Glamour en promoción

Vestir bien no es un lujo de ricos; es de astutos. No son pocos los que, sin necesitarlo en el estricto sentido, acuden a tiendas de ropa americana usada en busca de prendas finas a precios más que accesibles.

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Existen dos grandes motivos por los cuales comprar en tiendas de ropa americana: el primero es porque se vive en una situación económica ajustada y el segundo es para aparentar que no se sufre de lo primero. Dicho de otra forma: la necesidad tiene cara de zaguate y la ostentación, de poodle. A esta conclusión llegamos luego de recorrer seis tiendas de ropa usada, a lo largo de una semana, por todos los rincones de San José.

Una pregunta fue la que provocó todo este experimento: ¿es posible conseguir ropa fina sin tener que pagar caprichos?

Cada quien tendrá su propia respuesta a si es necesario vestir Carolina Herrera para andar en bus, pero la mayoría sí está de acuerdo en que “lady ganga” es la eterna amante de quienes prefieren (o necesitan) gastar poco.

Como arqueólogos

Así que empezamos el trabajo de campo. La variedad que hay en los percheros de estos lugares ofrece opciones para todos: en los ganchos conviven piezas diseñadas por Yves Saint Laurent, Hugo Boss y Ralph Lauren, junto con abrigos de piel de peluche, camisetas de algún taller electromecánico de Oregon y el camisón de –pareciera– Lily Monster. Todo está revuelto, como si fuera un paraíso socialista de la moda.

Por eso, entre tanto americanchuica, ofrecido en promociones tipo “tres camisas por ¢2.500”, es obvio que vestirse aquí resulta sencillo. Ahora... vestirse bien, eso es harina de otra paca.

Quien desee comprar ropa usada de marca, digamos que a la moda, y a precios que le cortarían el aliento a las millonarias de Rohrmoser y Escazú, lo puede hacer. Aunque, conste, dar con esas joyitas requiere de habilidades casi arqueológicas. Como Indiana Jones, hay que excavar hasta dar con el tesoro que alguien dejó perdido o se aburrió de tener.

Combo Combo, La Primera, Sinaí y Romántica Venezia, son algunas de las “americanas”, en San José, que así nos lo demostraron. En todas se repite la decoración de juguetes en las paredes, hileras de ropa y carteles de precios con cromos y escarcha.

Desde la entrada, un fuerte olor a “recién salido de la secadora” delata, pero tranquiliza.

La clientela es igual de pintoresca. Frente a las cajeras, desfilan desde señoras que se apropian de todas las blusas de tirantes y colores fosforescentes, hasta la chica veintiañera, quién probablemente presumirá, en la universidad, que el suéter Gap que lleva en la canasta de plástico, lo adquirió en el "el sale del mall"(lo cual no dejaría de ser cierto).

El sonido de ganchos moviéndose sobre los percheros deja en evidencia a quienes andan en busca de “ropa buena”. Se les ve, además, revisando el cuello de las camisas y la cintura de los pantalones, “escaneando” etiquetas. Dos de ellos somos la fotógrafa Eyleen Vargas y yo, quienes no ocultamos nuestra sorpresa al encontrar una camisa Liz Clairbone, dos vestidos de noche espectaculares y un pantalón de la H & M.

En seis recorridos, compramos 21 piezas, todo por ¢48.850. Sobró; y con el vuelto terminamos la jornada de shopping compartiendo una Coca-Cola y medio cantonés.