Hombre de altura

El escazuceño Belisario Marín Azofeifa se autodefine como zanquero, marimbero y atleta.

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“¿A qué hora se fue a criar este muchacho?”, fue lo único que atinó a decir el papá de Belisario Marín cuando lo vio encaramado en aquellos zancos, a la edad de 11 años.

“Me eché a papá a la bolsa a punta de ponerme los zancos. Cuando me vio frente a él, encaramao en los palos, no más sonrió. Así fue como conseguí el permiso para empezar a trabajar con el finao Pedro Arias.

“Los ¢30 a la semana que me iba a ganar trabajando en los cafetales, me los ganaba con don Pedro en cada salida”, recuerda Belisario, a punto de redondear los 75 años de vida, muchos de los cuales los ha pasado observando el mundo desde las alturas, desde sus zancos.

Su primer trabajo como zanquero fue en Atenas, donde don Pedro –quien tenía una empresa de disfraces con la que recorría las fiestas patronales de todo el país– descubrió que aquel chiquillo pizpireto no tenía la costumbre de usar zapatos. Belisario se empezó a acostumbrar al calzado cinco años después de casarse con Francisca Sandí, 54 años atrás.

Por cierto que con Francisca dice haberse casado cuatro veces: su primer matrimonio fue cuando ella tenía 16 y él 22 años. El segundo, a los 25 años de casados; el tercero para celebrar las bodas de oro y el cuarto, en un encuentro conyugal.

Con Francisca se encargó de criar a siete hijos, y ya va por 15 nietos y 10 bisnietos.

No cualquiera puede

Cuenta Belisario que dominar los enormes palos fue un asunto de habilidad, más que otra cosa. “La fuerza en las piernas y la gracia ya la traía desde carajillo”, dice sin poner límites al orgullo.

Fue así como aquel güila habilidoso empezó a recorrer, encaramado en los zancos, Atenas, Grecia, Naranjo, Palmares, la otrora Villa Quesada... ¡todos los lugares adonde lo llevó el finao Pedro! Poco a poco, empezó a ser reconocido como “el zanquero de Escazú”.

“Yo tengo un espíritu muy alegre y avispado. Salí así. Viera usté que mi hermano compró una marimba para aprender él, pero yo aprendí antes, y también me lo eché a la bolsa...”

Prencipiando (sic), lo más alto que yo usaba eran zancos de 1,70 y 1,80 (metros). Ya los finales, bien toreado, me amarraba de 1,90”, recordó este excarpintero de la Municipalidad de San José, donde trabajó por 42 años para criar a la familia que formó junto a Francisca.

Belisario dice que esos palitos que ahora se ponen dizque son zancos, ¡pero nada qué ver! Habría que probar la habilidad de las nuevas generaciones con los verdaderos: aquellas enormidades de madera desde las cuales el mundo se aprecia de otra forma.

Su esposa es quien le hizo todos los trajes para lucir los zancos a casi dos metros de altura del piso. Hay uno que semeja una melcocha por la multitud de colores; otro es azul con estrellas luminosas. Del maquillaje y el sombrero se encargaba él personalmente.

Después de tantos años de dedicarse a ser zanquero, Belisario es reconocido en Escazú, donde, por cariño, lo llaman Chayito. Ahí es respetado por la defensa que ha hecho siempre de las más arraigadas tradiciones locales.

Además de los zancos, Belisario es marimbero, y de los buenos. Tiene dos marimbas, sus “dos muñecas”, además de su esposa. Las bautizó como Flor de Caña.

También es atleta. Empezó a los 50 años cuando ya estaba cansado de ser gordo y hoy, 25 años después, se siente orgulloso de sus piernas musculosas a una edad en la cual todavía se pone los zancos para amenizar fiestas privadas. Para esto, dice, se necesita fuerza, agilidad y resistencia...

Una de las cosas que más le agradece a la vida es la tranquilidad y la salud que ha logrado conseguir a punta de muchos años de trabajo.

Levantarse temprano y arreglar sus matas, correr, almorzar a las 11:30 a. m., rezar La Pasión a media tarde y enroscarse en las cobijas pasadas las 6 p.m., son parte de sus rutinas, esas que le permiten mantenerse bien.

Don Belisario –zanquero, marimbero y atleta– es, ante todo, un defensor de tradiciones en un Escazú que ya no parece pertenecer a Tiquicia.