Surfos del asfalto

Sí, usted los ha visto: en una acera, en el parque de su barrio, “remando” por la calle entre los autos. Les gusta que los llamen skaters, pero en el español más callejero, se les dice ‘patinetos’. Este deporte del asfalto no cesa de tomar fuerza entre chicos y no tan chicos.

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Rodolfo Camacho tiene 22 patinetas rotas en su cuarto. Son parte de las más de 30 que ha usado en los últimos seis años, el tiempo que lleva practicando ese deporte callejero.

Además de coleccionar patinetas partidas, el joven estudiante de secundaria, de 20 años de edad, colecciona también fracturas: se quebró uno de sus codos, se reventó los tendones del tobillo derecho y se quebró el tobillo izquierdo. Además, se fracturó un dedo del pie y dos de la mano. “¡Pero estos ni cuentan porque uno se los monta y sigue!”, comentó.

La adrenalina le llega al tope cuando toma su patineta, “rema” con ella sobre el suelo con su pie libre para tomar impulso y elevarse, después, en el aire. Luego, se deja caer sobre el asfalto en un movimiento rápido y sonoro que lo obliga a encoger su cuerpo como un resorte.

Así es como ha ido armando su colección de patinetas rotas, muchas menos que los golpazos que se ha dado o que las piruetas que hace sobre el asfalto. Sus huesos rotos y vueltos a soldar también le deben sus lesiones a estos trucos.

Pero eso, lejos de dolerle o quitarle impulso, le inyecta gasolina al motor de energía que lleva por dentro. Junto a otros skaters, Rodolfo aprovecha las horas que tiene libres para suspenderse en el aire sobre las gradas del templo de la música del parque central de Guadalupe, en San José.

Invierte una tarde completa perfeccionando o probando trucos nuevos cuando no tiene que ir al cole en la noche, lo cual sucede solo los lunes y los jueves.

El reto es con él mismo. Solo con él, asegura. Sin embargo, los “¡ohhhh!” que provocan sus saltos entre los espectadores ocasionales lo llenan de una discreta satisfacción.

Este vecino de Guadalupe es un skater de calle, o ‘patineto’ en la mejor de las jergas callejeras. Forma parte de una gigantesca camada de jóvenes –especialmente, en edad escolar y colegial– que se ha enrolado en la práctica del skateboarding en los últimos años.

A Rodolfo le pasó en una fiesta de un primo. Vio la tabla mal puesta, la tomó para probar qué se sentía y ya son seis los años que lleva sin bajarse de ella. Fue, sencillamente, un fulminante amor a primera vista.

“Sí, quizá se ha hecho una moda andar con la patineta en la mano”, comenta para agregar después que solo los verdaderos fiebres permanecen en esto de por vida.

Jorge Coco Monge, uno de los skaters profesionales más famosos y respetados del país, empezó a los 16 años. Hoy tiene 33 y no le ve final a su relación con este deporte. “Mi papá jugó futbol en Primera División –es hijo del legendario Jorge Cuti Monge– y todo tendía a que yo continuara por el mismo camino”.

Su historia se parece a la de Rodolfo. En el caso de Coco Monge, la culpa la tuvo la patineta del cuñado. “La vi, la cogí y me fui a dar una vuelta por el barrio”. Hoy, es skater profesional, tiene patrocinadores y trabaja de mánager y administrador del Skatepark de la tienda Arenas, en el Paseo de los Estudiantes, San José.

No se sabe a ciencia cierta cuántos skaters hay en el país. Hace una década, se calculaba que en el mundo había más de 33 millones.

Coco, que lo mide más por lo que ve en la pista bajo techo de Arenas, asegura que la afición por la patineta o skate es una ola que ha venido creciendo en el país en los últimos tres años.

De fecha reciente es la formación de tres grupos de aprendices y un grupo profesional para competencias dentro y fuera del país.

“Creo que este es el mejor momento del skate aquí. En la mayoría de las casas hay una patineta. A mí me alegra mucho que este deporte esté creciendo, porque en Costa Rica mucha gente todavía cree que solo existe el futbol”, dijo Monge.

Dominar el truco

El skateboarding –así, en inglés, que es como prefieren llamarlo sus seguidores– tiene al menos 30 trucos para aprender y dominar, aunque eso no está escrito en piedra. Todos los días se inventan nuevas piruetas en los grupos de chiquillos que se forman en parques y aceras de Costa Rica y el resto del mundo.

El parque de Guadalupe es solo uno de los lugares frecuentados por los skaters en la capital. Hay quienes practican sus suertes en Curridabat –en el cañón ubicado al final de la autopista Florencio del Castillo–, el parque de Coronado, el parque de la Paz y prácticamente en cualquier sitio con rampas y escaleras capaces de “jalarlos” a la aventura.

Miguel Castro, otro skater profesional, lo describe de esta manera: “yo veo el mundo de manera patinable”. Y explica: en esto del skate, hay que tener creatividad para ver en una rampa de un edificio o en el borde de la acera del parque el truco que te hará volar por los aires.

El truco básico se llama Ollie, en honor a uno de los primeros skaters gringos que lo ideó. Consiste en elevar la patineta del suelo sin despegar los pies de ella. Le siguen los flips, o vueltas, el front y el back side.

Todos son términos del inglés estadounidense porque fue ahí donde, hace más de 60 años, nació este deporte. Sucedió cuando los surfos californianos trasladaron sus prácticas invernales del mar a la calle.

Rodolfo no lleva la cuenta de cuántos movimientos domina: “No sabría decirle. ¡Existen tantas varas distintas. Los básicos uno los va dominando al año y medio. Ya a los tres años es cuando uno puede ir diciendo que sabe hacer la mayoría”.

Ya lo que viene después consiste en combinar, una y otra vez, las diferentes piruetas en las cuales se prueba la pericia del skater para manejar tres condiciones fundamentales: equilibrio, concentración y creatividad.

“Es un deporte de precisión que mezcla pies, manos, cadera, mente”, agrega Coco Monge. Si alguien quisiera lograr un nivel competitivo, debe complementar el skateboarding con actividades como natación, yoga y bicicleta, en rutinas que, al menos, consuman seis horas diarias.

Pero chiquillos como Joel Camargo Vega, de 11 años –quien orgullosamente se identifica como un skater capaz de dominar ocho trucos– solo pueden dedicar una tarde completa los días de vacaciones –cuando no un día entero como en el caso de los domingos–. En clases, su tabla con ruedas sequeda más tiempo guardada en casa pues, primero, debe hacer las tareas. En tiempo lectivo, solo puede dedicar una hora diaria.

No le gusta ser biker (ciclista), tampoco futbolista, y la patineta es, por ahora, su única pasión.

En la escuela Pilar Jiménez –donde este año cursará el sexto grado– Joel se ha dedicado a vender “tortillitas de maíz con sal y aceite vegetal para ayudarme con los gastos de la patineta”.

La última de cinco que ha tenido desde que se enfiebró con el skate en prepa, se le quebró hace una semana al intentar un truco que lo hizo caer tremendamente fuerte sobre el asfalto. La había comprado con sus ahorros y le costó ¢37.000.

Eso es lo que cuesta, en promedio, una patineta. También las hay de ¢100.000 y más. Ni Joel ni Rodolfo se fijan mucho en los diseños a la hora de buscar la suya. Su vista se dirige a la calidad de la madera, a comprobar que tenga las siete capas necesarias para garantizar su resistencia y durabilidad; a verificar que la tabla tenga la curvatura ideal, y a los trucks (ejes), que no deben ser de plástico sino de metal para que no se desgasten rápido.

Mucha de esta información los skaters la consiguen en Internet, su herramienta número uno cuando se trata de armar su propia tabla según sus gustos y necesidades.

Cultura urbana

Una gran proporción de quienes practican el skateboarding son hombres en edad escolar y colegial, aunque algunas mujeres se están iniciando en esta actividad. También hay personas de 20, 30 o más años.

Hace una semana, Joshua Umaña, de 2 años, y Jair Vásquez, de 5, practicaban sus primeras piruetas en unas patinetas tan pequeñas que parecían de juguete.

Estos skaters son fáciles de distinguir. Primero, por su infaltable vehículo con ruedas. Luego, por su “pinta” tan característica: algunos usan gorra de lana o visera; llevan pantalones tubo a media nalga sostenidos por un cordón en vez de faja (para evitar que la hebilla se les incruste durante las caídas); y sus tennis son de suela ancha, con protecciones a los costados del pie para dar durabilidad al calzado pues la lija de la patineta supone un gran desgaste para los zapatos.

La indumentaria es más por comodidad y los secretos se transmiten entre unos y otros, como el del hilo en lugar de la faja para prevenir más lesiones.

Para reducir el enorme gasto en tenis, algunos chiquillos le ponen cinta adhesiva negra a las puntas para así tapar los huecos que se hacen, o hasta silicona y neumáticos viejos, para alargarles un poquito más la vida. Por supuesto, no faltan quienes busquen marcas específicas por su supuesta durabilidad.

Adrenalina es la palabra clave tratándose de ‘patinetos’. No hay otra que logre describir mejor por qué estos chicos se levantan del suelo tras cada golpe, concentrados en sus trucos, para volar de nuevo por los aires y probar sus dotes de equilibristas. ¡Ah! Hay otra palabra: libertad. Una enorme sensación de libertad.

“Este es un deporte que obliga a la persona a ser disciplinada, a estar en forma. Por eso, aquí no hay espacio para andar en drogas o en malos pasos. Es una de las cosas de las cuales los papás se están convenciendo”, comentó Miguel Castro.

“¡Eso es cierto!”, comentó Malena Vega, la mamá de Joel. “Yo fui skater en mi época de juventud. Tenía mi patineta plástica, de esas que se usaban antes. Mi papá me la armó. No tenía tornillos sino clavos.

“Tenía nueve años cuando comencé a ‘remar’ y puedo dar fe de que, entonces como ahora, muchos de los que se dedican a esto son chiquillos buenos. Yo prefiero que mi hijo esté encima de la patineta que en una esquina, con malas influencias”, dijo Malena, mientras vigilaba a Joel haciendo piruetas en el parque.