peleó con sus padres; Drew Barrymore, la niña de ET , a los nueve años era alcohólica; y a Rubina Alí, de Quisiera ser millonario , el padre la subastó para cancelar una deuda.

Nada cambia bajo el sol. Los datos de UNICEF revelan que en el mundo hay más de 200 millones de niños trabajadores –entre 5 y 14 años– que producen cerca de $35 mil millones anuales; algunos ganan apenas medio dólar diario y muchos son esclavos vendidos por sus familias.

El vagabundo

La enorme gorra que le tapaba el copete; aquellos ojos tristones; el pantalón bombacho sujetado por unos gigantescos tirantes y el gesto pícaro de un Lazarillo de Tormes hizo de Jackie Coogan en El chico , de 1921, una de las películas más exitosas de Charlie Chaplin y aún hoy entre las 20 mejores del cine, de acuerdo con Los grandes mitos del séptimo arte .

La precoz estrella del cine mudo nació en Los Angeles, California, el 26 de octubre de 1914; su padres, John Leslie Coogan y Annette Kellerman estaban vinculados al mundillo del espectáculo circense. John era un cómico y bailarín; desde niña la madre destacó en los vodeviles, por su belleza y sus habilidades como nadadora acrobática.

Con el bebé en brazos la familia arrió velas para Nueva York, en ese tiempo la Meca del Cine. Ahí enrolaron a Jackie, a los tres años, en el filme de Harry Beaumont “Skinner’s Baby”. Le pagaban la “fabulosa” suma de $25 semanales, apuntó Miguel Payán, en La cara oculta de Hollywood .

Por esos días, Charlie Chaplin, el vagabundo más célebre del celuloide, rumiaba su filme El chico y ocupaba un pequeñín con talante de truhán pero inocente como un querubín.

Un amigo de los Coogan envió a Chaplin al hotel donde actuaba Jackie y este quedó maravillado con la mímica, la simpatía y el “savoir faire” del rapaz. Pero antes lo contrató para un breve papel en Un día de placer , de 1919, donde ambos hicieron migas desde el principio.

El filme narra las peripecias de un bebé abandonado por su madre soltera. Este es rescatado de la calle y criado por un vagabundo –Chaplin–; cuando el niño tiene cinco años aparece la mamá, convertida en una actriz famosa. Con la ayuda de la Asistencia Pública arrebata el pequeño a su protector, en una de las escenas más dramáticas de la pantalla.

La cinta se estrenó en Nueva York el 6 de febrero de 1921 y arrasó en las boleterías, porque entre Chaplin y Jackie desnudaron a la burocracia estatal, insensible ante aspectos como el abandono infantil, el cariño y la caridad de un padre adoptivo. Un artículo del periódico español El País señaló que los enemigos del actor calificaron el filme de anarquista, y contrario a los valores de prosperidad norteamericanos y estuvieron a punto de impedir su difusión.

Los biógrafos de Chaplin dicen que este mentía, amenazaba y contaba historias muy tristes a Jackie, con tal de que el pilluelo llorara y pusiera cara de compungido.

La fama de Coogan se disparó y filmó, en los años 20, más de una docena de películas, entre ellas Oliver Twist y Tom Sawyer, por las que cobró más dinero que otros actores de renombre.

Llegó a ser tan popular que las revistas y periódicos lo acosaban en el cumpleaños, en las vacaciones y si hacía esto o aquello. Fue el primer actor en tener una campaña de mercadeo con silbatos, muñecos, almanaques y hasta frascos con mantequilla de maní.

Era una fábrica de billetes para los estudios cinematográficos National First, Lesser, Universal, la Metro y la empresa de sus padres, Jackie Coogan Productions .

Desplumado

A los 12 años Jackie ya estaba viejo y su estrella comenzó a declinar. Todavía rasparon la olla con Johnny se corta el cabello , un bodrio sobre el “histórico” acontecimiento de ir a la peluquería para quitarse la “pava”, simbólico paso de la niñez a la adolescencia, que sería el cuesta abajo de Coogan. Las contrataciones menudeaban. Sus padres se divorciaron, pero la madre volvió a casarse con Arthur Bernstein, quien manejó las finanzas del actor. Para rematar, en 1936, sufrió un terrible accidente vial y murió el padre y su mejor amigo, Junior Durkin.

A los 23 años decidió seguir su vida y reclamó el dinero que había ganado, cerca de $4 millones, pero su madre y el padrastro retrasaron el pago y Jackie entabló un pleito legal que duró años, al cabo de los cuales solo rescató $125 mil. ¡Estaba en la ruina!. Hasta su primera esposa, Betty Grable, lo abandonó.

Debido a este litigio se aprobó en California la Ley Jackie Coogan que protege los derechos de los niños actores: una parte de las ganancias del infante serán para que estudie y un 30 por ciento se deposita en una cuenta a nombre del pequeño, para que la utilice como quiera cuando cumpla 21 años. También establece jornadas laborales de ocho horas, tres para estudiar, una para descansar y cuatro para la actuación.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Jackie fue un heroico piloto en las incursiones aéreas contra los japoneses; volvió al cine y filmó El camino del oro , en 1956; Marlowe, detective privado , en 1969; pero fue su personaje del Tío Lucas , en la teleserie Los Locos Adams , el que alegró sus últimos días.

Su corazón se detuvo el 1 de marzo de 1984, tenía 69 años. A su lado estaba Dodie Lamphere, una bailarina que fue su cuarta y última esposa.

Asido a la mano de su amigo Chaplin volvió a ser El Chico , para corretear por las infinitas calles del más allá, mientras saltan, ríen y gesticulan, agitando cada uno su bombín y su bastón.