Hernán Jiménez

Cineasta, escritor y comediante

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Fue el último en llegar a la familia Jiménez García. Cuando nació, sus tres hermanos ya cursaban la escuela o el colegio. Nunca tuvo con quien jugar y, en soledad, hizo del tal Whisky su mejor amigo.

De su infancia recuerda que cuando no jugaba con Whisky, el perro, recurría a su imaginación para divertirse y entretenerse.

Como herencia de esa niñez, hoy se toma los tragos en honor a su perro y echa mano a esa imaginación, que, aunque quisiera, no podría obviar. Es que es tan grande. Esa soledad en su etapa infantil, sumado a la independencia a la que se sometió a los 16 años de edad, determinan, según dice, la vida de actor, cineasta, escritor, guionista y comediante que lleva hoy, a sus 30 años.

Hernán Jiménez García estuvo en la cartelera nacional a mediados de año, cuando estrenó su ópera prima, A ojos cerrados, pero fue mucho antes que inició su carrera con producciones para cine, teatro y televisión.

Tras el éxito de su primera película se ha mantenido en San Francisco, California para dedicarse a la posproducción de su segundo largometraje, El regreso, sin embargo una plática con Proa y un gallo pinto en Costa Rica interrumpieron dicho proceso.

Al analizar lo ocurrido, Hernán deduce que este, sin duda, ha sido un buen año para él: no siempre pasa que 41.000 personas se reúnan en las salas de cine en Costa Rica para ver una producción nacional, y menos en una época en la que se han estrenado varias películas criollas.

Y si bien A ojos cerrados no fue bien recibida en festivales de cine internacional, Jiménez sabe que nada es perfecto y por el impacto generado en el país se siente complacido con lo que considera fue su “experimento”.

Hernán tiene miedos, complejos, frustraciones; pero también un piloto de una serie para televisión, diez premios de la Muestra de Cine y Video Costarricense, habilidad para hacer reír hasta al expresidente Óscar Arias, y, sobretodo, preocupación, la cual define como su estado natural.

A los 16 años Hernán se fue a terminar el colegio a Canadá. La idea desencadenó un enredo que lo ha perseguido con el paso de los años: no tener títulos oficiales.

El bachillerato internacional que obtuvo en el Pearson College, en Vancouver, no le sirvió para poder ingresar a la escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica, pero como de todos modos siente que su relación con este país es complicada, se fue para Nueva York, mientras esperaba la vacante en la Escuela Nacional de Teatro en Montreal, Canadá, donde se formó en actuación por más de tres años.

Por cierto que ese título tampoco se lo reconocieron. “Quería que la UCR me lo convalidara, entonces fui a hablar con la directora de Artes Dramáticas y me sugirió que hiciera el curso completo. ‘Muchas gracias’, le dije”, recordó Hernán.

De vuelta al país, consiguió empleo en Repretel, gracias a los conocimientos de edición que adquirió en la Mac de un amigo que frecuentaba en Canadá, cada vez que “se peleaba con el teatro” en sus años de estudio.

Pero ahí no duró mucho pues su “conciencia artística empezó a arder un poco” mientras hacía las cápsulas de lechugas y maquillaje para el programa matutino Giros, así que se fue para crear su primera producción, un cortometraje que ganó cuatro premios en la Muestra de Cine y Video Costarricense en el 2004: Doble llave y cadena.

La experiencia fue tan positiva, que, sin saberlo, se consumió en la producción audiovisual. Ayudó también el panorama desolador con el que, como actor, se enfrentó en Costa Rica.

El patrón se empezó a repetir de ahí en adelante: en un vaivén entre Costa Rica y el mundo, produjo varios cortos más, actuó en obras de teatro en Canadá, creó un monólogo, un piloto de televisión, formó parte del elenco de Eso que llaman Hogar (serie que transmitió Canal 7), dirigió El Show de La Media Docena por dos temporadas y construyó un guión para hacer stand up comedy: Al derecho y al revés. Este último le dio de comer por varios meses, pues La Media Docena le pagó lo que hasta hoy ha sido su último cheque.

Cuenta, sin sentirse orgulloso, que la absurda idea de que todo productor audiovisual debe tener un largometraje lo llevó a experimentar en el cine.

Mientras dirigía sus últimos sketches de La Media Docena terminó de escribir el guión de A ojos cerrados, basado en una historia que una vez le contaron.

Sin plata, con noveles actores y “el apoyo” de Mariemilia García Zeledón y Hernán Jiménez Fonseca, sus padres, se embarcó… a ojos cerrados.

El presupuesto de la película fue de $80.000. Jiménez sabe que es poco dinero, pero está convencido que la manera en la que trabajó A ojos cerrados es la que quiere fomentar en sus siguientes obras. Calidad por encima de todo: más contenido y menos costos y buena vibra entre el equipo de trabajo por encima de un currículo con mucha experiencia.

Hoy, cuando recapitula este proyecto de más de dos años, se siente impactado por la reacción del público hacia su trabajo.

“Decidí que quería hacer cine es porque hubo películas que me han marcado. Cuando una película logra remover mi vida interna es grandioso. Entonces cuando recibo un correo de alguien que describe un poco ese sentimiento provocado por una creación mía me impacta mucho”.

Pero no a todos impactó con la historia de Gabo, Maga y Delia. También hubo comentarios negativos y, sobretodo, enseñanzas: “La mayor lección que me quedó es que tengo que aprender a escribir”, señala Jiménez.

Si a estas alturas le parece que Hernán es un tipo serio, analítico y trabajador, usted no se equivoca. Luego del gallo pinto que tanto ama volvió a San Francisco para seguir la postproducción de El regreso, largometraje que pretende estrenar para abril del 2011.

Pero para fortuna de muchos, Hernán también es medio payaso, extrovertido y chistoso, y en medio de tanta premura hay espacio para la chota y la comedia.

“Cuando no estoy haciendo películas me divido entre yo en soledad y yo en compañía. Cuando estoy acompañado me encanta la chota, molesto, hago chistes, soy jovial y extrovertido. En soledad, todo lo contrario: soy tremendamente retraído y me consumo en mis propios pensamientos, en mis proyectos y en mi vida”, explica el joven.

Y en esa faceta del stand up comedy no podía ser diferente: acierta cada vez que sube a un escenario para recrear experiencias que son chistosas o para analizar la ¿belleza? de nuestras carreteras y burlarse de la necedad de poner señales de vaca por todo el país en lugar de arreglar los huecos de las calles. Y lo hace esté quien esté al frente.

En el TEDx Pura Vida, realizado en marzo, Hernán se mandó con dicha rutina y Óscar Arias, presente, lo aprobó con risas.

“La comedia es el arte de las tablas cuya retribución no podría ser más tangible, porque lo que estás esperando es risa, por eso da pánico también porque te parás ahí para hacer reír y sabés que habrá una respuesta auditiva o no. Si no la recibís sabés, en ese momento, que estás fracasando”. Él se arriesga.

Y se seguirá arriesgando, pues este no es el único proyecto chistoso que le pertenece. Hace unos años produjo un piloto para hacer una serie televisiva llamada Los Justicieros, comedia que añora ver en la pantalla en algún tiempo, pues, sin titubear, le parece que es “buenísima”.

Hoy Hernán dejó de ser el chiquito que salió de Sabanilla de Montes de Oca para no volver a casa, hoy son más las ideas y sueños que tiene en mente y como ya vimos que es arriesgado y amante del conflicto que para él representa el cine y el teatro, quedito no se va a quedar.

Por ahora debe concentrarse para acabar con la Licenciatura en Cine, que está sacando en San Francisco, pues no quiere cargar más con el complejo de no tener títulos y ya le falta poco para volver al país con un cartón reconocido y con su segunda película.

Quiere aprender a escribir, hacer más stand up comedy, y claro, aspira seguir con el reto de hacer cine, pues cree que no le sale tan bien como la actuación.

Finalmente Hernán quiere que para navidad quien se haya quedado sin ver A ojos cerrados, o quien quiera guardar un recuerdo, busque el DVD que Papaya Music producirá y distribuirá en el país.