Francisco Jiménez

Ministro de Obras Públicas y Transportes

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A bordo de su flamante Datsun 120Y, equipado con volante y cinturón para auto de carreras, estuvo a punto de morir en un “pique” a los 19 años.

Ese lejano día, Francisco José Jiménez Reyes competía a alta velocidad contra otro auto en el bulevar de Rohrmoser, San José, cuando perdió el control en una curva. Su vehículo, cuya prima recién había pagado, dio vueltas y se fue arrastrado varios metros con las llantas hacia arriba.

Mientras su preciado bólido se hacía añicos en el asfalto, el entonces estudiante de ingeniería civil iba atrapado en la cabina inmerso en un deja vu de seres queridos, recuerdos y proyectos.

Segundos antes del accidente, la fortuna parecía sonreírle al mayor de los ocho hijos de Carlos Eduardo Jiménez Castro y Ethel Reyes Oviedo: acababa de conseguir trabajo en el Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT) y tenía planeado casarse con una linda estudiante de secretariado ejecutivo.

¿Morirían ahí todos sus sueños e ilusiones? Cuando el carro por fin se detuvo, supo que había vuelto a nacer y que una fuerza superior le había dado otra oportunidad. “El cinturón me salvó. No me pasó nada, pero eso me marcó”, recuerda, 33 años después, el actual jerarca del MOPT.

Don Francisco afirma que ese día aprendió una dura pero importante lección sobre la fragilidad de la vida humana, que lo motivó a retirarse de los “piques”, a convertirse en policía de Tránsito ad honórem y a contener por mucho tiempo su deseo de tener una motocicleta.

En 1998, a los 40 años, decidió comprarse una Kawasaki GPZ usada, de 900 centímetros cúbicos y cuatro carburadores.

Para ese entonces, era director del Consejo de Seguridad Vial y había impulsado una serie de medidas para reducir los accidentes en carretera como los partes fotográficos, la compra de grúas, la profesionalización de la Policía de Tránsito y la creación del área de Planificación.

Don Francisco mantuvo la moto guardada dos semanas en su oficina para practicar antes de hacer la prueba de manejo. Su esposa, temerosa por los antecedentes del marido y otras desgracias familiares, siempre estuvo en contra de tener en casa este tipo de vehículos.

El día que obtuvo la licencia de conducir, el director de Seguridad Vial se fue en la Kawasaki directo a su casa. “Me bajo y me dice mi esposa: ‘¿Qué es eso? ’Y yo le digo: ‘Una moto. Ya tengo edad y madurez’. Ella respiró profundo y no me dijo nada más... se aguantó la moto”, rememora.

Cinco años después, se compró su primer cuadraciclo.

Forjado en el barro

De chiquillo, Francisco Jiménez presintió que llegaría a ser ministro de Obras Públicas y Transportes. La premonición le sobrevino en los recovecos de una carretera en construcción, mientras acompañaba en una inspección a su padre y al jerarca del MOPT de turno.

“Esa vez sentí que podría llegar a ser ministro”, recuerda ahora, instalado en el despacho principal del ministerio.

Su nombre quedó escrito en la placa de esa oficina, como corolario de una cadena de acontecimientos de la vida. No obstante, tal parece que la sangre y los genes también aportaron lo suyo a la causa.

A su abuelo le encantaba la carpintería y trabajó en la ahora extinta Secretaría de Fomento. Su padre, como director de zonas del MOPT, tuvo durante muchos años la responsabilidad de abrir caminos en regiones inhóspitas del país y llegó a ser director general de Transporte Automotor.

Para el pequeño Francisco, era usual subirse al Jeep de su progenitor para recorrer trochas. “Cuando estaba de vacaciones me iba con él a ver caminos y calles; a batir barro, como decía papá, porque realmente eran caminos de barro. Eso me emocionaba mucho”, comenta.

Fue allí, entre barriales y rutas de lastre, donde empezó a madurar la idea de estudiar ingeniería civil. Esta decisión no solo significó su puerta de entrada al MOPT, también terminó de moldear un camino de cambios, desafíos, idas y venidas.

“Nunca tuve aspiraciones políticas. Mi satisfacción es estar en el Poder Ejecutivo para hacer proyectos. La vida me ha dado esta oportunidad”, dice.

Don Francisco confiesa haber sido de las personas que disparan un “¡Jueputa ministro!” cada vez que su vehículo cae en un hueco. Por eso, afirma estar consciente de la exigencia que tiene su cargo actual y del constante escrutinio público al que se ven sometidas sus decisiones y acciones.

Él sabe que su nombre está escrito en cada carretera que se agrieta, en cada puente que cae, en cada policía de Tránsito que pide “mordida”, en cada bus que se queda sin frenos... Por eso, sostiene que es hora de hacer un cambio, para que todos asuman la responsabilidad que les toca.

“Este es el año de romper paradigmas, de cambiar cosas importantes. Hay que crear una cultura de responsabilidad. Si logro ese cambio entonces todos vamos a decir: ‘Ese hueco es mío’, y no solo del jueputa Ministro”, señala con firmeza.

Nómada

Don Francisco siempre ha vivido como un “judío errante”. De pequeño, su familia anduvo por Pérez Zeledón, Cartago, Limón y San José debido al trabajo de su papá. De adulto, ha asumido múltiples retos en el sector público y privado que lo han obligado a viajar con mucha frecuencia.

Vino al mundo el 16 de marzo de 1958. El nacimiento ocurrió, por accidente, en la zona sur. Su madre tenía planeado dar a luz en la capital, pero el destino decidió que su hijo mayor fuera recibido en el antiguo Hospital General de Pérez Zeledón.

Desde entonces, su vida ha sido una constante peregrinación. Al rebovinar los recuerdos de su infancia, en un momento se ve a sí mismo en Limón, husmeando entre las fantásticas chucherías que dejaban los barcos en el almacén El Almirante, o jugando sin ropa en el techo de su casa.

Al siguiente minuto, ya está en Sabana oeste, San José, manejando sin permiso el carro de su padre, en medio de la consternación de los vecinos de la urbanización La Salle.

“Metí a cuatro de mis hermanos y a cinco chiquillos del barrio a montañear en los lotes baldíos”, dice arrepentido.

Fue a un “kínder de monjitas” en Limón, pero sus estudios primarios los realizó en tres escuelas diferentes de Pérez Zeledón y San José. Luego, cuando su familia se asentó en la capital, realizó la secundaria en el Liceo Luis Dobles Segreda y entró a la Universidad de Costa Rica (UCR).

A los 19 años, garabateaba los primeros trazos en la carrera de ingeniería civil cuando ingresó como auxiliar al ministerio de sus amores.

Allí entró en contacto con la incipiente área de cómputo, la cual se convertiría en una pasión y en su catapulta dentro y fuera del MOPT.

Por su destreza en ese campo, llegó a ser el director de Informática más joven del ministerio.

Tenía 24 años cuando fue nombrado y aún no tenía título universitario. Entonces, aplicó para una maestría en la Universidad Politécnica de Madrid y se fue para el viejo continente con su familia.

Tres años antes se había casado con Elsie Benavides Jenkins, con quien procreó tres mujeres (Lil, Laura y Lizy) y un varón (Sebastián).

“Yo nací casado. Como le digo a mi esposa: ‘Usted me quitó los pañales en el altar’”, comenta en son de broma.

Al regresar de España, muchos cambios esperaban a don Francisco. Permaneció un tiempo en el MOPT, hasta que fue reclutado como consultor internacional por la Agencia Alemana de Cooperación (GTZ) para tecnificar un proyecto de construcción de caminos.

En la administración Figueres Olsen (1994-98), fungió como director de Seguridad Vial y luego como viceministro de Transportes. En este último cargo, tomó la decisión de cerrar la revisión vehicular que se hacía en La Sabana y proponer que dicho servicio se “tercerizara”.

¿La barba? Un reto

En 1998, se convirtió en consultor internacional en materia de transportes y puertos. Se fue a vivir a Nicaragua y desde allí viajaba a toda Centroamérica. “Desde afuera vi cómo un país progresa cuando tiene un sistema de puertos y un sistema logístico modernos”, asegura.

Tal experiencia le abriría, diez años después, la puerta para convertirse en presidente ejecutivo de la Junta de Administración Portuaria y de Desarrollo de la Vertiente Atlántica (Japdeva) y asumir el reto de impulsar la concesión de los muelles del Caribe a un operador privado.

Durante su gestión en Japdeva se dejó crecer el bigote y la barba. Su esposa le decía que lucía muy bravo y sus amigos opinaban que parecía más viejo.

Sin embargo, él tenía razones muy personales para cambiar de look: “Cuando me fui para el Caribe me dejé la barba porque empezaba una nueva etapa, un nuevo reto. Antes me la dejaba una semana y ya me incomodaba; entonces me dije que tenía que demostrar fuerza de voluntad.”

Un mes antes de que terminara la administración Arias, la presidenta electa, Laura Chinchilla, lo llamó para ofrecerle el ministerio de Transportes.

Don Francisco aceptó y decidió vender sus acciones de la empresa ITS Infocomunicaciones para tener la tranquilidad económica que no le da el salario del Gobierno. Jiménez llegó a ser vicepresidente corporativo regional de esa compañía antes de que fuera reclutado como presidente de Japdeva.

Con 52 años, el ministro de Transportes pone en la balanza sus éxitos y fracasos, y estima que el saldo es positivo.

Sobre el futuro dice no tener un plan, pero afirma que le gustaría hacer algo diferente y disfrutar más del tiempo. ¿Ha pensado en ser diputado? “Eso no me gusta”, advierte por si acaso.