¿Felices a la deriva?

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Regresando de un viaje familiar al exterior, en un pasillo del aeropuerto Juan Santamaría me asalta la vista un enorme rótulo que dice algo así: “Bienvenidos al país más feliz del mundo”. Posteriormente, ya en casa, poniéndome al día con los periódicos, encuentro informes con titulares como los siguientes:

“Crisis de los 80 aún azota a 315.000 ticos que dejaron aulas”, LaNación 26/6/11. “Arias ve falta de claridad en Gobierno”, LaNación 1/7/11. “Chinchilla no tiene control del país, opina 78% de ticos”, La Nación 3/7/11. “Inseguridad se dispara como principal problema en el país”, LaNación 4/7/11. “Estancada situación de familias”, LaNación 6/7/11. “Dos hermanas y una amiga asesinadas en tienda de ropa”, LaNación 7/7/11. “Mata su mamá y empeña la pistola”, Diario Extra, 8/7/11. “Organizaciones de la CCSS a huelga por mala atención”, Semanario Universidad 13-19/7/11. “Congestión de barcos en Caldera encarece productos”, LaNación, 15/7/11. “Golpe de Estado a la democracia: primero pensión, después el país” (sic), periódico mensual OJO 17 junio – 17 julio/ 11.

Ante esa flagrante contradicción se me ocurrió pensar que algo anda mal, ya en la opinión pública costarricense como realidad social, ya en la manera de registrarla e interpretarla. Y lo feo de esa dificultad de conceptuación, así como comunicación, es que se repite en numerosos otros aspectos de nuestra vida colectiva.

Entonces, me pregunté: ¿qué es felicidad? ¿Cuáles criterios, condiciones y factores tomamos en cuenta los costarricenses para valorarla y cuantificarla? ¿Será “el estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”, como dice el Diccionario de la lengua española? En cuyo caso, ¿cuáles y cómo son tales “bienes”? ¿Será ese entusiasmo obsesivo o desproporcionado (“happiness”, en inglés) que menciona el Webster’s New College Dictionary? ¿El mero sentimiento de “pura vida” que se refleja en nuestra cultura folclórica? ¿Una simple insensibilidad o inconciencia ante problemas propios y de otros?

También podría ser un “eslogan” solamente comercial, tema publicitario barato o frase superficial para motivar visitantes. Esto sería un reflejo poco serio de estrategia turística ya que podrían formularse muchas otras expresiones más ciertas, específicas o concretas de nuestros valores, tradiciones y riquezas culturales; por ejemplo, “Bienvenidos a la tierra de gente amable” (o bien, de volcanes, platos sabrosos, etcétera).

No conviene engañar a quienes vienen del exterior con expectativas sanas y buena fe, pues se desilusionarán al comparar los conceptos de invitación y bienvenida con las realidades que ven en las calles de las ciudades donde transitan, en las comunidades que conozcan y en las personas de “carne, hueso y alma” –al decir de Unamuno– con que se comuniquen: ¿qué pensarán de un pueblo que los recibe como “feliz”, ante realidades sociales, políticas y económicas concretas que muestran que se encuentra a la deriva? ¿Nos respetarán? ¿Querrán volver a visitarnos? ¿Recomendarán a sus familiares y amigos que nos visiten también? ¿O solo vendrán, verán, comprarán y se irán, compadeciéndose –ojalá no riéndose– de nosotros?