Inventar es descubrir

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Hay libros que uno lee con un respeto que se parece al aburrimiento; en verdad, son un sueño –libros que uno llevaría a una isla desierta para abandonarlos en ella–.

Si el libro-tedio trata de crítica literaria, uno siente ganas de pedir al autor que salga en busca de la Generación Perdida. Si el libro es una comedia, leerlo es un drama. Si con su argumento graban una telenovela, es tan apática que nadie la ve porque en las otras se odian más.

Los libros aburridos no pasan a la historia: pasan de la historia. Otro destino aguardó a La doble hélice , del biólogo James D. Watson.

Aquel libro es la crónica de una curiosidad apasionada. Watson recuerda el exacto mediodía en el que unió los cartones que representaban los nucleótidos y formó así la única “escalera” lógica que permite la química (capítulo 26); pero ni Watson ni su colega Francis Crick demostraron entonces nada; las pruebas del ADN llegaron después .

La ciencia se ilumina con momentos audaces: cuando alguien juega su suerte a los dados de unas ecuaciones, de unas intuiciones.

El planeta Urano giraba indeciso cual elector que no sabe, no responde, y dos astrónomos indagaron por qué: John C. Adams y Urbain Le Verrier. Afirmaron que las veleidades uránicas se debían a la presencia de un planeta ignorado y descubrieron Neptuno sin verlo.

Albert Einstein creyó que grandes masas –como el Sol– atraen la luz que pasa cerca de ellas porque así se lo habían confiado los crucigramas de sus ecuaciones. La prueba arribó después, en 1919, cuando otros midieron la desviación de la luz durante un eclipse de Sol.

En 1976, en Arizona, el biólogo estadounidense Richard Alexander dictó una conferencia y enunció que no hay mamíferos tan gregarios como las hormigas; de haberlos, deberían tener los caracteres A, B y C (Lee Alan Dugatkin: La ecuación altruista, capítulo 8).

Luego, alguien del público le explicó que existía ese mamífero: la rata topo africana, y que tenía los precisos caracteres que Alexander había supuesto. La experiencia, las comparaciones y la imaginación habían llevado a Alexander a “inventar” un animal, pero la naturaleza se le había adelantado (ya sabemos que la naturaleza es muy sabia, pero también es muy vieja).

La ciencia es la curiosidad organizada, y a veces juega a las carreras con las demostraciones de la propia ciencia. Al fin y al cabo, en su origen latino, la palabra inventar significó descubrir .