Hablar de morir

Mi respuesta desde el pasado es: ‘sí, déjenme ir’

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El de hoy no es un artículo de opinión; es de voluntad. Algo que todos deberíamos hacer y decir alguna vez. Letras para el futuro. Yo que tengo la fortuna de escribirlo en el periódico, me aprovecho. Que se sepa que si algún día prefiriera morirme, quiero que me dejen.

Nunca le he temido a mi propia muerte. Ni al momento de morir, ni a la incertidumbre sobre el más allá. Lo que sí me angustia es la idea de tener que vivir una vida sin calidad de vida. Una vida a medias, un sufrimiento insufrible, una muerte en vida.

El tema, recurrente en mi cabeza, revive por estos días inquietado por Amour , ese soberbio drama francés ganador de la Palma de Oro en Cannes y que compite con cinco nominaciones de cara a la entrega del Óscar, este próximo domingo.

Amour es una historia de amor en el ocaso de la vida. Del acto sublime de asistir la despedida de quien ha decidido irse. De que la vida no puede ser un castigo que se alarga irremediablemente, cuando el cuerpo se convierte en una cárcel para el espíritu.

“Mi mente es la única parte de mi cuerpo que todavía esta viva. Soy una cabeza atada a un cuerpo muerto”, decía Ramón Sampedro, marinero español tetrapléjico desde los 25 años, y que luchó por su derecho a una muerte digna durante tres décadas. Tecleando con un lápiz sostenido con sus dientes, Sampedro escribió Cartas desde el infierno , una compilación de textos en la que seis años después se basó Mar Adentro , largometraje ganador del Óscar.

En su lucha, mediática y legal, Sampedro sumó a su propio sufrimiento, “el prejuicio, la compasión, el paternalismo, o directamente la descalificación”, recuerda el director Alejandro Amenábar. Y es que posiblemente no existe en Occidente un tabú más tabú que la muerte. El tema que nunca es tema. Blindamos el derecho a la vida como bien jurídico, pero nadie habla del derecho a ponerle fin a la propia.

Puede parecer que hacer manifiesta la decisión personal sirve de poco en un país cuya legislación deja la muerte exclusivamente en manos de Dios, del destino, o de la biología; nunca de la voluntad. Pero nadie se libra de lo que le toca por el solo hecho de no hablar al respecto.

Si algún día mis funciones vitales dependen permanentemente de medios artificiales, si he perdido mi autonomía para cumplir con las actividades y necesidades diarias, o la capacidad de raciocinio, la capacidad de locomoción. Si soy incapaz de comunicarme, si entonces no puedo responder; mi respuesta desde el pasado es sí: déjenme ir. Que “una libertad que quita la vida no es libertad”, escribió Sampedro desde su cama perpetua, “y una vida que quita la libertad no es vida”.