Gallos de pelea

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Tenía yo siete años la noche en que Vladimir de la Cruz me llevó a una gallera. Las recuerdo a las personas sacando sus brazos por ventanas, haciendo señas para que nos fuéramos del sitio: la policía había ingresado al local y, como ahora, eran ilegales.

Conservé la curiosidad, animada por los escritos de García Márquez; los que, junto con los óleos de Botero, usó el procurador colombiano Alejandro Ordóñez al pedir a la Corte Constitucional que no declarase como acto cruel ni las peleas de gallos ni las corridas de toros.

Lustros después, descubrí el misterio. Me fascinaron los eventos paralelos: los gallos de comida, la tertulia, el paseo dominical familiar que resultaba ser; me impactó la agresividad del combate.

La tradición histórico-cultural debe sopersase desde la óptica de los derechos (la caza de elefantes es intolerable –¡que lo diga el rey!– y el circo romano es inadmisible hoy).Se debate sobre los derechos de los animales, pero se anula la discusión para ampliar los de las personas; sentencia de la defensora de los Habitantes: en este Gobierno, en materia de derechos humanos, no hay avance alguno.